jueves, 13 de marzo de 2008

Parroquia Nuestra Señora del Carmen (RINCÓN)

Un poco de historia.
Guillermo Angulo (Diciembre 2, 2007)


La actual iglesia Nuestra Señora del Carmen – como se sabe- fue obra del fraile franciscano Francisco de Paula Castañeda, el prócer de Mayo y ex guardián de la Recoleta, quien desterrado de Buenos Aires por desacuerdos con Bernardino Rivadavia (dedicado por entonces a una reforma del clero), recibe la protección del gobernador Estanislao López y demás autoridades locales.
Guillermo Furlong sostiene que si bien no se conoce en particular en qué términos se establece la relación entre ambos, lo cierto es que el recién llegado no quiso residir en nuestra ciudad; prefiere en cambio viajar para abocarse inmediatamente a “la fundación de iglesia, pueblo y escuela en un desierto cual es el Rincón de Antón Martín, que ahora se llama el Rincón de San José” .
Hacia fines del año 1823 tanto la escuela como el templo estaban en condiciones de ser habilitados, puesto que el 19 de diciembre de ese año Castañeda se dirige al Cabildo manifestando que “ la solemne apertura de la escuela del Rincón de San José será el próximo domingo y el jueves siguiente se dirá la primera misa en la nueva capilla” . Conforme al contenido de esta nota, Andrés Roverano sostiene que la primera misa en la nueva capilla debió celebrarse el 25 de diciembre de 1823 aunque las obras no estuvieren terminadas, puesto que documentos posteriores (1827) dan cuenta de la continuidad de los trabajos. Según afirma este autor, “la construcción definitiva debió finalizar en los últimos días de 1827 o en los primeros del siguiente, pues del 9 de enero de 1828 se abona al botero Félix Gálvez ocho reales por haber transportado los músicos para la función de la colocación de la capilla del Rincón
Esta sucinta descripción permite afirmar que Castañeda no solo fue el autor de la obra, sino que se constituyó en el principal actor en la gestión de obtener los fondos necesarios tanto para construir la escuela como la capilla. Una acción bastante frecuente tanto en este período histórico republicano como en el anterior período colonial; en los que por fuera de los profesionales y técnicos de la arquitectura, actuaban idóneos, operarios de gremios afines o “inteligentes”, como curas, obispos, gobernadores, etc., encargados muchas veces de llevar adelante la construcción de los edificios necesarios para la vida civil o religiosa.
De esta manera se explica que la Iglesia original, construida entre 1823-1827, quede definida por una fuerte estructuración empírica, basada en la repetición de un modelo de nave única y “arco cobijo” que se lograba por una simple extensión de la cubierta.
(Pensemos en San Francisco de Santa Fe y en las innumerables capillas que en nuestro país y en toda América adoptaron este tipo arquitectónico)

Como todo espacio obtenido por imperio de la experiencia y los usos, la capilla de Castañeda se presenta como una construcción de volumetría simple, realizado en mampostería de ladrillos revocados y encalados; y una techumbre a dos aguas sostenida por cerchas de madera dura recubierta por tejas españolas. Un único gesto parece imponer cierto aire simbólico al despojado conjunto, se trata de una espadaña que colocada como hastial de la cubierta corona el edificio dándole altura y mayor prestancia. Se trata de un imafronte simétrico - también construido en mampostería – realizado a partir de dos pináculos esquineros y un muro perforado que remata en un pequeño tímpano dentado. Hacia los laterales, sendas galerías acompañan la edificación; la que da al este, interrumpe tres tramos de arquería para alojar la sacristía.
Recién en el año 1895 y teniéndose en cuenta el importante deterioro que había sufrido la iglesia, es intervenida por el Ing. Arturo Lomello; profesional que para entonces recién llegado a las funciones de “ingeniero municipal”, desarrollaría desde su cargo en Obras Públicas del municipio santafesino una importante labor. Y es justamente este profesional quien realiza el 1° de junio de 1895 el plano “Proyecto de Refacción de la Iglesia de San José del Rincón”, material que permite hoy saber a ciencia cierta cómo había sido la capilla construida por Castañeda y al mismo tiempo, conocer cuáles eran las patologías más importantes detectadas en el edificio y en qué consistió la propuesta de reforma efectuada por Lomello. Así, el citado documento encontrado en el archivo de Catastro Municipal asume un destacado valor histórico, puesto que deja definitivamente establecida la forma y las dimensiones de la capilla primigenia y, particularmente, el nombre del autor que había sido el responsable de las importantes modificaciones operadas en el edificio hacia fines del siglo XIX..
Comparándose los planos y las fotografías, pudo establecerse que la intervención de Lomello persiguió una actualización del edificio, haciéndose evidente que se buscó homologar las proporciones de la espadaña y el arco cobijo de Castañeda con los nuevos lenguajes asimilados de la tradición académica. Para lograrlo, su autor decide sustituir la techumbre de tejas por otra de zinc, colocar un cielorraso horizontal de pinotea que oculte la estructura del techo (retirado luego en la intervención de 1995), instalar una escalera caracol de chapa para acceder al coro, entre otras sustituciones consideradas de menor envergadura. Como síntesis, vemos que la imagen obtenida revela y coincide con las transformaciones operadas en la arquitectura en conexión con el cosmopolitismo imperante. Nueva cubierta, frontis mixtilíneo, óculos y el tratamiento de toda la fachada con estrías, almohadillados, etc., componen los estilemas encargados de desplazar u ocultar las austeras formas empíricas y los materiales tradicionales heredados de la obra de Castañeda. Un reemplazo de modelos que queda justificado como parte de un proceso de modernización y de aculturación que se manifiesta tanto en la arquitectura como en otras expresiones de la vida social. A otra escala esto quedará demostrado en la ciudad de Santa Fe con la sustitución del Cabildo por la actual Casa de Gobierno.

Se consigna finalmente, que a propósito de la actualización arquitectónica realizada a mediados de 1995, donde nuevamente la Iglesia es objeto de transformaciones, hoy se debe lamentar la pérdida del espacio original del presbiterio, el retiro del retablo y el comulgatorio, la reconversión de la capilla lateral (incluida su pila bautismal), el repintado de los confesionarios (según la tradición provenientes de las Misiones) privando a la obra de su ingenua y expresiva simbología, elementos que por otra parte, constituían en sí mismo un patrimonio artístico de innegable valor. Bueno sería que de aquí en más, estos trabajos sean conducidos por especialistas en patrimonio, atento a los indiscutidos valores que posee la obra aquí descripta.

DISCURSO DEL SANTO PADRE A LOS MIEMBROS DEL PONTIFICIO COMITÉ DE CIENCIAS HISTORICAS

(Viernes, 7 marzo 2008)

Reverendo Monsignore,
Illustri Signori, gentili Signore!
Sono lieto di rivolgevi una speciale parola di saluto e di apprezzamento per il lavoro che svolgete in un campo di grande interesse per la vita della Chiesa. Mi congratulo col vostro Presidente e con ciascuno di voi per il cammino fatto in questi anni.
Come voi ben sapete, fu Leone XIII che, di fronte a una storiografia orientata dallo spirito del suo tempo e ostile alla Chiesa, pronunciò la nota frase: “Non abbiamo paura della pubblicità dei documenti” e rese accessibile alla ricerca l'archivio della Santa Sede. Al contempo, creò quella commissione di Cardinali per la promozione degli studi storici, che voi, professoresse e professori, potete considerare come antenata del Pontifico Comitato di Scienze Storiche, di cui siete membri. Leone XIII era convinto del fatto che lo studio e la descrizione della storia autentica della Chiesa non potessero che rivelarsi favorevoli ad essa.
Da allora il contesto culturale ha vissuto un profondo cambiamento. Non si tratta più solo di affrontare una storiografia ostile al cristianesimo e alla Chiesa. Oggi è la storiografia stessa ad attraversare una crisi più seria, dovendo lottare per la propria esistenza in una società plasmata dal positivismo e dal materialismo. Entrambe queste ideologie hanno condotto a uno sfrenato entusiasmo per il progresso che, animato da spettacolari scoperte e successi tecnici, malgrado le disastrose esperienze del secolo scorso, determina la concezione della vita di ampi settori della società. Il passato appare, così, solo come uno sfondo buio, sul quale il presente e il futuro risplendono con ammiccanti promesse. A ciò è legata ancora l'utopia di un paradiso sulla terra, a dispetto del fatto che tale utopia si sia dimostrata fallace.
Tipico di questa mentalità è il disinteresse per la storia, che si traduce nell’emarginazione delle scienze storiche. Dove sono attive queste forze ideologiche, la ricerca storica e l’insegnamento della storia all'università e nelle scuole di ogni livello e grado vengono trascurati. Ciò produce una società che, dimentica del proprio passato e quindi sprovvista di criteri acquisiti attraverso l’esperienza, non è più in grado di progettare un’armonica convivenza e un comune impegno nella realizzazione di obiettivi futuri. Tale società si presenta particolarmente vulnerabile alla manipolazione ideologica.
Il pericolo cresce in misura sempre maggiore a causa dell’eccessiva enfasi data alla storia contemporanea, soprattutto quando le ricerche in questo settore sono condizionate da una metodologia ispirata al positivismo e alla sociologia. Vengono ignorati, altresì, importanti ambiti della realtà storica, perfino intere epoche. Ad esempio, in molti piani di studio l’insegnamento della storia inizia solamente a partire dagli eventi della Rivoluzione Francese. Prodotto inevitabile di tale sviluppo è una società ignara del proprio passato e quindi priva di memoria storica. Non è chi non veda la gravità di una simile conseguenza: come la perdita della memoria provoca nell’individuo la perdita dell’identità, in modo analogo questo fenomeno si verifica per la società nel suo complesso.
E’ evidente come tale oblío storico comporti un pericolo per l’integrità della natura umana in tutte le sue dimensioni. La Chiesa, chiamata da Dio Creatore ad adempiere al dovere di difendere l’uomo e la sua umanità, ha a cuore una cultura storica autentica, un effettivo progresso delle scienze storiche. La ricerca storica ad alto livello rientra infatti anche in senso più stretto nello specifico interesse della Chiesa. Pur quando non riguarda la storia propriamente ecclesiastica, l’analisi storica concorre comunque alla descrizione di quello spazio vitale in cui la Chiesa ha svolto e svolge la sua missione attraverso i secoli. Indubbiamente la vita e l’azione ecclesiali sono sempre state determinate, facilitate o rese più difficili dai diversi contesti storici. La Chiesa non è di questo mondo ma vive in esso e per esso.
Se ora prendiamo in considerazione la storia ecclesiastica dal punto di vista teologico, rileviamo un altro aspetto importante. Suo compito essenziale si rivela infatti la complessa missione di indagare e chiarire quel processo di ricezione e di trasmissione, di paralépsis e di paràdosis, attraverso il quale si è sostanziata, nel corso dei secoli, la ragione d’essere della Chiesa. E’ indubbio infatti che la Chiesa possa trarre ispirazione nelle sue scelte attingendo al suo plurisecolare tesoro di esperienze e di memorie.
Desidero dunque, illustri Membri del Pontificio Comitato di Scienze Storiche, incoraggiarVi di tutto cuore a impegnarVi come avete finora fatto al servizio della Santa Sede per il raggiungimento di questi obiettivi, mantenendo il Vostro diuturno e meritorio impegno nella ricerca e nell’insegnamento. Mi auguro che, in sinergia con l’attività di altri, seri e autorevoli colleghi, possiate riuscire a perseguire con efficacia i pur ardui obiettivi che Vi siete proposti e a operare per una sempre più autentica scienza storica.
Con questi sentimenti ed assicurando un ricordo per Voi e per il Vostro delicato impegno nella mia preghiera, a tutti imparto una speciale Benedizione Apostolica.
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El Papa señala a los miembros del Pontificio Comité de Ciencias Históricas que una sociedad que olvida el propio pasado, carece de los criterios adquiridos con la experiencia y será particularmente vulnerable a la manipulación ideológica (Resumen de RADIO VATICANA)Viernes, 7 mar (RV).- Una sociedad que olvida el propio pasado carece de los criterios adquiridos con la experiencia y nunca estará en grado de proyectar una convivencia armónica ni comprometerse de forma común para realizar objetivos futuros. Una sociedad de estas características es particularmente vulnerable a la manipulación ideológica. En su audiencia a los miembros del Pontificio Comité de Ciencias Históricas Benedicto XVI ha criticado el desinterés actual por la historia que se refleja en la Universidad y en las escuelas de cualquier nivel.El Pontífice ha subrayado de forma especial que la pérdida de la memoria provoca en el individuo la pérdida de la identidad y de forma análoga este fenómeno se verifica para toda la sociedad. El punto de partida del Santo Padre ha sido la frase del Papa León XIII: “No tenemos miedo de la publicación de los documentos” referida a la accesibilidad al archivo de la Santa Sede. Porque este Papa estaba convencido del hecho de que el estudio y la descripción de la historia auténtica de la Iglesia sólo podía favorecerla.“Desde entonces –ha dicho Benedicto XVI- el contexto cultural ha experimentado un profundo cambio. No se trata sólo de afrontar una historiografía hostil al cristianismo y a la Iglesia, sino que tiene que luchar por su supervivencia en una sociedad plasmada por el positivismo y el materialismo”. Dos ideologías que han conducido a un desenfrenado entusiasmo por el progreso que determina la concepción de la vida en amplios sectores de la sociedad, animado por espectaculares descubrimientos y éxitos técnicos, no obstante las desastrosas experiencias del siglo pasado. En este contexto descrito por el Papa el pasado aparece sumido en la oscuridad y el presente y el futuro resplandecen con promesas esperanzadoras.El Pontífice ha advertido del serio peligro creciente a causa del “excesivo énfasis que se le otorga a la historia contemporánea, sobre todo cuando las investigaciones en este sector están condicionadas por una metodología inspirada en el positivismo y la sociología”.“Se ignoran además importantes ámbitos de la realidad histórica, incuso épocas enteras. Por ejemplo en muchos planes de estudio la enseñanza de la historia inicia a partir de la Revolución Francesa. Producto inevitable de tal desarrollo es una sociedad que ignora su propio pasado y carece de memoria histórica”.

lunes, 3 de marzo de 2008

Sacerdotes diocesanos españoles en Santa Fe

Inmigrantes con una misión especial


Pbro. Edgard Stoffel

Determinar las razones por las cuales un buen número de clérigos (sacerdotes y seminaristas) dejaron su tierra natal para trabajar pastoralmente en nuestra provincia -salpicada de colonias donde predominaban los italianos- es de fundamental importancia para comprender la incidencia que tuvieron en la vida de las comunidades que les fueron confiadas.

Ha sido un lugar común sostener que, por lo general, mientras los curas italianos eran enviados a las colonias, los españoles recalaban en Santa Fe o Rosario. Esto es cierto relativamente, ya que sobre 105 sacerdotes que actuaron en nuestra provincia, 54 destinos pastorales corresponden a ambos ciudades y a algunos centros de regular importancia y 145 a la zona de colonias.

También se ha considerado que la mayoría de estos clérigos se trasladó a nuestras regiones en busca de cierto bienestar material que se le negaba en sus tierras de origen y no por razones apostólicas, como tal vez pueda observarse en los integrantes de las congregaciones religiosas.

Hay tantas motivaciones como sacerdotes dejaron sus lugares de origen para desembarcar en Santa Fe, aunque esto no es óbice para precisar algunas constantes. No cabe dudas que la gran mayoría se trasladó para poder ejercer el ministerio pastoral que en su lugar de origen se les negaba -ya que eran muchos más los sacerdotes que los cargos a cubrir- y vivir de él, lo cual es perfectamente comprensible en el clero diocesano, pero no exclusivamente por puro interés material como alguna veces se ha insinuado.

Entre ellos podemos señalar a Gumersindo Arias (Oviedo), con 33 años de servicio a la Diócesis de Santa Fe; Antonio Bergas y Fons (Mallorca) que actuó entre 1904 y 1946; José Costa Riera (Ibiza) quién llegó a ser prosecretario del Obispado y Párroco de la Catedral; Mateo Llodrá (Mallorca), ingresado en 1904 y fallecido en el ejercicio de su ministerio en Cañada de Gómez; Juan Planells y Planells (Ibiza) sepultado en Clucellas; Monserrat Servera y Nabot (Mallorca) capellán y luego Párroco de Chabás durante 53 años; Antonio Torres (Ibiza) con 23 años de ministerio en Santa Fe; Francisco Azpiri (Vitoria) que llegó a ser Rector del Seminario en Guadalupe; Juan Gil y Santa Pau, propagador de la devoción a nuestra Patrona y retirado luego a La Plata; Rafael Boninn y Fuster (Mallorca) misionero en la Diócesis de Trujillo y luego Párroco de San Justo; y Miguel Torres, quien llegó a ser Vicario General del Arzobispado.

También en la educación
El deseo de la vida de perfección se reflejará en algunos -como Secundino Lezaum (Pamplona) y los hermanos Antonio y Matías Crespí y Vidal (Mallorca)- quienes tuvieron varios años de ministerio parroquial e ingresaron en la Compañía de Jesús.

Para colaborar en la tarea educativa habían emigrado otros sacerdotes con cierta formación intelectual como José M. Sánchez (Salamanca), quien se instaló en Rosario para ejercer en el Colegio Nacional, y Fausto Sánchez Torres y Javier Sastre y Vidal, invitados por los jesuitas.

De algunos sacerdotes no hay mayor información pero traen buenas referencias, tal el caso de Antonio Martínez (Granada) o Juan Canellas (Vich), recomendado por los superiores jesuitas y claretianos de Barcelona.

Aparecen luego otras causas como la presencia de algún familiar emigrado, encontrándose entre ellos Felipe Alegre y Alegre (Burgos), Emilio Martínez Álvarez (Oviedo), Rafael Sánchez Díaz (Granada) y Antonio Sastre y Sastre (Mallorca), aunque la mayoría por poco tiempo y en otros caso por razones de salud, como Luciano Domezaín (Calahorra y La Calzada) y Antonio Carbó Chivelli (Lérida).

Además de sacerdotes también ingresaron cinco seminaristas, casi todos con estudios avanzados: Dimas Mateos (nacido en Almeida) llegado y ordenado en 1981 y por muchos años Párroco de Rafaela; Benito Rodríguez Fernández (León) arribado en 1897, Cura de San Urbano (1908-1925) y fallecido en Barcelona en 1928; Juan Oryazabal y Uranga llegado en 1896, quien se desempeñó como capellán del Buen Pastor en Rosario y por razones de salud volvió al país vasco en 1920; Justo Miranda y Tascón (León) que ingresa en 1899 y se desempeñará como secretario del Obispo y a partir de 1905 como Cura de Santo Tomé; y Florentín Álvarez (Orense-Astorga) que en virtud de sus escasos recursos no podía realizar los estudios en España y se desempeñará como Cura de Sastre, Serodino, El Trébol, San Martín de las Escobas y San Jorge, donde falleció en 1928.

Roces y remociones
De las regiones eclesiásticas en las que estaba dividida España en la época de la gran inmigración, las que más sacerdotes aportaron fueron la de Valencia (35,76%) y Burgos (17,62%). De los obispados fueron -sin dudas- el de Mallorca, Ibiza, León y Vitoria.

A pesar de que la mayoría de los sacerdotes era enviado a pequeñas poblaciones, algunos de ellos fueron destinados a parroquias importantes de Santa Fe y Rosario como Juan Bauzá (El Carmen), Joaquín Salazar (Inmaculada Concepción) y José Riera (Catedral).

Respecto a la relación que se generaba entre los sacerdotes españoles destinados a las colonias y sus feligresías -que por lo general no solo deseaban un pastor propio sino que hablasen su propia lengua o dialecto-, es común encontrar en el reclamo de los colonos, en particular italianos, de contar con sacerdotes para su atención espiritual, pero cuidándose de hacer notar a los Obispos de que debían ser italianos, preferentemente piamonteses. Más aún, no faltaron denuncias a la Nunciatura y a la misma Santa Sede en detrimento del Obispo.

El envío de sacerdotes que no reunían estas condiciones tenía su repercusión en las comunidades receptoras, algunas de las cuales entraban en conflicto con ellos o viceversa. El detonante era alguna cuestión relativa al idioma o actitudes consideradas anti italianas.

Sin embargo, deben haber obrado otros elementos (falencias de los sacerdotes o hipersensibilidad de la comunidad), ya que también nos encontramos con lugares en donde sus Párrocos o capellanes por lustros fueron españoles y no se conocen mayores conflictos.

Situaciones conflictivas encontramos en 1901 en Ataliva donde había sido destinado Mateo Llodrá, pero los vecinos reclamaron su traslado ya que su único defecto consistió en hablar castellano. El Obispo consintió y manifestó se malestar.

En Llambi Campbell también se pidió la remoción del Cura y no se le quería abonar su asignación mensual. El afectado (Benito Rodríguez Fernández) escribió al Obispo: "La madre del Cordero de todo lo pasado, ¿sabe dónde está?. Está en que quieren un Prebe o Pretes o como sea, que sea italiano".

Numerosos casos
Otra población en la que se produjeron conflictos fue El Trébol, en 1917: los vecinos italiano consideraron que el Pbro. Ramón Cervilla era germanófilo y empapelaron el pueblo con un afiche en el que invitaban a no pagarle la asignación mensual.

Este sacerdote no tenía demasiado espíritu apostólico y podría considerarse entre aquellos que -en virtud de sus necesidades económicas- había aceptado ese destino pastoral. En su favor hay que decir que, vuelto a España en 1919, el 17 de agosto de 1936 fue fusilado de rodillas por las milicias republicanas, en tanto rezaba pidiendo perdón por sus verdugos.

Por otra parte, existían buenas relaciones entre los sacerdotes españoles y sus feligresías italianas. Tal era el caso de Juan González Canseco, quien al referirse al pueblo de Centeno resaltaba la religiosidad de los italianos en detrimento de sus connacionales.

Otro caso paradigmático es el de Dimas Mateos quién actuó en colonias mayoritariamente italianas como María Juana, El Trébol y Susana y culminó su labor pastoral en Rafaela. Allí fue Párroco entre 1901 y 1935, cuando falleció. Tuvo el respeto de toda su feligresía y contó con el apoyo decidido de vecinos de apellidos Ripamonti, Abele, Lorenzatti, de Miccheli, Ferrero, Albrecht, Zimermann e Inwinkelried, entre otros.

Otros hacedores
En la localidad de El Trébol, donde en 1917 denostaban al sacerdote español, en 1900 los vecinos ante el anuncio de que el Pbro. Miguel Castilla sería trasladado a otra colonia escribieron al Obispo: "Si bien es cierto que en un principio debido a que la mayoría de los feligreses eran italianos, que poco entienden la lengua castellana, no se demostraban con dicho capellán, es también cierto que en breve tiempo y debido a las raras dotes de que va adornado el referido sacerdote, se adquirió las generales simpatías. Hoy verían con mucho pesar que se alejara de esta capilla".

Mención especial merece José Marí Scandell, quien tras ejercer el ministerio en diversas colonias mayoritariamente italianas, en 1906 fue destinado a Venado Tuerto, donde existía una fuerte y determinante comunidad irlandesa. Allí permaneció hasta 1925.

Al Pbro. Juan Gil y Santa Pau, capellán del Santuario de Guadalupe entre 1901 y 1912, Monseñor Boneo le encomendó la atención pastoral del vecindario (compuesto por colonos alemanes, italianos y criollos y de los peregrinos que hablaban diversidad de lenguas) y la administración de las obras de la actual Basílica, que se concluyeron en 1910.

Positivo aporte clerical
Podemos concluir que la actuación del clero diocesano español en nuestra provincia fue positiva ya que, en su gran mayoría, se dedicaron con ahínco a sus tareas pastorales, lo cual no siempre era posible en sus lugares de origen.

A pesar de algunas situaciones que dificultaron la actividad pastoral, ya sea por limitaciones de los clérigos o incomprensiones de las feligresías, hay que señalar que gracias a su presencia se pudo mantener viva la llama de la fe y la religiosidad católica en poblaciones y colonias que -sin su concurso- se hubiera cumplido el temor que existía en Europa ante la partida de los inmigrantes: "En América se pierde la fe".

Publicado en suplemento 'Nosotros', 'El Litoral', 1ro de marzo de 2008

La corona de la Virgen

Pbro. Edgar Stoffel

Hace poco hemos recordado la solemne coronación de Nuestra Señora de Guadalupe en el año 1928 y a pedido de algunos lectores queremos referirnos en esta oportunidad a la Corona que fue colocada sobre su imagen y que hoy lamentablemente permanece desaparecida.

Como ya hemos dicho, la misma fue el fruto de las donaciones de miles de santafesinos -entre ellos mi bisabuela Margarita Pocchettino de Viola- que a lo largo y ancho de nuestra provincia hicieron su aporte para que la confección de la misma fuera posible.

A tal efecto, se había constituido en julio de 1927 dos comisiones responsables de recolectar las donaciones: una de Damas para la ciudad de Santa Fe y otra de Caballeros para el resto de la provincia las cuales deberían solicitar joyas y alhajas a las personas pudientes y ayuda pecuniaria a la feligresía en general para que la corona fuera la obra de todos los católicos de la Diócesis santafesina.

Tales donaciones debían ser espontáneas y no provenir de la organización de beneficios (rifas, bazares, kermés, etc.) ya que se quería que la financiación de la misma fuese expresión de la gratuidad de los fieles en la línea de las disposiciones de Mons. Boneo que consideraba que el culto debía sostenerse no con el aporte de este tipo de eventos, sino de la contribución genuina de los católicos.

Paralelamente, se examinaban diversos tipos de coronas (entre ellas las de Ntra. Sra. de Pompeya y de la Virgen del Rosario), eligiéndose el llamado modelo imperial similar al que coronaba la imagen mexicana y se solicitaba presupuesto a las casas más reconocidas en trabajos de orfebrería: Juan B. Bafico e hijo; Casa Scasany; Gottuzzo y Piana; Pichetto Hnos; Ricciardi y Cía; Bataglia y Carlos Parascándolo.

Este último sería el elegido. Una vez que tuvo en sus manos el oro y la plata se dedicó con esmero a la confección de una joya que tenía tan alto destino y en la que se jugaba también su reputación y prestigio.

Con respecto a la recolección de alhajas y dinero, la primera donación consistió en un anillo de platino con brillantes hecha de forma anónima, aunque antes del lanzamiento oficial de la campaña, la anciana Josefa de Navia había enviado una coronita de oro para la Corona de la Virgen de Guadalupe. A partir de setiembre de 1927, se recibió una diversidad de objetos de oro y plata imposible de describir más otros de cierto valor, la cantidad de 42.000 pesos y elementos atinentes al culto para el servicio del Santuario.

Examinadas las donaciones por expertos en el tema, al 15 de enero de 1928 se habían reunido 7.995 g de oro chafalonía (usado) y 2.650 g de plata, los cuales se hicieron fundir en la Casa de la Moneda y luego entregados para su bonificación a la prestigiosa Casa Bravi, quedando tras la "merma" 4.659 g de oro 18 K y 1.838 g de plata 900 mm.

El oro y la plata destinados a la confección de la Corona, en virtud de su abundancia, se utilizaron también para elaborar el arco de rayos que reemplazaría a la antigua que era de plata, la plaqueta y las medallas conmemorativas.

El fruto del trabajo del orfebre porteño fue una corona abovedada en la que se imitaban hojas de rosas cuyas nervaduras son de platino, la cual se completa con pedrería y un arco con estrellas que la rodea.

La misma medía de altura 16 cm en total, y 12,50 cm en el cuerpo central, con un diámetro de 5,50 cm en la base, 10 cm en el centro y 17 cm en el arco de estrellas. Su peso era de 340 g. Además tenía insertos 16 rubíes, 8 esmeraldas, 24 brillantes, diamantes de cierta importancia, y unos 250 de menor tamaño.

El arco de rayos y nubes era de oro y plata y la plaqueta con la inscripción "Santísima Virgen de Guadalupe. Recuerdo de su coronación Pontificia. Abril 22 de 1928" en oro y pedrería, siendo su peso de 1.420 g y 233,5 g.

Donaciones posteriores sumaron 2 kg de oro 18, 1 kg de plata y varias piedras preciosas.

En las primeras semanas de abril, la Corona fue expuesta en diversas joyerías de Capital Federal recibiendo muestras de aprobación por parte del Nuncio Cortessi y las numerosas personas que se detenían a observarla en las vidrieras. También en nuestra ciudad fue expuesta a la consideración del público, llevándose a cabo la misma en las vidrieras de la prestigiosa Casa Cassini, en San Martín y Tucumán.

Ya en Guadalupe y antes del solemne Pontifical de la Coronación, el nuncio apostólico tomó juramento al entonces cura párroco Pbro. Miguel Genesio quien se comprometió de acuerdo a lo prescripto por el ceremonial a conservar perpetuamente la corona en el lugar según lo permitieran las circunstancias de mayor seguridad.

Y desde entonces la Virgen coronada es la que hemos conocido y venerado los santafesinos, haciéndosenos difícil imaginar otra ya que hasta los hoy nonagenarios eran entonces pequeños.

Lamentablemente, el compromiso asumido por el padre Genesio y continuado por el padre Trucco se vio truncado la fatídica noche del 31 de mayo de 1980 cuando la corona y otros objetos también valiosos para la feligresía católica, fueron robados de la caja fuerte de la casa parroquial en un verdadero operativo comando.

El 1° de junio, la crónica de El Litoral no dudaba en afirmar que "robar la corona de la venerada imagen estaba muy lejos de las más audaces imaginaciones, porque no podía concebirse que se llegue al sacrilegio. Pero parecía estar escrito que siempre habrá margen para la sorpresa, aun en el submundo de la delincuencia".

Al hecho se lo autoadjudicó un denominado "Movimiento Católico Argentino contra el comunismo" enviando como prueba de su autoría dos pequeñas cruces sustraídas de la caja fuerte. Pretendía como condición para la devolución de los tan preciados bienes, la renuncia del arzobispo Mons. Vicente Faustino Zazpe, además de considerar que la excomunión de la que habían sido objetos no los afectaba ya que entendían que éste carecía de autoridad moral.

Encabezados por el entonces obispo auxiliar y vicario general Mons. Edgardo Gabriel Storni, los miembros de la curia episcopal publicaron una carta pastoral en la que rechazaban de plano las pretensiones -que se calificaban "demoníacas e injuriosas"- de quienes se denominó ladrones subversivos y chantajistas.

El robo nunca se aclaró y la causa judicial, a pesar de haber sido reabierta en 1999 no llegó a ninguna conclusión, a la par que se generó una serie de rumores que volvían a sacudir el delicado tejido eclesial que intentaba reponerse de la crisis vivida en los años '70.

Desde punto de vista material, ameritaba hacer todos los esfuerzos posibles para el esclarecimiento del hecho delictivo, más allá de las connotaciones ideológicas, ya que sólo el costo de confección de la corona, sin contar el oro utilizado, equivalía como mínimo a 110 sueldos de gobernador que por entonces rondaba los 1.500 pesos. Cuánto más si se tiene en cuenta el valor espiritual que representaba para el Pueblo de Dios que peregrina en Santa Fe.

Su irrecuperabilidad y la falta de esclarecimiento sigue siendo una deuda pendiente para los católicos y la sociedad santafesina en su conjunto y una afrenta a la memoria de aquellas miles de personas de diversa condición social que con su aporte, grande o pequeño, quisieron estar presentes en aquella verdadera ofrenda de amor a la Virgen Santísima, que se constituía en legado y ejemplo de fe y gratuidad para las generaciones venideras.

Publicado 'El Litoral', 29 de febrero de 2008