sábado, 16 de junio de 2007

MONS. ALFONSO DURAN*

Pbro. Edgar Gabriel Stoffel



Tiempo atrás, en el generoso y a la vez limitado espacio que nos permitía la colección, ‘LOS QUE HICIERON SANTA FE’ editada por el diario ‘El Litoral’, escribía acerca del padre Alfonso Durán:

‘Encarnaba un tipo especial de sacerdote, que sin mengua de su vocación se abría al campo de la cultura y la promoción humana tal como se la entendía en aquel tiempo, y de esta manera –sin descuidar su ministerio- se expandía a través de la literatura, la cátedra, el periodismo y la preocupación social’

Considero sin embargo que antes de entrar de lleno al análisis de su persona y de su obra, se hace necesario una referencia a la vida eclesial que enmarca su vida y apostolado ya que si bien en Santa Fe Mons. Durán se destacó entre sus pares, no es sin embargo una ‘rara avis’ ni una especie de ‘clavel del aire’ sino que está en perfecta sintonía con lo que acontece en la primera mitad del siglo XX en la Iglesia de Argentina.


CONTEXTO ECLESIAL

Hay que señalar que los cincuenta años que transcurren entre su ordenación sacerdotal (1905) y su partida al Casa del Padre común en 1954 constituyen para la Iglesia y el catolicismo de nuestra patria una de las etapas más complejas, a la vez que la de mayores realizaciones, del impulso espiritual mas alto, así como de su mayor desarrollo institucional.

Todos los indicadores de análisis que puedan utilizarse van a registrar indudables signos de avance y un despliegue en ámbitos donde la presencia era nula o escasa, especialmente si tomamos en cuenta las últimas décadas del siglo XIX impregnadas de laicismo, positivismo y anticlericalismo.

Tal es la vitalidad que manifiesta la Iglesia en nuestra país que no pocos conciben la idea de una Argentina católica –en contraposición con la liberal del siglo anterior-, la cual sin embargo comienza a mostrar su limitación en la década del ’50.

Hay que decir que la fe siempre es vivida en el marco de una cultura de la cual el cristiano no puede sustraerse, especialmente si entendemos la acción apostólica como evangelización de la cultura.

Si la fe religiosa se encarna en una cultura, ella de alguna manera, debe expresarse en los modos de vivenciarla, tanto en lo individual como en las manifestaciones externas.

La estructura eclesiástica en la cual Mons. Alfonso Durán va a desarrollar su apostolado va a ir creciendo a nivel de jurisdicciones episcopales –aunque bajo el régimen del Patronato- , pasando de un Arzobispado y siete obispados –entre ellos el nuestro- a comienzos del siglo XX, la creación de dos en la primera década a 7 Arzobispados y 14 Obispados en vísperas del Congreso Eucarístico de 1934.

Santa Fe será elevada en esa circunstancia a Arzobispado y se separa de nuestro territorio el nuevo Obispado de Rosario y en 1939 sucederá lo mismo con Resistencia.

De esta manera se trataba de corregir las desigualdades que se habían ido produciendo a lo largo de mas de dos decenios, atender a los reclamos de los centros muy poblados y distantes de las sedes episcopales y crear al menos un Obispado por provincia.

Junto a los Obispados hay que señalar la importancia de las Parroquias para la acción pastoral las que en líneas generales fueron creciendo a la par del desarrollo de la población, tantas en las áreas rurales como en las urbanas, las cuales hacia la década del treinta comienza a recibir población que se traslada del campo a la ciudad.

Si en 1910 el total de Parroquias que existían en el país era de 440 en el año 1945 habían alcanzado las 1059 y para la época de la muerte de Mons. Durán superaban las 1100, lo que pone de manifiesto que el mayor crecimiento se dio entre 1910 y 1945.

El primer lugar en número de Parroquias lo ocupaba el Arzobispado de Buenos Aires con 137 , siguiéndole luego Santa Fe con 94, Rosario con 87 y Morón con 75 por citar solo algunas.

Respecto al clero –en números estadísticos- hacia 1895 –época en que Mons. Durán ingresaba al Seminario- ascendía a 1190 entre diocesanos y regulares y mas del 60% era de origen extranjero dada la crisis vocacional que arrastraba la Iglesia desde la época de la independencia y de la que no había logrado reponerse.

Hacia 1912 nos encontramos con 1677 sacerdotes de los cuales el 30% pertenecen a ordenes o congregaciones religiosas y para 1914 hay un aumento considerable (se registran 2643 sacerdotes) con un fuerte porcentaje de religiosos y de nacionalidad extranjera (unos 1600).

Paralelamente el Episcopado se preocupa seriamente por la formación de un clero propio o nacional –que en el caso de nuestra Diócesis se nutrirá de extranjeros llegados de niños o con algún estudio religioso o de los hijos de los inmigrantes- y así para 1945 nos encontramos con 1137 sacerdotes diocesanos.

Entre ellos el Pbro. Alfonso Durán.

También hay que señalar el importantísimo rol que han tenido las religiosas, las cuales en la década del ’50 estaban distribuidas en mas de 1200 casas o residencias institucionales propias y abocadas a la oración, la educación y la atención de las situaciones sociales mas diversas (hospitales, orfanatos, apoyo escolar, atención de enfermos a domicilio, reeducación de la mujer, casas de corrección, hogares de ancianos, personas con deficiencias, jóvenes abandonados, cultura, prensa, etc).

Nuestro homenajeado contará con la colaboración de las Hnas. Carmelitas para la atención de los niños que se recibirán en otra de sus obras, la ‘Casa Cuna’.

Ligado a esto último no podemos pasar por alto la multiplicidad de servicios caritativos que clérigos, religiosos y laicos asociados prestan a lo largo y a lo ancho de nuestro país. Lamentablemente no existen registros confiables que ofrezcan una información numérica del conjunto de las instituciones que se engloban bajo el rubro caridad pero sin dudas estas son numerosas y atienden a diversidad de problemas.

Hay que decir –sin embargo- que muchas veces estas instituciones trabajan totalmente desconectadas entre sí y a veces en competencia, faltando como consecuencia una estrategia pastoral y de apoyo mutuo para atender las exigencias de financiamiento y eficiencia de servicios, lo cual parece ser el talón de Aquiles de nuestras obras.

No menos importante el campo de la educación católica a lo que la Iglesia se abocó con esfuerzo denodado para lo cual se fueron edificando colegios en todos los sectores de la sociedad, especialmente en los medios, bajos y populares faltando todavía un estudio serio que muestre que manera escuelas fundadas en ambientes humildes terminaron contribuyendo al ascenso social de sus respectivos vecindarios.

A través de las congregaciones religiosas con quienes colaboraron los laicos, primero se abordó la enseñanza primaria (fines del siglo XIX), luego se avanzó sobre el nivel secundario en la primera década del XX, para finalmente abocarse a la formación del Magisterio lo cual fue duramente resistido por el laicismo imperante, siendo obstaculizada por estado tanto en lo que se refiere a la financiación como en la autorización para instalarlas.

A partir de la Revolución de 1943 el proyecto político que se impone se hace eco del reclamo de algunos sectores del catolicismo respecto a la enseñanza de la religión en las escuelas y si bien otros grupos católicos manifiestan sus reservas, las matriculaciones de 1945 en el nivel primario opta en un 91,41% por Religión y el 2,59 por Moral en tanto en el secundario y especial, Religión recibe el 93,47 de los matriculados y Moral, el 6,53%. Otra ayuda para la educación católica vendrá de la mal llamada Ley de Subvención a la educación privada del año 1947, que va a permitir afrontar los sueldos y la apertura de nuevos cursos y escuelas.

No podemos pasar por alto en esta etapa el Congreso Eucarístico Nacional de 1934 que conmoverá no solo la estructura religiosa del país sino también la ideológica y cultural.

Manuel Gálvez reflejaba esta nueva realidad en su novela ‘La noche toca a su fin’ con lo cual quería señalar que se clausuraba la etapa laicista y la Iglesia de nuestro país podía mostrar como había podido resistir al embate liberal y recomponerse.

No menos importante la actividad del laicado organizado que ya venía desde el siglo XIX con una serie de instituciones (Círculos Católicos de Obreros, Vicentinos, etc) pero que van a ser opacados por el surgimiento y desarrollo de la Acción Católica Argentina con sus cuatro ramas clásicas –hombres, señoras, señoritas y jóvenes-, la cual se convertirá en la expresión mas acabada de la pastoral eclesiástica.

La Acción Católica se convertirá en una organización cuyo empeño primordial será la formación de cristianos de piedad intensa e instruida, con los que se esperaba lograr el renacimiento de la vida cristiana.. En 1943 la Acción Católica contaba con 98000 socios (lo que significa el 6 por mil de la población argentina) a lo que hay que sumarle varios cientos de miles de adherentes.

Finalmente y aunque nos queden muchas cosas por decir hay que señalar la emergencia de los católicos en el campo de la filosofía, del arte y de la literatura.

Baste citar entre las revistas a ‘Criterio’ (1928), ‘Estudios’ (1911), ‘Ichthys’ (1919-1931), ‘Número’ (1930-1931), ‘Ortodoxia’ (1942-1947) y ‘Sol y Luna’ (1938-1943), ‘Restauración Social’ (décadas ’30-40) que tuvieron alcance nacional, y varias decenas más en el marco de las ciudades del interior.

También la difusión del pensamiento cristiano a través del libro y la prensa.

Entre nosotros el diario ‘La Mañana’ y el mismo Durán .

Una cuestión que dividirá a los católicos será la adhesión o rechazo a los gobiernos totalitarios de Europa y la actitud frente a la conflagración mundial al punto que ya en 1936 nuestro Episcopado recordaba a los fieles que la Iglesia se apartaba del exagerado nacionalismo que proclama la total entrega del individuo al Estado como del comunismo desquiciador que convertía a la persona en un mero instrumento en contra de su dignidad.

De todos modos –salvo grupos extremos- en general, como señala la investigadora Graciela Ben-Dror de la Universidad de Haifa, ‘...se produjo una reticencia bastante generalizada ante el nazismo, al menos entre quienes se hallaban próximos al establishment eclesiástico y sus voceros’

Mons. Alfonso Durán en cada una de estas situaciones tendrá una palabra y una actitud.

Ahora sí podemos entrar a reflexionar sobre su figura.


PRIMEROS AÑOS DE VIDA

Alfonso Durán nació el 21 de enero de 1883 en San Juan de Puerto Rico en la época en que esta ciudad pertenecía al Imperio español y fueron sus padres Jesús Durán y Atanasia Hernando, ambos españoles, que allí también habían contraído enlace y que tuvieron otro hijo de nombre Luis.


El 24 de mayo de ese año era transformado en hijo de Dios por el Bautismo que se celebró en la Iglesia Catedral de la capital portorriqueña.

A posteriori regresan a España, mas precisamente a la jurisdicción de la Parroquia San Cayetano en Madrid, y con la edad de 7 años arribará a nuestras tierras junto con sus padres como uno de los tantos inmigrantes que llegan en búsqueda de un futuro mejor.

En su hogar recibirá las primicias del Evangelio, el ejemplo de una vida pobre y sencilla y el interés por la cultura ya que su madre se dedicó a la tarea educativa.

De su niñez, sabemos que vivía en Tucumán 230, que fue confirmado en la Parroquia del Carmen el 17 de julio de 1893, que asistió a la escuela que funcionaba en 9 de julio entre Salta y Mendoza dirigida por don Enrique Muzzio y Segundo Gomez quienes eran secundados por los maestros Eudocio Jiménez, Jacinto Demaría, Sebastian Orellano, Amadeo Ramírez y Manuel Frutos y lo que recuerda en su poema ‘Santa Fe de mi niñez´:

‘Santa Fe la de otros tiempos
Santa Fe la de otra estampa,
La que llena con su encanto
Mil paisajes de mi alma;
La que llevó como un sueño
Que aún despertando no acaba’



En el año 1896 ingresaba al Seminario del Obispado del Litoral que funcionaba como anexo del Colegio de la Inmaculada Concepción que regenteaban los padres jesuitas.


LOS TIEMPOS DEL SEMINARIO

Cuando Alfonso Durán ingresó al Seminario lo hizo al ciclo denominado Preparatoria Superior y en el mismo se cursaba Aritmética, Caligrafía, Geografía, Castellano e Historia, materias estas en las que obtuvo las mayores notas.

Los dormitorios de los alumnos estaban en el segundo piso sobre 25 de mayo hacia General López, mientras que la sala de estudio se situaba sobre 3 de Febrero y contaban con el ‘Patio de los Naranjos’ como lugar de recreación.

El sistema era exigente ya que diariamente se levantaban a las 5 de la mañana y se acostaban a las 20.50. La jornada estaba estructurada en tiempos para los actos de piedad y para el estudio, tanto el personal como el que se dictaba en las aulas. Tras el almuerzo, a las 13.30 se retomaban los tiempos de estudio, clases, recreo y actos piadosos. Luego la cena a las 20 hs y se concluía con los últimos actos de piedad. Los jueves había un régimen especial al igual que los días festivos.

En el Colegio se contaba también con la Academia Literaria que ayuda a formar a los seminaristas y al resto de los estudiantes en el aspecto cultural y asociaciones piadosas como el Apostolado de la Oración y la Congregación de la Inmaculada Concepción y San Luis Gonzaga, de la que Alfonso Durán fue un activo asociado.

Al respecto recordaba en 1919:

‘Ahí, delante de San Luis Gonzaga nos enseñaban a los Congregantes que como ese joven debíamos ser íntegros en todas las actitudes de la vida.
Delante de Luis nos enseñaban que cada cual según su estado debe deshacer si es preciso su cuerpo antes que vilipendiarse en el cieno de las groseras pasiones: ahí nos enseñaban que el hombre debe ser grande en el concebir, valiente en el obrar, magnánimo, siempre magnánimo en el perdonar; ahí era donde nos enseñaban que la vida no consiste en dejar transcurrir los años en la inercia o en el sibaritismo, sino que debemos llenar alguna misión grande en la tierra, sino que cada uno según su estado o condición debe dejar que su corazón se expanda en abnegaciones y heroísmos por Dios y por la Humanidad’

Como alumno estuvo entre aquellos que el Gobierno Nacional becó tras la creación del Obispado de Santa Fe, aunque los reclamos venían de la época del anciano Gelabert a quién las autoridades nacionales deseaban arrancarle la renuncia la Sede episcopal sin lograrlo y quizás por eso fueron con retroactividad a 1896 y además se contó entre los mas capaces como lo muestran las notas obtenidas en las diversas etapas de su formación, donde la mayoría se corresponde con sobresaliente.

Cuando cursaba Filosofía los seminaristas fueron ubicados en un nuevo sector que los separaba completamente del resto de los colegiales y que estaba situado en el último tercio de 25 de mayo en su conjunción con 3 de Febrero, con aulas en el 1er piso y sala de estudio y capilla en la planta baja.

También le tocó vivir la situación que se creó por la decisión de Mons. Boneo de buscar otra inspiración para formar a su futuro clero, que terminaría con el traslado a Guadalupe y el inicio de la formación por sacerdotes diocesanos lo que ha continuado hasta el presente.

De su tiempo de seminarista recuerda:

‘¡Oh templo de la Compañía, que en este instante nos cobijas y que durante once años oiste mis oraciones de niño y de joven, las oraciones más férvidas, más inocentes, más vírgenes de mi mortal existencia, Óh, si tu pudieras hablar y contarnos las emociones de que fuiste testigo aquella hora...’.

En esta etapa de su vida descubrió su vocación por la literatura, experiencia de la que nos deja el siguiente testimonio:

‘’Oh, que deseo tan grandes y ardientes los míos desde aquellos días de mi juventud, en que el estudio de la literatura me cautivó con sus encantos’

EL SACERDOTE

El 21 de diciembre de 1905, tras haber aprobado satisfactoriamente las materias teólogicas de IV año y el examen ‘Ad audiendas’ y tras recibir la dispensa pertinente por no alcanzar la edad canónicamente requerida, Mons. Juan Agustín Boneo lo ordenaba sacerdote junto a sus condiscípulos Aniceto Biaggioni, Antonio Dutari Rodríguez y Edgmidio Segarra. .

Pocos días después, el 13 de enero de 1906 es designado Capellán de la pequeña colonia Cañada Rosquín, sita en el Departamento San Martín, destino en que solo permanecerá siete meses y del cual será trasladado por razones de salud hacia la ciudad sede donde sería protagonista del cambio que había decido llevar adelante Mons. Boneo respecto a la formación de su clero.

El 19 de diciembre el Obispo convocaba a los Consultores diocesanos para exponerle su propósito de instalar el Seminario en la vecindad del Santuario de Guadalupe y de inmediato les comunicaba de que manera se constituiría lo que hoy denominamos Equipo de Formadores, entre los cuales bao la conducción de Leonidas Gangoso Rodríguez se encontraba el pbro. Alfonso Durán..

Trasladado en 1907 el Seminario al edificio propio de Guadalupe, durante tres años el Pbro Durán asistirá casi diariamente para dictar a los alumnos sus clases de Literatura.

Paralelamente, el 29 de diciembre de 1906, Mons. Boneo lo había designado Capellán del Colegio San José de las Hermanas Adoratrices, cargo en el que se desempeñó durante 27 años atendiendo a las religiosas allí asignadas, a las alumnas, a los fieles que asistían a su hermosa capilla e incluso a algunos enfermos de la zona.

Asimismo se preocupó por la marcha de las diversas asociaciones de piedad que allí funcionaban como la ‘Archicofradía del Santísimo Sacramento’, las ‘Hijas del Inmaculado Corazón de María’ y la ‘Corte Angélica de la Virgen’.

En su novela ‘Las Martires ignoradas’ escrita en la década del treinta enmarca algunos relatos en la vida del colegio como cuando se refiere a la entrega de premios –de los cuales eran merecedoras las protagonistas- , a ‘... la educación y cultura completas para una señorita’ y el acto literario musical en que se declamaba una poesía compuesta expresamente por el capellán (Alonso Durao) y resalta las cualidades de las religiosas: ‘santas monjas’, ‘... las Hermanas trataban de disimular el supernivel de cualquier alumna, haciendo todo lo posible para que no trasluciesen preferencias...’.

Contra todas las críticas que se han alzado para lo que era la vida de las internas, señala:

‘Llegó el último día, y con abrazos estrechísimos despidieron se las compañeras entre sí y de las Hermanas; con la sola diferencia de que muchos de los ósculos que daban a las santas monjas se imprimían acompañados de lágrimas.
Solo quienes conocen la vida de internado, pueden comprender esa despedida cuyo recuerdo jamás se borra’.

Mientras se desempeñaba en ese cargo, fue nombrado con fecha 26 de mayo de 1912 como Examinador Pro-Sinodal.

También en esta época manifiesta un interés particular por la actividad cultural que se desarrolla en la ciudad, siendo que para entonces ya había publicado ‘Hojas del corazón, pero la autoridad eclesiástica le prohíbe tomar parte del ‘Círculo de Bellas Artes’. Paralelamente su verba encendida traspasa los límites de la ciudad que le vio crecer y en 1913 es invitado a predicar el Sermón patrio del 9 de julio en la localidad cordobesa de Villa María, celebre por la actividad de las logias masónicas y el anticlericalismo.

En el año 1924 es nombrado Miembro de la Comisión de Hacienda del Seminario Metropolitano y Consultor Diocesano, cargos a los que renuncia el 30 de diciembre de 1932 ante el nuevo Obispo Nicolás Fasolino, para que este tenga las manos libres a la hora de reorganizar la Diócesis las que le son aceptadas.

Un año después, el 23 de diciembre presenta su renuncia como Capellán del Colegio San José de las Hermanas Adoratrices alegando carecer de la fuerza física suficiente para toda la tarea que hay que llevar adelante.

El tema de la salud es algo recurrente ya que en diversas oportunidades solicita permiso al Obispo y luego Arzobispo para trasladarse a Tulumba en la provincia de Córdoba donde poseía una casa de descanso.

Durante muchos años fue asesor de aquella activa Acción Católica, en especial de la Junta Arquidiocesana tarea a la que abocó hasta el año 1949.

En 1944 es designado Confesor de las Siervas de María, en 1945 Consultor diocesano y en 1947 a pedido de Mons. Fasolino la Santa Sede le confirió el título de Camarero Secreto de su Santidad Pío XII.

Otro cargo que ocupó fue el de miembro del Directorio del diario ‘La Mañana’, del cual fue no solo colaborador sino que se abocó a su difusión a través de una entusiasta propaganda.


LA PREOCUPACIÓN SOCIAL Y LA LUCHA CONTRA LA INTOLERANCIA

Sorprende hojear algunos de los escritos de Mons. Durán ya que nos encontramos con expresiones como las que pone en boca de su personaje Juvenal de ‘Las mártires ignoradas’, quién tras ver a unos ricos que se pasean orondos en medio de una multitud harapienta, manifiesta:

‘Ni tanta igualdad porque es un imposible, ni tanta desigualdad porque es una vergüenza.
No podemos ser los hombres iguales; pero si menos desiguales’

O su versificación en ‘Flor de la calle’:

‘Ignorante, harapiento, sucio vago...
son esos los conjuros;
Cuanto mejor si en educarte dieran
Lo que ellos gastan en cigarros puros.

Ah, si en vez de Jerez y del Champagne
Con que se brinda tanto,
Dentro de tu corazón, viviente copa
Se bebieran las gotas de tu llanto...’

Como comentan Graciela F. De Cocco y Osvaldo Valli, estos versos ‘... se convierten en látigos que fustigan el egoísmo, la indiferencia y la hipocresía de sus conciudadanos’ y así ‘el predicador y el poeta se fusionan al servicio de una misma causa: la puesta en practica de las enseñanza evangélicas’.

Sin embargo lo suyo no es puramente declamativo como parece haberse hecho común hoy día en algunos sectores que proclaman la necesidad de hacer algo por los pobres, marginados y excluídos, aunque a la hora de las concreciones esto tengan que hacerlo o el Estado o los ricos ya que ellos están para denunciar la injusticia.

No entraremos aquí al debate si primero hay que cambiar el corazón para luego cambiar las estructuras o si es necesario un profundo cambio estructural que ayudará a cambiar las mentalidades ya que creemos –y así lo testimonió Mons. Durán- que mientras se cambian las estructuras, no solo hay que convertirse personalmente sino que debemos acompañar con obras concretas.

Como recordaba Leoncio Gianello el día de su sepelio:

‘Era un cristiano perfecto por eso luchó contra toda injusticia y toda intransigencia...’


Y hablando de obras concretas, sin dudas la más importante y no la única ya que de su mano salieron muchas ayudas para los necesitados que pululaban por las calles santafesinas, la ‘Casa Cuna’ que vino a llenar una sentida necesidad que parecía no tener solución.

Es que en la Santa Fe de la década del ’30 no solo había pobreza sino que crecía la miserabilidad humana ya que no era raro que cada tanto en las crónicas policiales se publicara el hallazgo de niños de pocos días de vida abandonados en terrenos baldíos o en basurales, muertos o semimuertos.

Ante esta realidad y movido por una profunda compasión hacia los mas pequeños en las huellas de Jesús que nos advierte sobre escandalizar o hacer daño a los niños, pergeñó en su mente la idea de un lugar donde recibir a los niños no deseados.

Esta expresión de la caridad cristiana se entroncaba con la experiencia secular de la Iglesia, la cual en el marco del Imperio romano donde la vida de los niños no valía nada , no solo se había opuesto al aborto y al infanticidio, sino que había generado este tipo de instituciones para recibir a estos niños, victimas del desamor, de la ignorancia o de las situaciones de indigencia que vivían sus progenitores.

Para llevar adelante esta idea se relacionó con la ‘Sociedad de Conferencias de San Vicente de Paúl’ que era una institución inspirada en el santo francés – a quién se considera el propulsor de las ‘casas-cuna’ en París- y que tenía una vasta experiencia en las obras caritativas a nivel nacional ya desde la década del ’70 del siglo XIX y que en Santa Fe administraba un casa para mujeres.

Así, en un terreno anexo al Asilo de Mendigos de la ciudad, entre las entonces calles San Juan y Primera Junta se comenzó a levantar el edificio presupuestado en la suma de ochenta y un mil ciento veinte y dos pesos con cincuenta centavos, cifra que aportó el Pbro Alfonso Durán y que donó a la Sociedad mencionada.

La obra llevaría el nombre de su madre ‘Atanasia Hernando de Durán’, adoptaría para la recepción de los niños el tipo de torno libre sin requerirse los datos ni antecedentes, aunque si debería archivarse dicha información si así lo deseaba la persona que llevaba el niño y sobre el pórtico de entrada se escribiría: ‘La caridad es madre de todos’.

No dejará de llamar la atención –especialmente en nuestro tiempo donde es tan importante la preservación de la identidad- que no se exijan los datos de filiación, pero esto apuntaba a facilitar la entrega del niño nacido ya que mayores exigencias podían hacer desistir a la o los progenitores y terminar la criatura abortada o abandonada tras el nacimiento.

La piedra fundamental fue colocada el 30 de setiembre de 1933 y la bendición del edificio se concretó el 23 de junio de 1935, comenzándose poco después la actividad, para lo cual se contó con la colaboración de las Hermanas Carmelitas descalzas Misioneras fundadas por el padre Francisco de Jesús María y José Palau y la superiora era la Hna. Candelaria del Sagrado Corazón.

El día de la bendición, Mons. Durán abrió su corazón a los presentes, manifestando:

‘Era el deseo de toda mi vida y rogaba insistentemente a Dios no morir sin verlo realizado. Era un deseo de toda mi vida, ver el momento en que, trabajando y ahorrando, ya que soy de origen pobre, me fuera posible obsequiar a esta ciudad con alguna institución de caridad esencialmente cristiana y cuando me llegó el momento de reducir mi sueño a la practica, gracias a Dios debo, me sentí hondamente conmovido por los frecuentes casos de infanticidio que en nuestro medio acontecían, y pareció me que una casa de expósitos era absolutamente necesaria; y en tal institución y en la realización del edificio apropiado descansó mi ideal’.

Extendernos en lo que ha sido la vida de esta institución y el bien realizado en tantos niños condenados al abandono o a la muerte excede esta reflexión, pero debemos señalar que el corazón de Mons. Durán siempre latió con el de la obra que lleva el nombre de su madre y a la que dejó como legado a su muerte la suma de 30.000 $ de entonces.

Obra que aún en su vida no dejó de pasar necesidades y dificultades, aunque cuando se corría la voz no faltaban los donantes como cuando ante la carencia de maquinas de coser para hacer la ropa a los niños internos, de inmediato concurrieron con las mismas Gertrudis Puig de Asembach y ‘un judío desconocido’ tal como rezaba la tarjeta que acompaña a una de las citadas máquinas de coser.

No podemos en otro orden, no referirnos al ‘Magisterio Católico de Santa Fe’ del cual se sentía parte activa ya que el mismo se desempeñaba como docente en dos escuelas muy caras a la educación santafesina como lo son el Industrial Superior y el Colegio Nacional ‘Simón de Iriondo’.

Dedicó a la docencia estatal 37 años de su vida (entre 1911 y 1938) lo cual por entonces constituía un verdadero desafío para un católico y para más sacerdote dado el contexto impuesto por el ‘normalismo’ con su ‘laicismo’ cuasi religioso y que le permitió entablar una dialogo peculiar con colegas y alumnos que reconocían distintas proveniencias religiosas e ideológicas y a la par conocer de cerca las dificultades que vivía el sector docente.

Los problemas en torno a la educación y la situación de los que se dedican a la misma no son solo de nuestro tiempo y en las décadas 30-40 estaban a la orden del día.

En lo tocante a esta obra diremos que participó desde su misma gestación y así lo encontramos el 11 de junio de 1934 junto a Mons. Nicolás Fasolino, quién aspiraba a que el ‘Magisterio Social’ fuera parte del gran movimiento social católico que deseaba impulsar en la Diócesis y 109 docentes de nuestro medio.

Presidida por el Arzobispo, Mons. Durán que había sido designado Asesor inició la reunión explicando el espíritu de la Asociación que sería estrictamente gremial y cultural sobre la base de la moral cristiana.

En esa misma reunión quedó constituida la Comisión Directiva sobre la base de los votos de las presentes, recayendo la Presidencia en Elida Cibils, la Secretaría en Lola Fontanilla, la Tesorería en Álida Sarsotti y las vocalías en Blanca Cabral de la Viña y Ángela Sosa de Durán a quienes luego se le sumarían Agustina Losada de Suarez y Celia Bonnet Virasoro.

Provisoriamente funcionarían en el Pensionado ‘San José’ donde la Madre Superiora les facilitaba una pieza con todo el amoblamiento y por sugerencia de Mons. Fasolino, el sello de la institución llevaría el lema ‘FIDES ET SCIENTIA’ que venía a constituirse en todo un proyecto para llevar adelante en orden a lo que hoy llamamos evangelización de la cultura.

La acción del ‘Magisterio Católico’ no se limitará al ámbito de la ciudad capital sino que por un lado se tratará de estrechar vínculos con entidades similares del resto del país y por el otro de expandirse a lo largo y ancho de la provincia, siendo la primer filial la de Esperanza en 1935.

Ya para 1937 hay filiales o al menos docentes interesadas en San Justo, Ceres, Llambi Campbell, Matilde, San Carlos, San Cristóbal, San Jerónimo Norte, Felicia, San Agustín, San José del Rincón, Cañada Rosquín, Rafaela, Gessler, Franck, Galvez, Helvecia y Angélica por no citar sino algunas.

En setiembre de 1945 se aprueba la oferta hecha por la empresa Baroni para levantar el edificio propio, colocándose la piedra fundamental el 4 de noviembre de ese año y habilitándose para uso el 19 de marzo de 1947.

La sede social serviría –además de las actividades institucionales- para dar alojamiento a las maestras del interior provincial lo cual venía a sumarse al servicio de la biblioteca que funcionaba desde años atrás.

Mons. Durán acompañó todo este proceso no solo asesorando sino también aportando de sus propios bienes, facilitando dinero para la adquisición del terreno y señalando en su testamento la cantidad de 20000 $ y todos sus libros autografiados y bibliotecas para la institución.

También compuso el Himno del ‘Magisterio Católico’ musicalizado por un entonces joven Carlos Guastavino, cuya estructura refleja la pasión militante de las asociaciones católicos en su deseo de ganar el mundo para Cristo:

‘Ya el Magisterio católico
Alza al viento su pendón,
Su mente llena de Patria
Y de Dios su corazón.
........................................

Nuestro orgullo de maestros
Ser maestros cual Jesús:
Mucha luz de inteligencia
Y del cielo mucha luz.’




El otro campo de su predica estuvo ligado a la lucha contra la intolerancia que tuvo su expresión mas alta con motivo de las guerras mundiales y la persecución a los judíos por parte del nazismo alemán.

Aquí también hay que decir que Mons. Alfonso Durán no se deja tentar por la admiración a los gobiernos fuertes que surgen en Europa como fruto de la descomposición que ha generado el liberalismo y frente al temor que ocasiona el avance comunista.


Así ante la invasión alemana a Francia, en la Capilla del Colegio ‘Nuestra Señora del Calvario’ dirigido por religiosas de origen francés y ante el intendente municipal, el cónsul francés y miembros de esa colectividad por entonces bastante importante en nuestra ciudad dada la presencia de funcionarios y trabajadores ferroviarios de esa nacionalidad pronunciará su ‘Alocución sobre Francia’ donde entre otros conceptos dirá:

‘No vencerán, no, señores, en la actual hecatombe los enemigos de Francia, porque sería el triunfo de la fuerza material e insensata, sobre la fuerza espiritual eternamente viva y vivificadora. No vencerán, porqué sería el triunfo de la soberbia; porque sería el triunfo del paganismo que oficialmente se ha intentado restaurar; paganismo muerto sin esperanza de resurrección, el día que Cristo murió en la cruz, para dar a su doctrina inacabables palpitaciones’

Es interesante hacer notar que el Papa Pío XI en su Encíclica ‘Mit brenneder sorge’ (Con viva preocupación y asombro creciente) del 14 de marzo de 1937 consideraba al nazismo como una expresión religiosa pagana, idea que es retomada por el orador.

También su postura frente a las atrocidades cometidas por los nazis lo llevan a rechazar públicamente el antisemitismo, siendo que el mismo no había sido ajeno a la ‘caricatura’ que el imaginario popular tenía de los hijos de Israel.

Así escribe en su novela ‘Las mártires ignoradas’:

‘Muebles, cuadros y utensilios, todo se vendió en conjunto a un hebreo de pecho hundido, barba cerrada y ojos de truhán, por la quinta parte de su valor cantidad que el comprador tampoco llegó a comprar completamente’

Década y media después en un texto que se publica en un folleto del año 1942 con el título ‘La voz argentina contra la barbarie’, leemos :

‘Ni como sacerdote, ni como hombre lógico puedo ser antisemita.
No puedo ser antisemita , porque Cristo era judío
No puedo ser antisemita, porque María Santísima era judía.
No puedo ser antisemita, porque el primer Papa de la Iglesia, San Pedro, era judío y judíos fueron los apóstoles.
No puedo ser antisemita, porque mi Biblia se compone de dos partes: el antiguo y el nuevo testamento.
No puedo ser antisemita, porque el pueblo judío fue el pueblo elegido por Dios para conservar su verdadera nación en la antigüedad.
No puedo ser antisemita, porque también me valgo del Antiguo Testamento para demostrar la divinidad de mi religión.
No puedo ser antisemita, porque el Hebraísmo es una religión divina; las dos únicas religiones divinas son el Hebraísmo y el Cristianismo. Las otras son aspiraciones del hombre hacia Dios; estas son, además, acercamiento de Dios al hombre.
No puedo ser antisemita, porque San Pablo decía: ya no haya para vosotros (los cristianos), ni judíos, ni romanos, ni griegos, ni gentiles; todos una sola cosa en el amor de Cristo.
No puedo ser antisemita, porque el antisemitismo es odio.
No puedo ser antisemita, porque no creo que Jesús eligiera para sí, una raza abyecta.
No puedo ser antisemita, porque cada vez que leo algo de esas persecuciones sanguinarias o bárbaras, aunque no sean sanguinarias, siento que mi corazón también sangra o llora.
No puedo ser antisemita porque los Papas condenan esas persecuciones injustas.
No puedo ser antisemita, porque el más grande antisemita es Hitler; e Hitler es esencialmente un anti-Cristo.
No puedo ser antisemita, porque soy un fervorosisimo admirador de Moisés, en su carácter de poeta, historiador, conductor, legislador y libertador.
No puedo ser antisemita, porque creo, como muchos Padres y Doctores y Místicos de la Iglesia, que llegará un día en que las dos religiones divinas, se encontrarán en alguna encrucijada de los largos caminos de la humanidad: y los últimos Papas serán de raza semita.
No puedo ser antisemita, porque creo que no siéndolo, me parezco más a Jesús’.

Texto que sin dudas llama la atención pero que manifiesta no tanto una actitud simplemente ‘humanitarista’, sino el ‘sentire cum ecclesiae’ (sentir con la Iglesia) de Mons. Durán, dado que la Sede Apostólica ya en 1928 a través de la Congregación del Santo Oficio condenaba ‘... de la manera mas decidida el odio contra el pueblo, un tiempo bendecido por Dios, un odio que hoy se acostumbra a llamar con el nombre de ‘’antisemitismo’’, con la citada ‘Mit brenneder sorge’ Pio XI no dejaba lugar a dudas sobre la maldad del racismo y su incompatibilidad con el cristianismo lo que reafirmará el 6 de setiembre de 1938 cuando señale que ‘el antisemitismo no es admisible’ y que ‘espiritualmente somos semitas’ y con la ‘Summi Pontificatus’ de Pío XII de octubre de 1939 donde el nuevo Pontífice alertaba contra las teorías que negaban la unidad de la raza humana y la divinización del estado que llevarían a una verdadera hora de las tinieblas, como realmente aconteció.

Por su parte, el Episcopado de Argentina en 1938 señalaba que merecían la reprobación de la Iglesia la doctrina del Estado totalitario y la del racismo, lo cual vuelve a ser reafirmado en una comunicado de la Comisión Permanente del año 1942 donde se recuerda a los católicos que hay que estar en guardia contra estos errores que atentan contra la fraternidad humana.

El mismo Durán, en el escrito precedente señala, entre otras consideraciones, que no puede ser ‘antisemita’ ‘porque los Papas condenan estas persecuciones injustas’ lo cual manifiesta lo que antes afirmábamos acerca de sus fundamentos católicos para afrontar la barbarie del racismo.

También supo manifestar sus plácemes en 1947 ante la instauración del Estado de Israel, en lo que parece una actitud sin parangón entre otros católicos.

Si bien desconocemos otros escritos o gestos suyos en la misma línea, consideramos que su compromiso en este plano no fue algo ocasional, lo cual queda de manifiesto en la adhesión de la DAIA filial Santa Fe con motivo de su fallecimiento, en donde la institución manifestaba que ‘rendirá al que en vida fuera eminente defensor de la verdad y la justicia, sentido homenaje de admiración y respeto, disponiendo que en todas las sinagogas locales se eleven preces al Altísimo por el eterno descanso de su alma’.


LA VIDA CULTURAL

Motivado ya desde su etapa formativa en la Academia Literaria y manifestada su predilección por la Literatura como lo hemos recordado, apenas ordenado sacerdote da a luz ‘Hojas del corazón’ y algún tiempo después ‘Páginas del alma’.

En 1925 publica ‘Las mártires ignoradas’ que tuvo varias ediciones tal vez porque su argumento –al decir de La Prensa- fue un hallazgo feliz y la convierte en una novela que puede servir de ejemplo a los muchos escritores que suponen, que, para hacer un libro, hay necesidad de buscar un caso patológico, una singularidad, una aberración viciosa, una perversión...’.

Para el comentarista, ‘Las mártires ignoradas’ era ‘... una novela interesante, bien pensada, construida como por quien conoce los recursos de la técnica, y sabe cuanto obliga el hecho, al parecer sencillo, de dejar correr la pluma para ofrecer un libro que sirva de grato solaz, llegue a producir emoción, y encierre a la vez las profundas enseñanzas que de la vida se desprenden’.


Otra obra suya de carácter épico cuyo asunto está constituido por la gesta independentista argentina y editada en 1919 con ilustraciones de Enrique Estrada, es ‘Los Argentinos’.

La extensa obra poética que se abarca 391 páginas refleja una buena formación histórica de parte del padre Durán y se divide en 14 Cantos dedicados a San Martín y a sus campañas libertadoras.

Otros escritos de su autoría fueron ‘Flores de un otoño’, ‘Bajo el sol cotidiano’, ‘Las rutas del ensueño, ‘De lo humano y lo divino’, ‘Bajo el sol cotidiano’, ‘Otro poco de mi siembra’, ‘Estanislao López y la tragedia de Barranca Yaco’ y la póstuma que fue ‘Las ánforas sonoras’.

Sus escritos recibieron el espaldarazo de Ricardo León, el virtuoso maestro de las letras castellanas, lo cual significó un estímulo enorme que lo llevó –sin descuidar su sacerdocio- a una mayor consagración a las letras.

Su producción literaria no ha sido aún analizada por los expertos en el tema, por lo cual solo nos queda como valoración lo señalado en la ‘Nueva Enciclopedia de la Provincia de Santa Fe’ por los autores ya citados:

‘Sacerdote y docente, dedicado a los demás, escribió poesías sencillas de profundo sentido cristiano. El amor a Dios, a los hombres y a la Patria están presentes en sus obras...
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Su sentimiento de pertenencia se manifiesta en dos direcciones: por un lado la añoranza del pasado, y por otro el compromiso con el presente.
Las modificaciones sufridas por la ciudad provocan desazón y nostalgia, ya que los aparentes beneficios del progreso traen como consecuencia la pérdida de una modalidad de vida’

Su actividad cultural se expande al campo de la historia contándose entre los miembros fundadores de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe que tanto hizo por rescatar nuestro pasado y resaltar las personalidades locales que el centralismo porteño había arrojado a un segundo plano.

Leoncio Gianello lo consideraba ‘... una voz erudita en la discusión de los temas históricos’ y sin contarse entre las filas de los revisionistas sostenía que Estanislao López, al revés de la imagen que había elaborado la historiografía liberal, era un auténtico interprete de la causa de mayo y uno de los que encarnaban republicana y federal.

Finalmente hay que destacar su libro ‘La virgen de Guadalupe en Santa Fe’, que en líneas generales –aunque con mayor extensión- continúa la línea abierta por Lassaga y Martegani, y si bien agrega elementos nuevos de su cosecha no avanza sobre la búsqueda de documentación o una mejor acribia de los testimonios orales, con lo cual predomina la aceptación de los aspectos legendarios y su reafirmación.

No queremos cerrar este aspecto de su vida, sin al menos recordar su actividad periodística no solo en el diario ‘La Mañana’ sino también en ‘El Litoral y en ‘El Orden’ que se publicaban en nuestra ciudad, ‘La Capital’ de Rosario y ‘La Nación’ y ‘La Prensa’ de Buenos Aires.


SU PASO AL PADRE

Hace poco mas de 50 años que Mons. Alfonso Durán entregaba su alma al Creador y dador de todo bien y la capital santafesina se consternaba con la noticia, ya que en ella no había persona o grupo social sobre quién el extinto no hubiese hecho sentir algún tipo de influjo.

Nadie fue indiferente a su muerte y a su velatorio y sepelio asistieron tanto personajes encumbrados como humildes trabajadores.

Podríamos preguntarnos en esta jornada cual es el recuerdo que los santafesinos y especialmente en el ámbito eclesial o el de las obras que surgieron de su iniciativa, tiene de su personalidad.

Hace algunos años, cuando el Pbro. Rubén Roque Strina publicaba su trabajo de iniciación ‘Mons. Alfonso Durán y la Casa Cuna’, escribíamos:

‘La vida de los clérigos seculares, quizás por la relación tan profunda con la existencia cotidiana de lo que los italianos denominan ‘il populo minuto’, no ha merecido la atención de los investigadores, salvo que se trate de alguna figura descollante y no siempre en lo que se refiere a los específicamente pastoral, siendo olvidados incluso por la misma comunidad a la que han servido’

Considero que con esta humilde recreación histórica y biográfica queremos hacer memoria agradecida de su vida y de su paso por nuestra historia, no como algo nostalgioso sino como una provocación a las nuevas generaciones de sacerdotes y laicos a la fascinante tarea de ganar el mundo para Cristo, en diálogo con dicho mundo pero sin ser de él.

Hombre de su tiempo, Mons. Durán vivió el eterno sacerdocio de Cristo en un contexto cultural determinado que fue el de la Argentina y el Santa Fe de la primera mitad del siglo XX. Sacerdote en el mundo mas que otros colegas suyos, abierto a las distintas opiniones ideológicas y filosóficas pero en comunión y obediencia a sus Obispos, de diálogo con la sociedad pero preservando su identidad: celebrante, confesor, consejero espiritual, literato, profesor en la escuela pública de gestión estatal, pionero en el trabajo a favor de la niñez en riesgo como ahora decimos, e historiador.

Partícipe en definitiva de esta vocación que es el sacerdocio diocesano, don de Dios a una Iglesia particular, a una tierra, a un pueblo, a una historia, y donación de cada sacerdote a esa misma Iglesia, a esa tierra, a ese pueblo y a esa historia de la que se proviene y de la que se sigue siendo parte, comulgando de la capitalidad de Cristo Buen Pastor que lo vuelve universal.



* Texto basado sobre la Conferencia brindada en el ‘Magisterio Católico de Santa Fe’ el 6 de octubre de 2004 con motivo de celebrarse el 50 aniversario de su fallecimiento.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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