Pbro. Edgar Stoffel
Hace poco hemos recordado la solemne coronación de Nuestra Señora de Guadalupe en el año 1928 y a pedido de algunos lectores queremos referirnos en esta oportunidad a la Corona que fue colocada sobre su imagen y que hoy lamentablemente permanece desaparecida.
Como ya hemos dicho, la misma fue el fruto de las donaciones de miles de santafesinos -entre ellos mi bisabuela Margarita Pocchettino de Viola- que a lo largo y ancho de nuestra provincia hicieron su aporte para que la confección de la misma fuera posible.
A tal efecto, se había constituido en julio de 1927 dos comisiones responsables de recolectar las donaciones: una de Damas para la ciudad de Santa Fe y otra de Caballeros para el resto de la provincia las cuales deberían solicitar joyas y alhajas a las personas pudientes y ayuda pecuniaria a la feligresía en general para que la corona fuera la obra de todos los católicos de la Diócesis santafesina.
Tales donaciones debían ser espontáneas y no provenir de la organización de beneficios (rifas, bazares, kermés, etc.) ya que se quería que la financiación de la misma fuese expresión de la gratuidad de los fieles en la línea de las disposiciones de Mons. Boneo que consideraba que el culto debía sostenerse no con el aporte de este tipo de eventos, sino de la contribución genuina de los católicos.
Paralelamente, se examinaban diversos tipos de coronas (entre ellas las de Ntra. Sra. de Pompeya y de la Virgen del Rosario), eligiéndose el llamado modelo imperial similar al que coronaba la imagen mexicana y se solicitaba presupuesto a las casas más reconocidas en trabajos de orfebrería: Juan B. Bafico e hijo; Casa Scasany; Gottuzzo y Piana; Pichetto Hnos; Ricciardi y Cía; Bataglia y Carlos Parascándolo.
Este último sería el elegido. Una vez que tuvo en sus manos el oro y la plata se dedicó con esmero a la confección de una joya que tenía tan alto destino y en la que se jugaba también su reputación y prestigio.
Con respecto a la recolección de alhajas y dinero, la primera donación consistió en un anillo de platino con brillantes hecha de forma anónima, aunque antes del lanzamiento oficial de la campaña, la anciana Josefa de Navia había enviado una coronita de oro para la Corona de la Virgen de Guadalupe. A partir de setiembre de 1927, se recibió una diversidad de objetos de oro y plata imposible de describir más otros de cierto valor, la cantidad de 42.000 pesos y elementos atinentes al culto para el servicio del Santuario.
Examinadas las donaciones por expertos en el tema, al 15 de enero de 1928 se habían reunido 7.995 g de oro chafalonía (usado) y 2.650 g de plata, los cuales se hicieron fundir en la Casa de la Moneda y luego entregados para su bonificación a la prestigiosa Casa Bravi, quedando tras la "merma" 4.659 g de oro 18 K y 1.838 g de plata 900 mm.
El oro y la plata destinados a la confección de la Corona, en virtud de su abundancia, se utilizaron también para elaborar el arco de rayos que reemplazaría a la antigua que era de plata, la plaqueta y las medallas conmemorativas.
El fruto del trabajo del orfebre porteño fue una corona abovedada en la que se imitaban hojas de rosas cuyas nervaduras son de platino, la cual se completa con pedrería y un arco con estrellas que la rodea.
La misma medía de altura 16 cm en total, y 12,50 cm en el cuerpo central, con un diámetro de 5,50 cm en la base, 10 cm en el centro y 17 cm en el arco de estrellas. Su peso era de 340 g. Además tenía insertos 16 rubíes, 8 esmeraldas, 24 brillantes, diamantes de cierta importancia, y unos 250 de menor tamaño.
El arco de rayos y nubes era de oro y plata y la plaqueta con la inscripción "Santísima Virgen de Guadalupe. Recuerdo de su coronación Pontificia. Abril 22 de 1928" en oro y pedrería, siendo su peso de 1.420 g y 233,5 g.
Donaciones posteriores sumaron 2 kg de oro 18, 1 kg de plata y varias piedras preciosas.
En las primeras semanas de abril, la Corona fue expuesta en diversas joyerías de Capital Federal recibiendo muestras de aprobación por parte del Nuncio Cortessi y las numerosas personas que se detenían a observarla en las vidrieras. También en nuestra ciudad fue expuesta a la consideración del público, llevándose a cabo la misma en las vidrieras de la prestigiosa Casa Cassini, en San Martín y Tucumán.
Ya en Guadalupe y antes del solemne Pontifical de la Coronación, el nuncio apostólico tomó juramento al entonces cura párroco Pbro. Miguel Genesio quien se comprometió de acuerdo a lo prescripto por el ceremonial a conservar perpetuamente la corona en el lugar según lo permitieran las circunstancias de mayor seguridad.
Y desde entonces la Virgen coronada es la que hemos conocido y venerado los santafesinos, haciéndosenos difícil imaginar otra ya que hasta los hoy nonagenarios eran entonces pequeños.
Lamentablemente, el compromiso asumido por el padre Genesio y continuado por el padre Trucco se vio truncado la fatídica noche del 31 de mayo de 1980 cuando la corona y otros objetos también valiosos para la feligresía católica, fueron robados de la caja fuerte de la casa parroquial en un verdadero operativo comando.
El 1° de junio, la crónica de El Litoral no dudaba en afirmar que "robar la corona de la venerada imagen estaba muy lejos de las más audaces imaginaciones, porque no podía concebirse que se llegue al sacrilegio. Pero parecía estar escrito que siempre habrá margen para la sorpresa, aun en el submundo de la delincuencia".
Al hecho se lo autoadjudicó un denominado "Movimiento Católico Argentino contra el comunismo" enviando como prueba de su autoría dos pequeñas cruces sustraídas de la caja fuerte. Pretendía como condición para la devolución de los tan preciados bienes, la renuncia del arzobispo Mons. Vicente Faustino Zazpe, además de considerar que la excomunión de la que habían sido objetos no los afectaba ya que entendían que éste carecía de autoridad moral.
Encabezados por el entonces obispo auxiliar y vicario general Mons. Edgardo Gabriel Storni, los miembros de la curia episcopal publicaron una carta pastoral en la que rechazaban de plano las pretensiones -que se calificaban "demoníacas e injuriosas"- de quienes se denominó ladrones subversivos y chantajistas.
El robo nunca se aclaró y la causa judicial, a pesar de haber sido reabierta en 1999 no llegó a ninguna conclusión, a la par que se generó una serie de rumores que volvían a sacudir el delicado tejido eclesial que intentaba reponerse de la crisis vivida en los años '70.
Desde punto de vista material, ameritaba hacer todos los esfuerzos posibles para el esclarecimiento del hecho delictivo, más allá de las connotaciones ideológicas, ya que sólo el costo de confección de la corona, sin contar el oro utilizado, equivalía como mínimo a 110 sueldos de gobernador que por entonces rondaba los 1.500 pesos. Cuánto más si se tiene en cuenta el valor espiritual que representaba para el Pueblo de Dios que peregrina en Santa Fe.
Su irrecuperabilidad y la falta de esclarecimiento sigue siendo una deuda pendiente para los católicos y la sociedad santafesina en su conjunto y una afrenta a la memoria de aquellas miles de personas de diversa condición social que con su aporte, grande o pequeño, quisieron estar presentes en aquella verdadera ofrenda de amor a la Virgen Santísima, que se constituía en legado y ejemplo de fe y gratuidad para las generaciones venideras.
Publicado 'El Litoral', 29 de febrero de 2008
lunes, 3 de marzo de 2008
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