miércoles, 13 de junio de 2007

IL 'PRETE' RINALDI

DOMINGO RINALDI. CURA DE GALVEZ
Pbro. Edgar Gabriel Stoffel
Williams Nelso Alcaraz


I- INTRODUCCION


La víspera de la fiesta patronal de la colonia –el 9 de junio de 1893- llegaba al pueblo de Estación Galvez el Pbro. Domingo Rinaldi, portando una nota dirigida a los Miembros de la Comisión de Iglesia del lugar en la que el Pbro. Jacinto Viñas –Secretario del Obispado- comunicaba que era el nuevo Capellán de la población.

En aquellos momentos la situación era bastante difícil ya que persistía la agitación que se había iniciado durante el mes anterior cuando algunos vecinos azuzados por los comerciantes, se levantaron contra el Pbro. Domingo Virile argumentando que éste había realizado trabajos que no estaban autorizados por la Comisión de Iglesia.

Estas situaciones eran bastante comunes en las colonias fundadas por inmigrantes, especialmente en sus primeros años de vida donde todo estaba por hacerse.

Comenzaba de esta manera una historia que duraría casi 35 años y que al cumplirse 150 años del nacimiento del padre Rinaldi queremos rescatar para hacer memoria agradecida de lo que Dios obró en él y de lo que por él obró en esta comunidad, como asi tambien para provecho de las nuevas generaciones sacerdotales y laicales.


II- GALVEZ. ALLA LEJOS Y HACE TIEMPO


Situada en el corazón de nuestra ‘Pampa Gringa’, nuestra comunidad surgió como la mayoría de los pueblos nuevos que a partir de 1870 comenzaron a pulular en el territorio provincial.

Hacia 1882 se establecen en los fértiles campos que eran propiedad de los Bauer, Jiménez, Gálvez y otros los primeros inmigrantes venidos en su casi totalidad de las regiones del norte italiano.

Para aquellos pioneros de la colonización en la zona la vida no será para nada fácil ya que la realidad del lugar no distaba demasiado de las características generales que el Pbro. Américo Tonda señala para aquel período:

‘Las familias vivían aisladas, sin más medio de locomoción que un carro sin resortes, pobres, frecuentemente bajo el azote de la langosta y la sequía’

Sin embargo este panorama comienza a cambiar con la llegada del ferrocarril que unía Rosario con Sunchales, ya que un grupo de inmigrantes a los que se le suman algunos vecinos provenientes de la vieja Coronda se asientan en torno a la nueva estación. Allí se establecen los primeros comercios y la escuela primaria, conformándose de esa manera el núcleo inicial del nuevo pueblo.

El Censo provincial de 1887, realizado pocos meses después de estos sucesos arroja un total de 1645 habitantes, de los cuales 645 residen en el incipiente núcleo urbano y el resto en las chacras vecinas.

Hasta la década del ’30 la mayoría de la población estará ligada a la actividad agrícola –cereales y oleaginosas-, el desarrollo del ferrocarril que la conectará con diversas partes del país y los servicios que demandaba la agricultura, y a partir de ese momento se agregará la explotación ganadera debido a la caída al precio de los cereales.

A lo largo de esas décadas se desarrollarán las instituciones básicas de la comunidad (comuna, escuelas, biblioteca, periódicos, etc) y en el año 1939 se alcanza el rango de ciudad, a la par que comienza el desarrollo de la industria metalmecánica.

III- EL CATOLICISMO ENTRE NOSOTROS

Los primeros tiempos

Aquellos inmigrantes que a partir de la década del ’80 del siglo XIX comenzaron a ocupar los campos de nuestra zona, en su casi totalidad profesaban el catolicismo.

Oriundos del Piemonte y la Lombardía, en su mayoría, tenían una fe simple heredada de sus padres y alimentada por la acción de los Párrocos allá en el ‘paese’ lejano, aunque no faltaban algunos imbuidos de cierto espíritu anticlerical, cuando no antirreligioso.

Hasta fines de 1887, los primeros pobladores de esta región –conocida como colonia ‘Margarita’- vivieron librados a su propia suerte en materia religiosa, situación –por otra parte- común en la época que se puede constatar en la historia de la casi totalidad de nuestros pueblos y colonias.

Las causas de esta situación -las cuales no pretendemos profundizar aquí- están en íntima relación con el estilo de la política colonizadora que se llevó a cabo en nuestra provincia y por la pobreza de la Iglesia local carente de una estructura adecuada para hacer frente al fenómeno inmigratorio que transformó el espectro santafesino.

Así a las necesidades materiales se sumaban las espirituales, y para su satisfacción los pobladores debían dirigirse a Coronda, pueblo Irigoyen, San Carlos o Gessler, situadas a considerable distancia, en una época en que los caminos no pasaban de la categoría de huellas que iban abriendo los carros encargados de llevar el cereal hasta la costa del río o a los molinos de la vecindad, o bien esperar que alguno de los sacerdotes que actuaban en la zona se llegase hasta aquí.

Tales carencias incidirán en el ánimo de muchos que abandonarán la zona en busca de mejores horizontes como bien lo recuerda nuestro homenajeado:

‘Poco a poco se rompieron los campos cuyos trabajadores se fueron a poblar Carlos Pellegrini, El Trébol, San Jorge, etc., a causa de que los grandes latifundistas nunca han querido vender, y porque no había iglesia’

Algunas de estas dificultades comenzarán a superarse con la llegada del ferrocarril en 1886 y el surgimiento del núcleo urbano, al punto que para esa época se habla del ‘... pueblo Gálvez, centro de la colonia Margarita’.

En el contrato para el trazado del pueblo que firman el propietario José Galvez y el empresario ferrocarrilero Cristóbal F. Woodgate se hace expresa mención del compromiso de donar la mitad de una manzana para la construcción de un templo:

‘Tercero- los comparecientes destinarán una cantidad que será fijada de común acuerdo, para ayudar a la edificación de una capilla y de una escuela, cuando el vecindario quiera hacer tales obras, así como el terreno necesario, para cuyo objeto se designa desde ya la mitad de la manzana señalada con la letra Ee en el plano aprobado por ambos comparecientes el cual tengo a la vista para este otorgamiento y que rubricado de mi mano entrego al Señor Woodgate’

A pesar de este compromiso y que para junio de 1887, sobre 1645 habitantes 1623 se declararan católicos, la población no tenía aún un templo donde rendir culto a Dios ni sacerdote con residencia estable para la atención espiritual de los fieles.

Por cierto que no pocos galvenses manifestaban su inquietud ante la falta de templo y con ese fin y el de dotar a la comunidad también con una escuela, se habían reunido ya en abril de ese año a instancias de la Comisión de Fomento para determinar cual sería el aporte de la Colonia para llevar adelante dichas obras, surgiendo allí el compromiso unánime de reunir 2000 $.

La atención pastoral


Todo el actual departamento San Jerónimo, hacia la época en que los primeros inmigrantes se asientan en la zona, pertenecía a la jurisdicción parroquial de Coronda.
Así hemos encontrado que con fecha 5 de julio de 1885 se realizan Bautismos en el distrito Monte Ralo por parte de un misionero, en la casa de Don Ignacio Basualdo. Tiempo mas tarde, el 12 de diciembre de 1886 se registra la defunción de una niñita de quince meses de apellido Sentini y con fecha 11 de mayo de 1887 la defunción de doña Isabel Frutos de Questa.

Hacia fines de ese año, además del Cura de Coronda, atiende a espiritualmente a los vecinos el Capellán de Irigoyen Pueblo, lo que genera algunos conflictos de los llamados de jurisdicción. Esto obliga a que desde la Curia Paranaense –Obispado al cual entonces pertenecíamos- se le comunique al Capellán de la colonia vecina que el territorio situado al este de la vía del ferrocarril Campana a Rosario y Rosario a Sunchales, pertenecía a Coronda.

El 26 de enero de 1888 el padre Juan Fripp –Cura de Coronda- señala que ‘... Galvez está bajo este Curato’ y el 28 de abril se le comunica al Pbro. José Villarino que como Cura de Coronda ‘... tiene jurisdicción sobre los distritos de Coronda, Gálvez y Gaboto que el 6 de junio pasado de 1887, arrojaba la población de 8221 Hb s., población que aumenta de día en día’.

En todo ese tiempo, los sacerdotes que actuaron en Coronda y que de un modo u otro tuvieron contacto con el vecindario fueron los padres Patricio O’Shea, Francisco Piccirilli (entre julio y agosto de 1887), Domingo Delfino (setiembre) y los citados uan Fripp (del 8 de octubre al 26 de marzo de 1888) y José Villarino (de abril a setiembre), quienes alentaron a los vecinos a la construcción de una capilla para poder celebrar en el lugar el culto divino.

La primera capilla

La construcción de la primera capilla en Gálvez fue posible gracias a la decisión de un grupo de vecinos –que como ya señalamos- habían sido convcocados con este fín y el de edificar una escuela.

Juan de Larrechea en sus recuerdos sobre Gálvez, anota que fueron los comerciantes quienes en procura de sus propios beneficios comenzaron a presionar para que se levantara una capilla en el solar asignado a tal efecto en el convenio Gálvez -Woodgate, aunque a la par señala –creemos erróneamente- que tal determinación se tomada a raíz de que la construcción de la llamada ‘Iglesia Vieja’ estaba detenida por falta de fondos y se hallaba distante del centro.

Lamentablemente no ha sido posible localizar ningún pedido de autorización para construir iglesia en Gálvez ni tampoco el permiso respectivo, aunque a fines de marzo de 1888 el Capellán de la colonia Irigoyen –Pbro. Serafín Barberis- bendecía la piedra fundamental del templo a construir, aunque a espaldas del Cura de Coronda.

Los trabajos se llevaron a cabo en ese año y probablemente los constructores hayan sido Domingo Pío y Luis Aimini.

De pequeño porte, estaba construida en barro, del ancho de un ladrillo y medio. Medía 20 mts. De largo y tan 4 de ancho. El techo era de tejas y carecía de todo revoque, tanto interno como externo. Al costado tenía una especie de ‘campanile’, bastante precario, en el cual estaba colocada una pequeña campana que se utilizaba para convocar a los fieles.

Una vez finalizada la obra no será habilitada al Culto ya que el albañil la mantiene cerrada por que no se le abona por su trabajo.

En el año 1891 el Pbro. Virile realizará algunas modificaciones y arreglos en la misma, ensanchándola cuatro metros más y agregando al cuarto que servía de sacristía (y también de dormitorio) tres cuartos mas.

Al parecer el Capellán ordenó estos trabajos sin el consentimiento de las Comisiones de Fomento e Iglesia y aportando de su peculio personal, lo cual le produciría mas tarde algunos sinsabores.

Iniciando el siglo XX el padre Rinaldi y en consonancia con la opinión del Visitador de Parroquias que había estado en Gálvez el año anterior le señala a Mons. Boneo que la capilla –a la que califica de ‘pobre’- ‘es muy baja y sobre ser chica e incómoda, en los días festivos, hace un calor tal de no poderse aguantar’.

A pesar de que no hacía muchos meses había realizado en torno a la misma una calzada de 32 mts, arreglado y blanqueado el frente y un nicho para el altar, la fachada y dos paredes estaban vencidas y las canaletas del techo necesitaban ser renovadas.

Esta construcción, con algunos arreglos menores, permanecerá en pié hasta el año 1908 en que la derriba para habilitar al Culto el nuevo templo que se construía en su entorno.

La Capellanía

Una vez que la Capilla fue habilitada al Culto público bajo la advocación de San José, hacia el mes de setiembre de 1888 el padre jesuita Enrique Niemann comienza a atender espiritualmente a la feligresía de Estación Gálvez, inaugurándose así una nueva etapa para la vida de la comunidad cristiana ya que la residencia de sacerdotes en ésta, a partir de entonces será mas o menos estable

Su presencia en la localidad había sido muy esperada, aunque hay que señalar que a los sentimientos religiosos se le sumaban otros, tal como lo manifiesta el corresponsal del periódico corondino ‘La Reforma’, donde se lee:

‘Por fin tenemos Cura y pronto los fieles tendrán el gusto de oír Misa. Esto era esperado con ansiedad. El comercio ganará mucho y el pueblo también’


Tal afirmación no debe extrañarnos, ya que dada la religiosidad de los colonos que acostumbraban a trasladarse largas distancias para participar del Culto y de paso realizar las compras para toda la semana elegían aquellas ‘Plazas’ en las que hubiese templo y sacerdote y desechaban las que no brindaban esos servicios, con lo cual el comercio se veía perjudicado.

La acción pastoral de este sacerdote que alternaba la atención de Gálvez con la de San Jerónimo Norte y a veces era reemplazado por su co-hermano Federico Tewes quien estaba destinado en San Carlos fue bastante limitada ya que se extiende entre octubre de 1888 y abril del año siguiente, aunque en ese corto lapso inaugura -apenas llegado- el Libro de Bautismos.

En el mes de mayo de 1889 la Capilla queda a cargo del Pbro. Antonio Daniele –sacerdote italiano del Obispado de Caserta que había actuado como Párroco en la zona rural de Las Conchas y Alvear (Bs As) y Nogoyá (Entre Rios)-, quien el 9 de julio es reemplazado por el Pbro. Domingo Virile.

Antes de avanzar conviene explicar que las nuevas comunidades que iban surgiendo no eran erigidas como Parroquias por el Obispo Gelabert y los sacerdotes no se los nombraba Párrocos, sino que se habla de Capellanías y capellanes.

A tenor de Derecho estas Capellanías no podían tener Libros de registros sacramentales propios y el sacerdote a cargo se equiparaba a lo que entonces se denominaba Teniente Cura, sin embargo en la extensa Diócesis del Litoral o Paraná, estas Capellanías en la practica actuaban como Parroquias ya que los capellanes se comunicaban directamente con el Obispo –obviando al Párroco-, llevaban registros propios de los sacramentos que administraban y usufructuaban los beneficios que esta producía.

Esta praxis del Obispo Gelabert motivó protestas de parte del Gobierno Nacional que consideraba que la provisión de Curatos no se hacía conforme al Patronato y del mismo Cura de Coronda –entre otros- ante los atropellos que a su juicio cometían los capellanes de las capillas del Departamento San Jerónimo bajo su jurisdicción.

Una explicación acerca de este particular funcionamiento –a nuestro juicio- tiene que ver con la imposibilidad por parte del Obispo de llenar los requisitos impuestos por el Patronato y por la escasez de sacerdotes locales que obligaba a aceptar a clérigos extranjeros y desconocidos –que muchas veces no eran del todo idóneos- y que gracias a esta figura canónica podían ser removidos sin dificultad lo cual no era posible con los Párrocos.

El Pbro. Domingo Virile era también de origen italiano y había llegado a Argentina desde Nápoles desconociéndose hasta ahora en que lugares desarrolló su ministerio sacerdotal antes de ser designado como Capellán de Estación Galvez, cuya Capilla había sido puesta bajo la advocación de Santa Margarita de Cortona..

Durante su estadía al frente de la Capellanía abrió el Libro de Matrimonios y amplió la estrecha capilla e hizo unos cuartos para su residencia, lo que terminó malquistandolo con
la Comisión de Iglesia primero y luego con la de Fomento.

La tensión que había manifestado ya en 1891 dado que los vecinos no cumplen con la subvención que se había comprometido a entregar al Capella, se agrava al año siguiente y estalla en 1893 a tenor de lo que señala el padre Rinaldi:

‘No había todavía pagado el techo, cuando se sublevó contra de él una tempestad, por fútiles motivos y lo obligaron a salir’

El Pbro. Virile se retira de Galvez el 8 de mayo de 1893 para hacerse cargo de la Capellanía de Carlos Pellegrini y es reemplazado interinamente por el italiano y ex salesiano Luis Chiara, entre el 8 y el 21 de ese mes.

Pocos días después llega el Pbro. Ramón Barros Varela, originario del Obispado de Compostela (España), quien apenas comenzado el mes de junio presenta su renuncia al Obispo probablemente por el estado de efervescencia en que se encuentra la población a raíz de las deudas que había contraído el Pbro. Virile, ya que como recordaría años mas tarde el padre Rinaldi:

‘Después de cuarenta días de turbulencia, la Divina Providencia, me mandó a mí y todo se tranquilizó’

De todos modos, los inicios del nuevo capellán no fueron nada fáciles ya que los problemas subsistían dado que los comerciantes amenazaban sacar el techo si no se les pagaba, pero para comienzos de 1894 el padre Rinaldi hizo un arreglo con ellos que les conformó.

Creación de la Parroquia

A pesar de que el padre Rinaldi ya con fecha 11 de junio de 1893 firmaba como Cura de la Parroquia de Santa Margarita, la verdad es que la comunidad católica de Gálvez será erigida como tal por el Decreto del 3 de diciembre de 1898, por el cual Mons. Juan Agustín Boneo –primer Obispo de la nueva Diócesis de Santa Fe- procede a dividir el extenso territorio de la Diócesis en 46 Parroquias, situadas en su mayoría en la ‘Pampa Gringa’ y sobre la base de las antiguas Capellanias.

Entre estas se encuentra la de Gálvez a la que da como límites al Norte el Departamento Las Colonias y el arroyo Colastiné, al Sur la línea que corre desde la cañada de Las Bandurrias hasta la Estación Irigoyen y que la separa de la Parroquia de Estación Diaz, al Este las vías del ferrocarril Buenos Aires y Rosario –ramal Santa Fe- que parten de Estación Irigoyen y al Oeste el Departamento San Martín y se la coloca bajo el patronazgo de Santa Margarita de Escocia.

A la nueva jurisdicción parroquial se le agregan las colonias Loma Alta, Campo Piaggio y López y parte de los campos de colonia Irigoyen.

Un nuevo Decreto fechado el 19 de diciembre dispone el nombramiento en carácter de interinos y en carácter de amovibles ‘ad nutum’ a los sacerdotes que han de desempeñarse al frente de las Parroquias, entre quienes se encuentra el Pbro. Domingo Rinaldi para la Parroquia de Gálvez.

A los Párrocos correspondía la predicación de la Palabra de Dios y las demás verdades de la Fe, la administración de los sacramentos del Bautismo, Penitencia, Eucaristía, Matrimonio y Unción de los enfermos, la instrucción de los niños y jóvenes y la celebración de las exequias según los prescribía el Concilio de Trento y las disposiciones de la Curia Episcopal.

Mención especial merece lo referente a la instrucción catequetica a la cual Mons. Boneo le dedica un decreto fechado el 6 de diciembre, donde instruye a los sacerdotes acerca de esta tarea.

Una de las primeras medidas tomadas fue la de unificar el texto catequístico ya que existían diversos y variados y lo mismo sucedía con el método explicativo, debido en buena parte a la diversidad de orígenes de los sacerdotes a cargo de pueblos y colonias.

Así, mientras se esperaba la publicación de un Catecismo universal o al menos regional, disponía el uso del llamado ‘Catecismo de Astete’ y su compendio, los que a partir de ese momento se convertían en Catecismos diocesanos.

A los Párrocos se les encomendaba utilizar la obra de José García Mazo para enriquecer la explicación catequistica y solicitar la ayuda de los laicos para esta tarea, a la par que se instaba a la creación y establecimiento de Congregaciones de la Doctrina Cristiana.

En cuanto a la metodología a seguir se disponía que la instrucción catequetica debía llevarse a cabo los domingos y días festivos en todos los templos en los que se administraban sacramentos, incluidos los no parroquiales y debía extenderse una hora, amenizarla con cánticos religiosos, en el mayor orden posible y separando a los niños según el sexo.


IV- QUIEN ERA EL PADRE RINALDI

Domingo Rinaldi vino al mundo en la fracción Cologna de la comuna de Tirano un 15 de junio de 1855 en el seno de la humilde familia fundada por Domingo y Catalina Capelli y bautizado en la iglesia parroquial puesta bajo la advocación de la Santísima Trinidad.

El mundo del padre Rinaldi

Su ‘paese’ está inserto en la Valtellina, zona que integra la parte mas septentrional de la Lombardía y que se caracterizaba por la pobreza de su población originada en las características morfológicas del territorio: llanura aquitrinosa (saturada de agua), atravesada por el río Adda y rodeada de montañas cuyos valles se adentran en el valle principal.

Esta comunidad ‘montanara’ o montañesa está situada a unos 450 mts. de altura y hunde sus raíces en los tiempos prehistóricos tal como se desprende de las incisiones rupestres encontradas en la zona.

Un ámbito difícil para la agricultura que se realiza en terrazas donde continuamente los campesinos debían agregar tierra ya que la enorme cantidad de torrentes (se calcula unos 160), que solían precipitarse furiosamente arrasaban con la misma y a lo que hay que sumarle los desbordes del Adda que hacían imposible ocupar las tierras del denominado ‘fondavalle’.

Una década antes del nacimiento de Domingo Rinaldi, Francesco Visconti Venosta escribía que en la Valtellina el agua y el hombre se disputaban el territorio y una década después el prefecto Giacinto Scelsi precisaba que si bien era cierto que la zona era la segunda mas extensa de la Lombardía con sus 314.198 Has, solo un 11 % se podía destinar a la agricultura ya que el resto lo constituían colinas, tierras saturadas de agua, montañas altísimas, inhóspitas e infecundas.

En esta superficie amplia pero de valor irrisorio y en grandes extensiones totalmente improductiva los campesinos por siglos han tratado de aprovechar las terrazas para cultivar la vid y algunos cereales –siempre escasos- o a criar algunos animales de calidad relativa, en tanto otros pobladores se ocupaban ya en el siglo XIX de la explotación forestal que iba a alimentar la naciente industria lombarda.

La estratificación social era muy alta, con una mayoría campesina a la que se le hacía imposible salir de su pobreza por un lado y por el otro, un grupo constituido por la aristocracia local y una burguesía en ascenso dispuesta a explotar los recursos que generaba la región: agua, bosques, minerales.

La escasa tierra cultivable, cuando estaba en manos de los campesinos se reducía a pequeñas parcelas poco rentables y en las extensiones de mayor envergadura que pertenecían a las familias dominantes, los agricultores estaban atados a la ‘cláusula capestro’ -verdadero yugo- que los sujetaba de por vida a los patrones.

Buena parte de la población estaba mal alimentada y la ‘pellagra’ reinaba por doquier ya que la ‘polenta’ era el plato básico que se consumía diariamente y a lo que le agregaba un pan mal cocido y peor conservado, papas, legumbres, leche, queso y eventualmente castañas u otros frutos estacionales y donde la carne era casi siempre ausente.

Esto explica la alta tasa de mortalidad infantil o que en la ciudad de Como, muchas familias entregaran sus hijos a la Beneficencia pública.

En el plano habitacional muchas veces también el establo –especialmente en los meses invernales- se destinaba a estos fines por lo cual los riesgos para la salud, a causa de las condiciones higiénicas se agravaban.

Dada esta situación, ya para 1800 se constata la partida de valtellineses hacía países vecinos en busca de trabajo lo cual se incrementará a partir de 1870 en que miles y miles de campesinos y pequeños artesanos abandonarán la región para ‘partire a l’America’ en busca de un futuro mejor, constituyéndose la inmigración en una herida violenta para la vida de la Valtellina.

En el aspecto religioso hay que señalar que la región está profundamente marcada por la impronta mariana, al punto que Ugo Pedrini afirma que todo el territorio de la Valtellina habla de la Madre de Dios y que no hay Templo parroquial, iglesia conventual o capilla rural donde no haya altares dedicados a Ella o a los misterios que la relacionan con su Hijo y donde los artistas famosos o anónimos, no le hayan dedicado alguna de sus esculturas o pinturas.

Pero por encima de todos los lugares de Culto se impone el Santuario ‘della Madonna’ en Tirano que constituye a decir del autor precedente el corazón del creyente de la Valtellina y a cuya sombra protectora se desarrolló la vida de Domingo Rinaldi y su familia.

Mas allá de la posición estratégica de este lugar ya que por allí se podía acceder al lago di Como, a la Engandina, a Alemania y a Venecia, sería su Santuario el que terminaría dando renombre a Tirano.

La devoción a la Virgen en este sitio tiene que ver con la manifestación que en la festividad de San Miguel Arcángel realiza la ‘Madonna’ a un campesino que estaba cultivando su parcela y a quien saluda diciéndole ‘bene avrai’ y le solicita expresamente la construcción de una iglesia en su honor con la promesa de conceder salud espiritual y corporal a quienes la invocasen.

No deja de ser llamativo que a diferencia de otras apariciones que acontecen generalmente en lugares apartados o de acceso difícil, ésta lo haya sido en un sitio que en aquellos tiempos era clave para las comunicaciones.

El 25 de marzo de 1505 se colocaba la piedra fundamental del Santuario que sustituiría a la capilla que se había erigido provisoriamente, en 1513 –aún cuando no estaba concluido- se habilitaba al Culto, entre 1519-1524 se construye la ‘Capella dell’ Aparizione’ y en 1528 el Obispo de Como procedió a su consagración aunque los trabajos continuaron durante muchas décadas hasta su total finalización.

Lo que si es importante destacar es que estando la Valtellina sujeta a ‘Il Grigione’ durante la crisis protestante y dada su cercanía con Suiza y Alemania se intentó introducir la ‘Reforma’ en la misma, ocasión en que el Santuario se convirtió en el centro de la resistencia católica gracias a la profunda devoción mariana de los ‘valtellinesi’, al punto que San Carlos Borromeo pasó toda una noche de oración en el lugar.

En 1787 la Sagrada Congregación de Ritos, reconociendo la importancia del Santuario y el culto allí celebrado, señala a la ‘Madonna’ que en el se venera com o Patrona de la Valtellina y aprueba el oficio propio de la Virgen no solo para el lugar sino para todo el valle.

Nuestro biografiado, nacido en 1855 conoció el Santuario en todo su esplendor y seguramente habrá acudido a él con frecuencia dada la corta distancia (una media milla) entre Cologna y Tirano, especialmente para la festividad que solía congregar una gran multitud de fieles que se acercaban ‘encontrarla, admirarla, hablarle, escucharle’ tal como se puede apreciar en una pintura de 1861.

A pesar del impacto que había significado la Revolución francesa la vida religiosa popular continuaba el ritmo que traía desde siglos anteriores: la mayoría cumplía con el precepto de la comunión pascual, participaba de las ‘Quarant’ore’ como alternativa a la fiesta de carnaval, los domingos se escuchaba la exposición de la doctrina cristiana y se integraba alguna asociación piadosa.

La Parroquia continuaba siendo el centro espiritual de la comunidad y a través del Párroco los fieles realizan su experiencia eclesial ya que es él quién administra los sacramentos, dirige las practicas devocionales, preside las procesiones, peregrinaciones y fiestas estacionales y además realiza los exorcismos sobres los animales y los sembradíos e invoca a los santos protectores de los diversos oficios.

La vida moral de los habitantes tanto personal como familiar se mantenía en los límites de la concepción cristiana con rarisimos casos de concubinato u otras situaciones anormales, aunque se criticaba el abuso del alcohol que muchas veces se vendía en tabernas frente a la iglesia y durante el horario de misa y el indiferentismo que comenzaba a hacerse carne especialmente en los varones.

Todavía en 1873 y a pesar de las nuevas ideas que imponía por todas partes el liberalismo tras la ‘Unitá’, el Obispo Carsana señalaba tras su Visita Pastoral que en las parroquias de la campaña se mantiene la buena tradición.

Esta realidad difícil y compleja generaba un sujeto histórico habituado al sacrificio dada la vida dura, pobre y peligrosa; laborioso, austero, constante, agradecido y por sobre todo profundamente religioso y confiado en la Providencia, valores todos estos que se manifestaban generosamente en el padre Domingo Rinaldi.

La vocación al sacerdocio

En medio de grandes dificultades, especialmente económicas, logró cursar sus estudios elementales y pasado un tiempo marchó al servicio militar, ambiente poco propicio para el florecimiento y conservación de una vocación eclesiástica ya que primaban sentimientos de independencia respecto a la religión y un acentuado anticlericalismo.

Esta experiencia no solo que no incidió negativamente sobre él, sino que por el contrario lo fortaleció en sus convicciones y así bajo la guía del Párroco de la ‘Santisima Trinitá’ de Cologna, el Pbro. Alejandro Parravicini decidió ingresar al oratorio salesiano de Valdocco que estaba situado en la periferia de Torino y donde se había establecido Don Bosco en 1846 y donde también moriría en 1888.

Tras un tiempo en aquel sitio marchó a San Benigno Canavese donde se encontraba una de las casas que los salesianos había abierto en el Piamonte realizando allí su noviciado y recibiendo el 3 de noviembre de 1881 el hábito clerical de manos del fundador de la Congregación salesiana.

Al año siguiente –con fecha 7 de octubre- hacía su profesión perpetua como religioso en manos de Mons. Cagliero, el gran Apóstol de la Patagonia.

El 19 de noviembre de 1883 parte hacia nuestro país como integrante de la octava expedición misionera que enviaba Don Bosco y que conducía el padre Santiago Costamagna –otro gran Apóstol de nuestro sur-, llegando a Buenos Aires el 8 de diciembre.

Luego de un breve retorno a su patria en 1884, fue destinado al Colegio que los Padres salesianos regenteaban en San Nicolás de los Arroyos, al cual se incorpora en el otoño de ese año.

Habiendo trabajado un tiempo en dicho lugar donde la atención espiritual de los inmigrantes italianos se contaba entre las prioridades y bajo la dirección del padre Domingo Tomatis, el 13 de febrero de 1886 recibía la Tonsura y las entonces llamadas ordenes menores, al día siguiente el subdiaconado, el 21 de febrero el diaconado y el 24 del mismo, el presbiterado, todo ellos de manos del ya citado Cagliero.

Al poco tiempo fue trasladado al Colegio Santa Catalina -sito en cercanías de la estación Constitución y que los salesianos atendían desde agosto de 1885- y donde permaneció hasta 1888 dedicándose además de lo específicamente ministerial, a la enseñanza.

De allí fue trasladado a La Plata –nueva capital de la Provincia de Buenos Aires- donde residían numerosos italianos que requerían de la atención de los salesianos, quienes en agosto de 1886 inauguraban el Colegio Sagrado Corazón.

En este lugar permanece solamente un año para ser nuevamente trasladado al barrio de ‘La Boca del diavolo’ en la Capital Federal, famoso por la presencia masona y anticlerical y donde los salesianos atendían la Parroquia San Juan Evangelista y habían fundado un colegio bajo la misma advocación.

Aquí también el padre Rinaldi ejercerá la docencia y en 1892 será nombrado consejero y miembro del Capítulo de la casa.

También colaborará junto con el padre salesiano Angel Savio por su dominio del italiano y junto a otros sacerdotes de diversas nacionalidades en las ‘Missiones ad populum’ que en los pueblos de la campaña bonaerense realizaba la jerarquía del Arzobispado de Buenos Aires.

Desempeñando sus tareas en San Juan Evangelista, una difícil situación familiar –la enfermedad crónica de una hermana- que hace necesario su aporte pecuniario, le lleva a abandonar la Congregación salesiana, obteniendo la dispensa respectiva de sus votos religiosos que le es concedida por su Santidad el Papa León XIII.


V- EL PADRE RINALDI EN GALVEZ

Libre de su compromiso anterior es aceptado por el Obispo de Paraná quien continuamente requería de sacerdotes –especialmente italianos- ya que no había día en que desde alguna colonia no le reclamasen uno para la atención de las nuevas feligresías.

Inmediatamente es designado Cura Párroco de Nogoyá (Entre Ríos), cargo que no llega a ocupar ya que a los pocos días es enviado a Gálvez en las circunstancias ya señaladas, y donde permanecerá hasta el final de sus días.

Ser Capellán primero y luego Cura Párroco de Gálvez no fue una tarea fácil ni sencilla para Don Rinaldi dado que su feligresía iba creciendo continuamente, a menudo debió soportar ataques y burlas por parte de los masones y anticlericales y las carencias materiales de la población que a veces se disimulaban tras la fachada de progreso que beneficiaba a unos pocos.

Tal vez exagerando un poco, escribía a comienzos de 1898:

‘Gálvez es un pueblo de mucha apariencia pero el mas pobre, tal vez de la provincia de Santa Fe. Las casas o son vacías o ocupadas, de los empleados del ferro-carril y Gálvez vienen por la Estación- La cosecha fue regular, pero los colonos fueron embargados y se encuentran tan pobres casi, como antes’

Sin embargo, nada de esto fue obstáculo para que actualizara en su persona la figura de Jesús Buen Pastor, destacándose por su sencillez, su bondad, su amor al prójimo, su fervor y su devoción y así desde el primer momento de su estadía entre nosotros –refiere Carlos Carnevali- ‘... las puertas de su casa, como de su corazón, franqueadas fueron siempre, el primer llamado para el triste y el desgraciado’.





Vida religiosa de los galvenses

Las practicas piadosas de los vecinos del lugar eran las propias de los centros urbanos de mediana importancia –por lo general ferroviarios- insertos en el ámbito de las colonias agrícolas, donde la mayoría de los campesinos siguiendo las tradiciones heredada practicaban el catolicismo en tanto los habitantes del pueblo era mas bien reacios o indiferentes.

Un informe de 1912, elaborada tras la predicación de una Misión popular, resalta la religiosidad de los inmigrantes asentados en el campo:

‘Muy bien ha sabido corresponder la respetable colonia italiana a los desvelos de su activo y ejemplar cura párroco contribuyendo con su generosidad a la construcción del grandioso templo, honra de la colonia de Gálvez y mostrando con motivo de la Santa Misión una vez más su proverbial religión y piedad’

En Gálvez como en el resto de la ‘Pampa Gringa’ el día Domingo ocupaba un lugar central ya que en dicha jornada se venía desde las chacras al pueblo a ‘escuchar’ la Misa, realizar compras y a estrechar vínculos sociales con la parentela, los ‘paesanos’ u otras personas de la vecindad.

Se celebraban por lo general dos Misas, la primera bien temprano a la que solían asistir los vecinos del pueblo y a posteriori la llamada Mayor que se celebraba a partir de las 10 de la mañana, aunque a veces se retrasaba un poco ya que el padre Rinaldi no la comenzaba hasta que no hubiesen llegado todos los colonos que habitualmente acudían a la misma.

Las Misas eran anunciadas con tres toques de doce campanadas, realizado con cinco minutos de intervalo entre el uno y el otro, finalizando el primer toque con uno aislado, el segundo con dos y el tercero con tres.

La celebración era escasamente participada y durante la Misa –en la cual los fieles estaban rigurosamente divididos según el sexo- algunos seguían la misma acompañándose algunos con misales particulares –en muchos casos traídos desde al aldea de origen y en italiano-, en tanto los más ocupaban dicho tiempo rezando ‘... los actos de Fe, Esperanza y Caridad y constricción, la oración dominical (Padre Nuestro), salutación angélica, Símbolo de los Apóstoles, Decálogo, preceptos de la Iglesia, Sacramentos’.

Tocante a la predicación, el padre Rinaldi nunca dejaba de hacerla en cada una de las misas que celebraba dominicalmente, en la primera en castellano y en la Mayor en italiano, aunque muy mechada de giros ‘piemonteses’ dado lo numera que eran los feligreses de ese origen, repitiéndose de este modo una praxis que se daba en otras colonias y que a veces adquiría contornos conflictivos.

La homilía tenía para él una gran importancia, lo cual queda documentado en su legado testamentario donde hay referencias a tres tomos de homilías de su autoría (que suponemos manuscritos) y a varios libros sobre el tema: ‘Pensamiento sobre los Evangelios del Domingo, ‘Epistole ed Evangelis’, ´Colección de selectos panegíricos’ del p. Claret en dos tomos, ‘Sermones abreviados’ de San Alfonso María de Ligorio, ‘Var opuscoli Oratorj e poetici italiani e latini’ de Pascyuales (Contursi) da S. Nicola, ‘Sermoni dei Morti’ de N. Liggione y ‘Sermones sobre San José’ entre otros.

Hay que señalar también jamás usó el púlpito para otra cosa que no fuera la explicación de la palabra de Dios, recordando al respecto Carlos Carnevali:

‘Tengo presente una oportunidad en que le hicieron alocuciones en una revista seudo-humorística, que se editaba en Rosario, y que alguien se encargara de hacerle llegar. en esa oportunidad, golpeando la revista contra su escritorio decía: ´´Cómo me gustaría aclarar esto, pero el púlpito lo puedo usar sólo para la Palabra de Dios’’

La participación eucarística era entonces bastante pobre, especialmente en la Misa Mayor donde casi nadie o muy pocos comulgaban, registrándose al final del curato del padre Rinaldi unos 170 comuniones semanales y esto a pesar de que la comunión frecuente era recomendada a través de la predicación y la programación de ‘Misas de Comunión general’.

La explicación de esta escasa participación se debe en parte a la persistencia de cierta mentalidad heredada del jansenismo y en el ayuno eucarístico que obligaba a privarse de alimentos desde la noche anterior, lo cual se hacía bastante difícil de cumplir para las familias colonas que recién asistían a la Misa de media mañana.

La Misa a veces era celebrada en alguna de las capillas particulares que existían en la jurisdicción parroquial cuando los propietarios la solicitaban con motivo de la festividad del santo titular de la misma o del onomástico del dueño y la Curia lo autorizaba ya que era bastante reticente en conceder este permiso.

Por cierto que también hay galvenses que nunca van a Misa ni ponen sus pies en el templo.

Entre los otros sacramentos era de gran importancia el del Bautismo y era recibido por la mayoría de los niños, incluso por aquellos que eran hijos naturales o de matrimonio civil lo que de por sí –especialmente en este último caso- implica una actitud de rechazo por parte de uno de los padres al menos a las disposiciones eclesiásticas o al menos de indiferencia.

Finalizando la década del veinte, un informe revela que no era muy común llevar a bautizar a los niños antes de los quince días como recomendaba la Iglesia, acompañando al bautizando en muchas oportunidades, no los padres sino los padrino.

La celebración se llevaba a cabo en la pila bautismal –que aún existe- y que se encontraba a la entrada de la iglesia en el lado izquierdo y tenía un carácter marcadamente privado en contraposición al marcado acento comunitario de nuestros días.

En cuánto al Sacramento de la Confirmación dado que su administración no era muy frecuente ya que estaba ligado a la Visita del Obispo o a la predicación de alguna Misión popular, movilizaba a buena parte de la población cualquiera fuera su edad e incluso a familias enteras que se trasladaban desde lugares donde esto era infrecuente.

Ya con el padre Rinaldi en Gálvez quien invita a predicar una Santa Misión a los padres redentoristas, se llevan a cabo las primeras a cargo del padre Santiago Langerber quién le administra el sacramento a 1481 personas.

Lo mismo ocurre cuando las Visitas Pastorales de Mons. Boneo en 1901 y 1911 donde confirma a 1400 y 1026 feligreses de todas las edades.

Asimismo el Sacramento del Matrimonio que preocupaba seriamente a la descendencia extranjera tendrá una buena aceptación en la localidad y no se verá demasiado afectado por la Ley de Matrimonio Civil.

La importancia que la Iglesia daba este sacramento queda reflejada en la recomendación del Obispo Boneo del año 1901 al Cura Párroco de que sea celoso ‘... en legitimar por el matrimonio cristiano las uniones ilícitas.

También hay que decir que no siempre se accede bien al Matrimonio al punto que hay contrayentes que les da los mismo el civil que el religioso, otros lo realizan por conveniencias materiales y algunos, como dice el padre Rinaldi, que ‘... si no se les diera el gusto (de casarlos cuando ellos quieren) se juntarían así nomás’.

El punto máximo en cuanto a falta de seriedad, lo da el hecho de que uno de estos matrimonios se haya contraído ocultando el impedimento de consaguinidad tal como lo relata nuestro biografiado:

‘Tuve conocimiento, hace poco que en mi parroquia en el año mil ochocientos noventa y cinco se casaron en fraude a la ley eclesiástica ocultando el impedimento de consaguinidad en segundo grado lateral afectando que no existía tal impedimento, por ser el novio hermano unilateral del padre de la novia. El padre amenazó a la hija de no decir nada de miedo que el Cura no los casara, que se privarían además de una buena herencia. Se casaron civilmente y común ecclessiae diez años hace y tienen ya varios hijos. La señora madre e hija están muy tristes pero los hombres: padre y tío (marido) es casi imposible reducirlos recipiencia’

Sin embargo y a pesar de todo lo señalado, son muchos aquellos a quienes ‘... la piedad cristiana y el temor de Dios que quieren perpetuar en el nuevo hogar’ les motiva a solicitar tan grande sacramento.

El sacramento de la penitencia o de la Reconciliación como ahora se le llama era recibido por muchos fieles, especialmente para la fiesta de Pascua o con ocasión de la visita de los padres misioneros, no faltando aquellos devotos que lo hacían regularmente.

El padre Rinaldi escribe que normalmente ‘... unos que otros que viniendo a comprar pasan a pedir el perdón’, aunque el trabajo parece aumentar para alguna festividad por lo cual debe traer otro sacerdote. A la par hay que decir que algunos se iban a confesar a pueblos vecinos y otros no querían hacerlo ni para casarse.

Entre sus libros se contaba el ‘Tesaurus Confesari’ de Busquet c.m.f, lo que manifiesta la preocupación del padre en esta cuestión.

En lo que respecta a la unción de los enfermos –mas conocida como extremaución-., no eran pocos los que la recibían y era una de sus mayores preocupaciones dado su interés en la salvación de las almas.

Así, al final de sus días había conseguido que fueran numerosos los que llamaban al sacerdote al lecho del moribundo, aunque a veces lo hacía a última hora.

En cuanto a su celo memora Carlos Carnevali: ‘solo nos dejaba si un enfermo grave requería su presencia para recibir los últimos sacramentos’ y agrega luego;

‘los enfermos graves eran su gran preocupación y cuando lograba que un reacio recibiera cristianamente los últimos Sacramentos se lo veía contento y satisfecho. Tengo presente lo que manifestara en cierta oportunidad en que un obstinado y contumaz incrédulo lo hiciera llamar para bien morir, a su regreso dijo: Hoy he logrado para Dios una gran victoria. Fulano de tal murió cristianamente’

Durante la peste bubónica acaecida en el año 1919 este sacramento era muy solicitado, razón por la cual las autoridades civiles y sanitarias (un tanto anticlericales) pusieran vigilancia en la Casa Parroquial para que no saliese a auxiliar a los afectados.

Ligado a este sacramento se hallaba el santo Viático para los enfermos, al cual llevaba revestido de roquete y estola, acompañado por los monaguillos y mientras recorría las calles hasta la casa del enfermo se le agregaban fervorosos creyentes que se le unían en las oraciones.

De los tiempos litúrgicos, los más importantes parecen haber sido los de Cuaresma y Pascua ocupando el lugar de preponderancia en el primero el rezo del Vía Vía erigido canónicamente en el templo y por cuyo medio los fieles que lo practicaban podían lucrar una serie de indulgencias.

Las exigencias cuaresmales –si bien mitigadas por el indulto para América Latina-, permanecieron en la práctica, casi como en Europa.

Al respecto escribe el padre Rinaldi en 1901: ‘al principio de la Cuaresma recomendé a todos el ayuno, el silencio de los instrumentos de música’ al punto que llegó ‘... hasta hacer parar un coche en donde se tocaba el acordiono’ y si por el fuera ‘... no casaría a nadie en dicho tiempo’.

Los vecinos del pueblo no veían muy bien que se realizaran casamientos en esta época del año litúrgico, aunque el Cura consideraba que se podían hacer excepciones ya que ‘la simple bendición no es prohibida en ningún tiempo’.

Durante el tiempo pascual, amén de las celebraciones principales, se le daba gran importancia a la recepción del Sacramento de la Confesión en vistas a cumplir el precepto anual y se aprovechaba para bendecir los campos y las casas de familia.

No faltaban –empero- aquellos que en esos días realizaban fiestas profanas, en una actitud francamente refractaria a las costumbres cristianas.



Además de la vivencia sacramental, el padre Rinaldi acompañaba o animaba a sus fieles en las practicas devocionales entre las que se destacaba la del ‘Sacro Cuore´ extendida por toda la ‘Pampa Gringa’, cuya imagen de bulto contaba con un altar especialmente dedicado en el templo parroquial y de cuyo culto –antes de la fundación del Apostolado de la Oración- se ocupaba la ‘Congregación del Sagrado Corazón de Jesús’.

Durante el mes de junio se rezaba el llamado ‘Mes del Sagrado Corazón’ en forma solemne por la tarde y los primeros viernes de cada mes dedicado a su culto, se celebraba la Misa de ‘Comunión General’.

Otra devoción –aunque referida al Cristo eucarístico- la constituían las ‘Cuarenta Horas’, consistente en la adoración de las sagradas formas y que en Gálvez se realizaban anualmente después de la fiesta de la Natividad de la Virgen, autorizada por la Curia Paranaense en 1894 y luego consentida por Mons. Boneo.

Acerca de las llevadas a cabo en 1919, el padre Rinaldi nos ha dejado el siguiente testimonio:

‘El domingo 14 se dio principio a las Santas Cuarentas Horas. El día era esplendoroso el concurso de gente consolador. La Iglesia repleta.
...............................................................................................................................................
Por la noche del 14 llegó el Rdo. Padre Luis Marcaccini, Párroco de Santa Clara de B. V., que comenzó a confesar.
El lunes muy temprano, nos pusimos al trabajo y confesamos hasta las 10 am. El concurso de adoradores era consolador’

Tocante a la devoción a la Madre de Dios –a pesar de que los inmigrantes habían traido las advocaciones de sus aldeas o regiones- la que se ganó el corazón de la mayoría fue la de Guadalupe que se veneraba en Santa Fe, a cuyo Santuario anualmente acompañados o animados por el Párroco solían peregrinar no pocos galvenses acompañados o animados por el Párroco, tradición que perdura hasta nuestros días.

Entre las otras advocaciones de la Virgen María que se veneraban en el lugar, se destacaban las del Rosario, Perpetuo Socorro y Caravaggio, cada con su altar hoy desaparecidos.

En cuanto a las prácticas piadosas, todos los días se rezaba el Santo Rosario en el Templo y en el mes de octubre se le agregaba una oración a San José, en tanto para el Mes de María durante el mes de mayo, todos los días y de manera solemne se celebraba la Misa en honor de la Virgen.

No menor importancia daba el padre Rinaldi a la fiesta patronal, realidad compleja de la cual participan y se entremezclan elementos religiosos, profanos y folkóricos.

La fiesta de Santa Margarita Reina de Escocia que entonces se llevaba a cabo el 10 de junio de acuerdo al Calendario Litúrgico, era preparada con una Novena y en ese día , tras los disparos de bombas de estruendo, se celebraba la Santa Misa y se realizaba la procesión por las calles circunvecinas al templo parroquial. A posteriori la banda de música recorría las mismas calles ejecutando su repertorio y en la Plaza los vendedores anunciaban su mercancía y las jovencitas atendían bazares con fines benéficos, en tanto en los alrededores se realizaban partidos de bochas y carreras cuadreras, concluyendo todo con el baile que se hacía en una carpa denominada pabellón.



Esta celebración en las primeras décadas del siglo XX constituía un ‘... acontecimiento que daba colorido y alegría al pueblo’ ya que duraba tres días y a veces se extendían hasta el Domingo siguiente –la llamada ‘octava’- llegándose hasta el lugar familias enteras provenientes no solo de los campos cercanos sino también de las poblaciones vecinas ocupando las fondas o alojándose en casa de familiares o ‘paesanos’.





Junto con la patrona, los vecinos tiene devoción por otros santos entre los que se destaca San José a quien se consideraba el antiguo patrono del pueblo y cuya fiesta se celebraba el 19 de mayo especialmente en el sector oeste y de manera solemne hasta hace unas tres décadas atrás y en la Capilla San Ignacio por ser el onomástico del propietario.

Esta devoción no estaba librada al solo concurso de los fieles sino que tocaba al Cura Párroco propagarla, lo cual la Curia diocesana le recordaba año a año.

De esta manera, además de los actos privados e individuales que los fieles solían realizar en su honor, el mes de marzo le estaba dedicado rezándose los ejercicios privados propios de este mes a los que se convocaba con doce campanadas y que consistían en el Santo Rosario y predicación.

En orden de importancia le seguían los cultos a San Antonio de Padua y San Roque –ambos muy difundidos en toda la ‘Pampa Gringa’- que en Galvez tenían sus respectivos altares y fervorosos que solían costear los gastos que ocasionaba el cuidado de sus imágenes, la Novena que por lo general era predicada y la Santa M isa en su honor.

El día de San Antonio se realizaba una procesión por las calles del pueblo para la cual se pedía autorización al diocesano y a posteriori de la misma se procedía a repartir pan blanco y otros alimentos en los pobres del pueblo.

Aunque en menor grado que las anteriores, se practicaba también la devoción a San Miguel Arcángel –que tenía su propio altar- y a Santa Ana.

También las fiestas de los ‘patronos’ de las capillas de las colonias vecinas que estaban bajo la jurisdicción de Gálvez solían contar con la presencia del padre Rinaldi, quién en Villa Tramontini (Loma Alta) celebraba los 7 de setiembre a San Chiaffredo oficiando una Misa y realizando el panegírico de este mártir muy venerado en el norte de Italia; en Lopez (ex -Rigby) y hasta 1907 a San Fermín y en Campo Piaggio a San Pancrasio y San Ignacio, donde en el último de los casos se celebraba la Misa, luego se realizaba una procesión por los campos de los alrededores y se continuaba con la fiesta social.

Un aspecto muy importante en orden a avivar la fe religiosa la constituían las llamadas Misiones populares las cuales eran alentadas por el padre Rinaldi –en tanto el mismo había sido participe de alguna de ellas en la provincia de Buenos Aires- quién invitaba a sacerdotes especializados para esto como los redentoristas y los claretianos.

Estas Misiones por lo general se desarrollaban en el ámbito urbano pero eran concurridas también por los vecinos de las zonas rurales.

En el caso de la Misión de 1912, en el Informe se indica que para proveer a los numerosos colonos se predicaba cuatro veces al día y se contaba con buena concurrencia:

‘Todos los actos de la Misión han sido bastante concurridos, llegando en los últimos días a llenar completamente el vasto templo que actualmente sirve de Parroquia. Para proveer a los muchos colonos que moran en el campo, se predicaba cuatro veces al día, siendo una de ellas con ocasión de la Misa solemne que se cantaba todos los días a las 10,30 Hs. a.,m.’


Anticlericalismo e irreligiosidad

Analizando la situación italiana en el denominado período post-unitario (1861-1878), Pietro Scópola señala que el anticlericalismo es un componente importante de esa etapa histórica y de la misma vida religiosa.

Salvando las distancias, aquella mentalidad se popularizó nuestro país con la inmigración especialmente con aquella que se asentaba en las grandes ciudades como Buenos Aires, Rosario y La Plata –por citar algunas- en contraposición con la que se afincaba en las áreas rurales donde predominaba el catolicismo tradicional.

La comunidad galvense formada en buena parte por agricultores conservará –como ya hemos visto- la religiosidad recibida en sus aldeas de origen pero dada su calidad de centro ferroviario y comercial se asentaban en el lugar hombres imbuidos de estos ideales contrarios al catolicismo.

Si el Censo de 1887 registraba la presencia de una veintena de pobladores que no se identificaban con el catolicismo, éste número irá en aumento con el correr de los años al punto que en 1908 algunos viajeros se admiraban que se hubiese levantado un templo de importantes proporciones, dada la cantidad de masones e indiferente que había en el pueblo.

De modo organizado la masonería funcionaba desde el año 1897 en que se constata la existencia de una Logia que se reunía en casa de Cesar Bosisio en la que se llevaban a cabo ritos de iniciación y de la que participaban algunos funcionarios y empleados del Ferrocarril Central Buenos Aires y Rosario –llamado de los ingleses- y a principios del siglo XX se menciona también a la la Logia ’13 de noviembre’.

Estos hombres imbuidos del ‘espíritu del siglo’ influenciarán en el gobierno comunal fomentando el progreso del pueblo pero también en le dictado de medidas que lesionan los derechos de la Iglesia, aunque en alguna oportunidad deban decir que no es contra ella como sucedió en 1919 cuando se prohibió al padre Rinaldi visitar a los moribundos; en la Sociedad Italiana a la que nuestro sacerdote califica de ‘masonizada’ y por supuesto en el campo laboral ferroviario, con una fuerte experiencia gremial ligada al marxismo y donde se respiraba un ambiente anticristiano propenso a descristianizarlo todo.

Asimismo ponían obstáculos a la labor del Párroco, burlándose en 1902 de los trabajo del nuevo templo y divulgando que quedaría en obra muerta o intentando su reemplazo por el Pbro. Miguel Pugliese quien en su ausencia les permitió exponer el cuadro de Humberto I en un funeral celebrado en su honor, cuando aquel ni siquiera les dejaba entrar con la bandera italiana los 25 de mayo.

En 1919 –con ocasión de la peste a la que hicimos referencia- y ante la gran afluencia de colonos a la Iglesia, socialistas y anticlericales ‘... comenzaron a gritar contra la aglomeración, que los colonos tienen ratas, que vienen con pulgas inoculadas del contagio, que se cerrara la Iglesia’.

De los diversos actos organizados por aquellos ‘libre pensadores’, el mas importante fue llevado a cabo en 1915 por un agitador de apellido Elizalde, quién contando con la protección del Gobernador Menchaca, se instaló en el pueblo para atacar a la religión católica y sus ministros.

El padre Rinaldi ha dejado de este acontecimiento el siguiente testimonio, el cual, más allá de su parcialidad es una buena pintura de la época:

‘El Apóstata pidió de predicar en la plaza de la Iglesia, pero no se lo concedieron. Entonces se puso en la vereda del sur delante de un café.
El auditorio ocupó la pública vía y las cuatro esquinas y algunos escuchaban desde la plaza de la Iglesia que venían a gozar el fresco en aquellas noche de estremado calor.
Sus miradas estaban siempre vueltas a la Iglesia, como si temieran algo poco agradable.
Su poderosa y perruna voz atronó por todo Gálvez.
Las conferencias del extraño orador fueron el epílogo de todas las herejías, la negación de todas las verdades de la fe. Negó a Dios, la divinidad de Jesucristo... Puso en burla todas las ceremonias del culto católico habló contra los sacerdotes, jesuitas y salesianos. Lucifer no hablaría peor. Pero sus infamias fueron vomitadas más de una vez en Gálvez por los Gieccos y otros fanfarrones del libre pensamiento y el pueblo casquivano y estúpido las sabe de memoria.
El enviado de Satanás fue aplaudido pero solamente por los malos, por gente inconsciente y sin dignidad y lo demuestra el hecho de que la suscripción que hicieron a su favor produjo solo diez y ocho pesos en los once días y por todo entre amigos y colecta no llegó a cien pesos. A la música le dio solamente la mitad y salió de Gálvez con los bolsillos livianos’

También hay que señalar que la Sociedad Italiana celebraba el XX de settembre, fecha de marcado tinte anticlerical ya que se recordaba la caída de la ‘Porta Pía’ a manos de las tropas de Garibaldi y el fin del poder temporal del Papa, aunque en Gálvez no tenían la magnitud y agresividad de otros lugares.

En cuanto a actitudes antirreligiosas hemos detectado el intento de casarse en Jueves Santo y la blasfemia que en Italia ya había merecido no solo la reprobación de los Obispos sin o incluso campañas destinadas a su extirpación.

Historiando a un albañil de la localidad, Carlos Carlino señala que construía ‘cantando y blasfemando, más por habito que por convicción’, concluyendo que los ‘italianos de aquella inmigración todo lo hacían cantando y blasfemando’.

El ministerio sacerdotal

Al desarrollar la religiosidad de nuestros mayores en diversos momentos hacemos referencia a la actividad sacerdotal del padre Rinaldi pero ahora queremos detenernos en otros aspectos que no fue posible desarrollar allí.

Una de sus grandes preocupaciones –junto con los enfermos- eran los niños tanto en su faz religiosa como humana, razón por la cual se abocó con ahínco a la catequesis y a la educación de los mismos.

En una carta de 1909 a Mons. Boneo, escribe acerca de la enseñanza de la Doctrina Cristiana:

‘La Doctrina en Gálvez, va bien. Cuando se puede hacer el Catecismo en clase se hace. Erl Párroco sabe quien sabe o no sabe el Catecismo. Forma grupos y los reparte a losa niños y niñas que saben más, dándoles un Catecismo de guía y el vigila, y al último todos juntos explican un punto más intensamente. Se reza el Rosario, se cantan las letanías y se da la bendición con el Santísimo cuando no se dio a la Misa Mayor y se concluye con una alabanza. En Gálvez todo el mundo puede cómodamente instruirse en la Religión; porque además se predica dos veces todas las fiestas en las dos misas, se enseña el Catecismo en la Escuela católica y el Cura va en oportunidades en las Escuelas públicas, se ofrece a enseñar gratis de día y de noche’

Un catequizando de aquellos años, Carlos Carnevali rememora:

‘Desde mucho tiempo antes (de las primeras comuniones) , principiaba la enseñanza de la Doctrina que se impartía en la Iglesia y donde todos: sus alumnos, los del campo o de la escuela fiscal, asistíamos puntualmente. La enseñanza era socrática , pues cmo había muchos que no sabían leer, de esta manera podían aprender lo indispensable para estar en condiciones del examen final, al que éramos sometidos antes de comulgar’

Su interés por la catequesis se puede observar en los libros que su biblioteca tenía sobre el tema: ‘Catecismo de la Doctrina Cristiana’ de García Mazo exigido por la Curia, ‘Catecismo Mayor’ de Augusto Ehiel, ‘Practica del Catecismo Romano’ de Juan Nuremberg en cuatro tomos y ‘Tesoro del Catequista’ de Mach.

Llegaba así el día en que los niños debían recibir a Jesús sacramentado, del que el citado Carnevali nos deja la siguiente pincelada:

‘El día señalado era de fiesta, la Iglesia se vestía de gala y todos los que comulgaban vestían sus mejores trajes. Tal era la importancia que le asignaba y tal el fervor religioso que sabía despertar en nosotros, que recuerdo todavía, pese a los años transcurridos, el día que recibía por primera vez la comunión: veo los bancos puestos en cuadro, nosotros arrodillados; al Padre Rinaldi bajar del Altar, decir primero las palabras alusivas y luego, dentro de un silencio imponente, repartir la comunión acompañado de sus acólitos revestidos de sotana y roquete’

A la vez que sacerdote entregado al ejercicio de su ministerio, Rinaldi fue maestro en el más amplio sentido que podemos dar al término y de esta manera su vocación al magisterio vivido en su etapa salesiana, reflorecerá en nuestra tierra.

Nuevamente viene a nosotros el testimonio de uno de aquellos que escucharon de sus labios las nociones elementales:

‘Recuerdo como si viera todavía, la habitación que hiciere construir junto al templo, para economizar paredes y donde por varios años funcionó la escuela parroquial, que con amor y celo dirigió y donde tantos de nosotros aprendimos las primeras letras. El padre Rinaldi tenía la habilidad de nuestros maestros de campaña, pues sabía mantener el interés y la atención de todos, pese a la cantidad de alumnos y a la diversidad de asuntos que enseñaba casi simultáneamente’

Y agrega:

‘Quería entrañablemente a los niños y siempre estaba rodeados de ella. Sentía y poseía la divina llama del Maestro, tenía métodos propios que la experiencia de muchos años le proporcionara; entendía que no sólo de aritmética se nutre el espíritu, por ello daba a la lectura una importancia, que en aquel entonces, yo no alcanzaba a comprender’

De la trascendencia de su tarea educativa para el bien de nuestra población, se lee en el periódico ‘El Popular’ del 2 de mayo de 1928:

‘... vivió con el vecindario todas sus ansias de progreso, llevó también él su contribución intelectual, desbrozando la maleza de la enmarañada selva de la inteligencia virgen, preparándolas para la lucha futura. Cuando la enseñanza oficial era mala y escasa, el tenía su clase que atendió siempre con verdadera dedicación y cuantos entre otros a él deben lo poco o lo mucho que pueden saber’



Otro aspecto significativo de su ministerio era el ejercicio de la caridad, la cual era practicada celosamente por este sacerdote que en otros aspectos de su vida era sumamente ahorrativo y que estaba convencido que había que dar sin inquirir muchos detalles de quienes eran los receptores..

No solo sabía ayudar al pobre ocasional sino que también los hacía con familias menesterosas, especialmente cuando faltaba el padre y la madre debía hacerse cargo de la situación –a veces con hijos pequeños- en una época en que no existía la previsión social y las mismas quedaban libradas a su propia suerte.

Como recordaba Carlos Carnevali el día de su traslado:

‘... siempre procuraba que la limosna llegara en forma indirecta y sin llamar la atención de nadie’

Otra expresión de su solicitud por los mas pobres lo constituía lo que el llamaba ‘Hotel de los Inmigrantes’ y que consistía en un cuarto que había hecho construir para alojar a los trabajadores estacionales (llamados ‘golondrinas’) que levantaban una cosecha en Europa y luego una entre nosotros y así sucesivamente.

En este caso también nos ilustra Carlos Carnevali:

‘Eran aquellos años en que el dinero no abundaba y tampoco había mucho trabajo, por ello el Hotel siempre tenía pensionistas, especialmente nocturnos; parecía que estos hombres se pasaran la palabra, el caso es que siempre teníamos comensales y que muchas veces la sopa y el pan, nuestra cena, se terminaba antes de que pudiéramos comer.

En su escuelita eran no pocos los niños que no pagaban la exigua cuota mensual, sin o que muchas veces les proveía de los útiles indispensables para que siguieran adelante con sus estudios.

Tambien supo acompañar en calidad de ‘Consejero’ los inicios de la ‘Sociedad de Beneficencia’ fundada en 1916 por un grupos de mujeres de la localidad a instancias del Dr. Andres Egaña para aliviar las necesidades de los enfermos de pocos recursos y trabajar para la construcción de un centro hospitalario.

Acerca de su celo pastoral, hay que resaltar su actitud heroica para con los enfermos afectados por la peste bubónica en 1919 a los cuales socorrió a pesar de las prohibiciones al respecto, lo que le implicó incluso vigilancia policial en la puerta de la casa parroquial y reproche de parte de las autoridades civiles y sanitarias.

Frente a esta situación se planteaba: ‘¿Acaso los pobres apestados no tienen derecho a la asistencia espiritual?’ y ‘¿El párroco, no está acaso obligado a socorrer a estos infelices., aún a riesgo de su vida, usando empero de las debidas precauciones?’.


También los pobladores de la zona rural conocieron de sus trajines, llegándose hasta ellos en compañía de Alejo Leiva que le conducía la volanta, para acompañarles en la enfermedad o en la muerte y para bendecir sus chacras y animales.

Otro rasgo distintivo de su apostolado fue el fomento de las vocaciones sacerdotales ya que era consciente de las necesidades que tenía la Iglesia local de contar con Ministros que anunciaran el Evangelio de Jesucristo y que surgieran en el lugar.

Su trabajo principal lo realizó a través de la escuelita parroquial donde muchos de sus alumnos descubrieron la vocación sacerdotal tal vez inspirados por su mismo ejemplo. El paso de estos al Seminario de Guadalupe fue confirmando el llamado de muchos de ellos, los cuales ya sacerdotes fueron fieles servidores del Pueblo de Dios.

De aquellos adolescentes que ingresaron a nuestro viejo Seminario de la mano del padre Rinaldi, fueron ordenados presbíteros Aniceto Biagioni en 1905, José Lemke en 1924, Augusto Lemke y Luis Agustín Bombelli en 1927, Pedro Edmundo Bombelli en 1929.



VI- UN TEMPLO DIGNO PARA EL SEÑOR

Apenas llegado al pueblo Estación Gálvez, el padre Rinaldi tuvo clara conciencia que junto a la edificación de las almas era necesario edificar un templo digno para Dios y acorde al espíritu progresista de los vecinos ya que como hemos señalado, la capilla donde se realizaban los actos litúrgicos era pequeña e insuficiente dado el continuo aumento de la población y la asistencia de fieles de las colonias vecinas que carecían de templo o sacerdote.

En 1908 recordará a Mons. Boneo: ‘quería desde los primeros años erigir un templo pero la V.C. de Paraná no quiso’.

La negativa de la Curia Paranaense se explicaría por lo sucedido con la obra comenzada por el Pbro. Virile que ya hemos comentado y los trabajos inconclusos de la entonces llamada ‘Iglesia nueva’ que de modo particular había iniciado el Dr. José Gálvez para jerarquizar esta localidad que prometía ser –al decir del Pbro. Brochero- un centro de tanta importancia como la ciudad de La Plata.

Según testimonio de Sebastián ‘Bastián’ Seia, en un primer momento el padre Rinaldi pensó en continuar la construcción de la iglesia citada –de estilo neogótico y proyectada por el arquitecto Arnaldi-, pero desistió al observar que el pueblo no se extendía hacía allí.

El Santuario ‘della Madonna di Tirano’ ¿Fuente de inspiración?

Avanzado ya el año 1901 el padre Rinaldi manifiesta tener elaborado un proyecto de templo que pone a consideración del ingeniero Arturo Lomello que el profesional indicado por la Curia santafesina, quién le responde con el envío de un plano acorde a la situación de la colonia y a las indicaciones episcopales, que disponían entre otras, que la torre del campanario debía edificarse en el frente del templo.

Esta propuesta no se llevará a cabo ya que el Párroco argumenta que la extracción de tierra para los cimientos de la misma y su relleno habrían acabado con los fondos disponibles, lo que si bien es cierto, constituía uno de los puntos de conflicto entre el proyecto de Rinaldi que la quería atrás y el de Lomello, fiel a las disposiciones curiales.

Podríamos preguntarnos en que consistía el proyecto de nuestro Cura.

Medio siglo después, Carnevalli, apuntaba: ‘Una de las principales dificultades consistió en carecer de planos para el templo, aún cuando existía in mente de Don Domingo...’ y agrega luego: ‘... nunca tuve la oportunidad de verlos en papeles y estos planos imaginativos van adquiriendo realidad en etapas sucesivas jalonadas todas ellas por enormes sacrificios y terribles economías...’.

En cuanto al ‘modelo’ ‘in mente’ de Don Rinaldi, el mismo Carnevalli señala que era el de su pueblo natal, que recordaba siempre y Seia, precisaba que se trataba del Santuario dedicado a la Virgen en Tirano.

Lamentablemente no hemos encontrado ninguna documentación en que Rinaldi haga referencias a este Santuario como modelo para la Iglesia que pensaba levantar, sin embargo hay una serie de datos –además de los aportados por estas personas que siendo niños vieron la evolución de la construcción y participaban de los sueños y esfuerzos del Párroco- como el hecho de que haya viajado a visitar a su familia que residía en las cercanías de Tirano, poco tiempo antes de iniciar las obras, que también –según Carnevali- haya viajado Angel Tonini, natural de la fracción de Santícolo –comune de Certeno- para interiorizarse de los detalles de la obra que traerá grabados en su memoria y que lo mismo hiciese Juan Tonini, quien en 1911 visita a la hermana del sacerdote que residía en Tirano y envía desde Certeno una tarjeta postal con el frontis del Santuario.

Y si bién en los primeros años no aparece Angel Tonini involucrado directamente en la construcción, a partir de 1907 asume la conducción de los trabajos en la parte mas compleja: bóveda y cúpula.

La postergación de la construcción del campanario al frente tal como lo indicaban las disposiciones diocesanas y la posterior autorización para erigirlo en la parte trasera del denominado ‘lado del Evangelio’, mas que a las razones que entonces se esgrimen (oposición de la Comisión de Fomento porque achica la plaza y arruina el jardín, incapacidad para reunir los fondos necesarios, quedaría a salvo de profanos e indevotos y facilitaría el trabajo del único sacristán), se debe a que de esta manera se plasmaba el modelo que deseaba actualizar en estas tierras, ya que como el mismo dice -aunque atribuyéndoselo a los fieles- ‘... así son los campanarios de sus pueblos en Italia...’.

Por cierto que la iglesia construida en Gálvez no es una copia fiel del Santuario aludido ya que las formas fueron trasladadas sin mayores precisiones técnicas, observándose en consecuencia ciertas diferencias con el modelo original por la tendencia a ensanchar los volúmenes correspondiente a las naves seguramente en previsión del crecimiento de la feligresía y que tal vez se habría atemperado de haberse llevado a cabo el revoque exterior.

Estas afirmaciones no son a nuestro humilde entender óbice para sostener que aquel centro cultual que dominaba la comarca en la cual había vivido hasta los veinte años, ha sido la fuente inspiradora que le permitió dotar a nuestro pueblo un templo digno.

Escollos a superar

Antes de comenzar la obra, el padre Rinaldi debía encontrar solución para algunos problemas de regular importancia: sitio del templo, financiación de los trabajos, autorización de la Curia y la tentación del desaliento.

Tocante a lo primero, urgía su resolución ya que deseando llevar a cabo la edificación en el solar que ocupaba la antigua capilla, esto no era posible ya que el Dr. José Gálvez –propietario del terreno- no había escriturado a favor del Obispado.

Ya en 1898 el Pbro. Rinaldi –tras haber reunido al vecindario- escribía al progresista ex gobernador solicitándole que le permitiese construir la nueva iglesia en el sitio de marras a tenor de lo que decían los pobladores mas antiguos: ‘El terreno a la media cuadra está bien regalado. Son mas de doce años que lo tiene la Iglesia. El Dr. Gálvez lo regaló, está bien regalado. La Iglesia no debe moverse de aquí’.

Desde entonces realizó una serie de gestiones a favor de la construcción en dicho sitio pero el Obispado consideraba prudente esperar la respectiva escrituración, aunque finalmente ante la promesa que así se haría –lo cual en verdad nunca se concretó- la Autoridad eclesiástica –con fecha 2 de mayo de 1901- emite la tan ansiada y tantas veces reclamada autorización para la construcción del nuevo templo.

Mientras llevaba adelante toda esta tramitación, el Párroco afrontaba el problema económico que significaría una obra como la soñada logrando reunir la suma de dos mil pesos, la cual entregó como deposito a la Curia con motivo de su viaje a Tirano. Además, como también recuerda Carnevali, ‘hizo colectas, mendigó, pidió, amontonó ladrillos y arena que los campesinos se ocupaban de traer’.

A punto de comenzar los trabajos renuncia la Comisión que había logrado formar, el Obispado recorta la jurisdicción parroquial por lo cual un grupo de propietarios que gustosamente hubiesen contribuido dejaba de hacerlo y los vecinos de López querían construir su propia capilla por lo cual dejarían de aportar a la obra.

Por otra parte, los anticlericales apostaban al fracaso y no faltaba –como escribe el padre Rinaldi- quien hubiese pagado para que no se tuviese iglesia.

Incluso comenzado los trabajos, el capataz a cargo - Víctor Lucatelli (o Locatelli)- renuncia su compromiso.

Sin embargo no dejará ganar por la tentación del desaliento y confiando en la Providencia, tratará de descubrir en los acontecimientos cotidianos, señales de Dios.

Así recuerda:

‘Confié en el Señor y me abalancé a la ardua empresa’, ‘Cual no fue mi asombro al verme llegar dos carros de arena que yo no había ordenado. Lo tomé como una señal que Dios quiere la Iglesia, y ánimo dije...’ y ‘... esta Iglesia se concluirá. Sería temeridad si contara con mi mismo solamente, pero confío en el Señor’

Entre los laicos que le acompañarán en lo que el llama ‘simulacro’ de Comisión cabe mencionar a Agustín Biagioni y a Santiago Seia.

Desarrollo de los trabajos

Colocada la piedra fundamental y bendecida por Mons. Boneo el 22 de setiembre de 1901 en el marco de su Visita Pastoral a Gálvez entre los días 21 y 24, el 12 de octubre los albañiles que contaban para comenzar los trabajos con 10.500 Kgs. De cal, 272.230 mts cúbicos de arena y 1.005.000 ladrillos, comenzaron las tareas de apertura y rellenado de los cimientos.

Hacia 1902 la construcción había hecho avances importantes, tal como informa a la Curia:

‘Así pude llevar la Iglesia , en el coro y presbiterio al plano de la bóveda, del crucero, y tres metros de altura’

Todo esto fue posible gracias a la colaboración de los obreros que ‘...siendo para la iglesia trabajaron a un tercio de jornal de menos’ y al ingenio del padre Rinaldi que consigue unos terrenos y dispone la fabricación de ladrillos para utilizar en la obra, ya que los colonos en virtud de las malas cosecha no habían podido realizar los aportes esperados.

Lamentablemente los fondos se van agotando, contando tan solo con 81,97 $ y muchas ansias de continuar, por lo cual los trabajos continúan a ritmo lento y se los paga con vales –que al final debe rescatarlos ya que los comerciantes le hacían descuentos a los obreros- y se aprovecha para acopiar material –entre ellos 300.000 ladrillos- a la espera de tiempos mejores.

En esos momentos el padre Rinaldi solo contaba con 81,97 $ y muchas ansias de continuar, pero fue muy poco lo que se pudo adelantar en aquellos meses ya que además de los problemas mencionados, fallece inesperadamente Carlos Alberti (o Albari) quién se había hecho cargo de la obra.

El cargo vacante de capataz es ocupado por Ángel Tonini –que estimamos ya venía asesorando junto a su hermano Juan al padre Rinaldi dado los conocimientos que poseían tanto técnicos como del modelo elegido-, quién de aquí en adelante asume la conducción de las tareas.

Desde entonces hasta 1908 se construye la bóveda y la sacristía y se coloca el piso, se hace el Altar mayo y dos laterales y mientras se resuelve la parte correspondiente a la cúpula se recubre el lugar dejado para la misma con chapas de zinc, lo cual renueva el optimismo del Párroco y admira a la feligresía por el porte que ha adquirido aunque para su coronación necesita el techo y la cúpula.

En un Informe de 1908 señala la importancia de la obra, recuerda las dificultades y manifiesta su alegría en los siguientes términos:

‘En efecto es el edificio mejor de aquí, hubo quien dijo que la Iglesia adelantará el pueblo en cien años. Yo que oí decir de alguno que pagarían para que no hubiese iglesia, me alegro al ver que el primer rayo del sol naciente indora sus murallas de elegidos ladrillos’

Fortalecido por estos progresos en 1910 se concluyen el techo y la cúpula, se revoca el interior y se ejecutan trabajos menores y al año siguiente –además de las tareas en la casa parroquial- dispone el revoque de la cúpula y la construcción del cupulín.

Para el mes de diciembre de 1912 ya se había colocado el piso de mosaicos y la balustrada, tribuna y escalera y a comienzos de 1913 la instalación eléctrica.

En ese mismo año se adquieren para el servicio cultual cincuenta bancos de cedro de 2,40 mts de largo cada uno y dos piletas de mármol para el agua bendita y en 1914 el púlpito en cuyas caras estaban grabados los símbolos principales: armas pontificias, mitra, báculo, Cordero y Tablas de la Ley entre otros y un confesionario.

Concluidas las tareas en el edificio de la iglesia acometerá en 1916 la construcción de la torre del campanario, ya que según su entender: ‘La Iglesia sin campanario es como una reina sin corona’.

Dado que quería colocarle dicha corona se aboca nuevamente al acopio de materiales y al conseguir un galpón para desarmar a buen precio y de buen material en Campo Piaggio resuelve prácticamente el problema ya que de allí recuperó –como el mismo lo atestigua- ‘... un material excelente, casi todos los ladrillos y todos colorados, madera excelente...’.

Pero faltaba aún resolver el mayor de los problemas y del cual dependía que el templo construido actualizara en estas latitudes el Santuario ‘della Madonna di Tirano’: la ubicación de la torre.

Los argumentos esgrimidos lograron convencer a Mons. Boneo quien con fecha 12 de mayo autoriza la construcción de la torre en la parte posterior de la iglesia.

De inmediato se pone ‘manos a la obra’ bajo la dirección de los constructores Enrique y Vicente Pavía quienes en ocho meses concluyen la tarea encargada y el padre Rinaldi puede escribir: ‘... el bello campanario, la hermosa torre de Gálvez se veía a tres leguas de circunferencia’.

La solidez de la construcción se vio probada por una tormenta huracanada que sobrevino cuando la estructura se había concluido y solo faltaban unos detalles y aunque hizo ‘...volar los andamios (una parte por todo Gálvez y los ladrillos como granizo...’, ésta no experimentó mayor daño.

A comienzos de 1917 la torre está concluida y a la par que se realizan trabajos de pintura en la cúpula se comienza a armar las estructura para colocar las campanas.

Las campanas son encargadas a Juan Bautista Bellini –mecánico y fundidor de San Carlos Centro- quién además construye los accesorios y se encargará de instalarlas en el campanario.

El padre Rinaldi deja la siguiente descripción de las nuevas campanas, que vienen a sumarse a las dos que ya existían:

‘Nuestras campanas son las 1rs en sol, tiene m. 0,93 de diámetro y pesa 470 Kilos; la 2da es en la mide 0,83 de diámetro y pesa 330 kilos; la 3ra es en si natural mide 0,75 y pesa 240 kilos. Son iguales a las de mi pueblo en Italia’
El 28 de setiembre se procede a la bendición de las mismas, rito que estará a cargo del Pbro. Aniceto Biagioni –vocación local- quién en ese momento era Rector del Seminario de Guadalupe.

Hacia 1920 argumentando que los vecinos comparan el templo con los cercanos de San Carlos y Coronda que tenían naves laterales, para evitar apiñamiento de la gente y porque así lo pedía la estética de la obra solicita la correspondiente autorización al Obispado.

La construcción de las mismas estuvieron también a cargo de los mencionados constructores Pavía y se concluyen en el año 1925.

Hay que señalar que también en 1920 se había colocado el portal de cedro lustrado confeccionado por el carpintero y ebanista de origen español Federico Diez, quien por esos años se había radicado en nuestro pueblo.

Un Informe del Visitador de Parroquias del año 1922 destaca la labor realizada por el Párroco, razón por la cual, Mons. Boneo le envía con fecha 11 de agosto el siguiente reconocimiento:

‘Hágase saber al Señor Cura Vicario de Galvez, Pbro. Domingo Rinaldi: con cuanta satisfacción, nos hemos enterado del Informe del Señor Inspector de Parroquias en el que se constata el celo, abnegación y generosidad con que administra desde tantos años esa importante Parroquia en la que ha levantado un hermoso templo con su majestuosa torre y amplia Casa Parroquial por todo lo cual le tributamos nuestro aplauso y nuestro agradecimiento en nombre de la Santa Iglesia...’

El 4 de marzo de 1925 el padre Rinaldi comunica al Obispo de Santa Fe la finalización de los trabajos, quién con fecha 10 del mismo mes le remite una comunicación en la que le expresa la mas viva satisfacción y complacencia por la terminación de las obras de los obras, expresando:BiObispo

Poco tiempo después se comienzan los trabajos que concluyen en 1925, ocasión en que Mons. Boneo reconoce el esfuerzo realizado al manifestar su satisfacción y complacencia en los términos siguientes:

‘A las felicitaciones y aplausos que con este fausto motivo recibe Ud. Por haber sido el elegido de Dios para llevar a feliz término tan magna obra, queremos unir los nuestros más efusivos y los de la Iglesia reconocida, al celo, y ejemplar desprendimientos y generosidad de tan digno Ministro suyo’
Finalizando el año 1927 –cuando ya estaba enfermo- solicita presupuesto al albañil frentista Luis de Luca para comenzar las tareas de revoque del frente de la Iglesia que sería rebajado y con decoraciones, pero su fallecimiento pocos meses después trunca dicho proyecto.

Características de la obra

A pesar de que en las últimas décadas se han erigido en la localidad algunos edificios de varios pisos, el templo parroquial sigue llamando la atención de propios y extraños por su porte y altura ya que el techo de la nave central alcanza los 15,40 mts, la cúpula central 24 y la torre del campanario 37, en tanto la construcción más alta de la vecindad –situada a unos 80 mts hacia el N-NE tiene una altura de 36 mts.

Vista la obra en su conjunto podemos considerarla como dos paralepípedos horizontales, asentado el más pequeño sobre el de mayor volumen. En éste se sitúan las naves central y laterales, el crucero, el presbiterio y las sacristías laterales, una de las cuales sirve de base al campanario. Sobre el de menos tamaño se asienta una construcción cilíndrica con una serie de aberturas y encima de esta la cúpula media naranja y una linterna que le da terminación.

La torre sería otro paralepípedo de un solo cuerpo, esta vez vertical y rematado con cúpula y linterna.

La iglesia cuenta con ocho gruesas columnas de material que son el sostén de toda la estructura, a las que se le suman dos situadas en lo que constituía antes de la reforma 2002-2003 el inicio del presbiterio y se confunden con la pared. Las seis primeras, a partir del pórtico tienen una base de 3,20 mts cuadrados. Las que continúan y sirven como sostén de la cúpula son mas amplias, con una base de 7,60 mts cuadrados. En las paredes laterales hay columnas de las llamadas ‘toscanas’ en número de 14, sobresaliendo de la pared unos 20 cms.

La nave central está atravesada por tres vigas de hierro en su techo de cañón corrido y tiene bastante amplitud ya que su ancho es de 8,20 mts y su largo de 24, ubicándose en ella el grueso de los fieles, en tanto las laterales tienen un ancho de 5,30 mts por un largo de 18,80 mts.

En cuanto a la ornamentación interior ha experimentado profundos cambios tras la muerte del padre Rinaldi ya que en la década del cuarenta se reemplazó el Altar que él había construido y se pintó y decoró el presbiterio con el triunfo de la Eucaristía con un coro de ángeles en adoración Las paredes del mismo y el resto del templo se pintaron en imitación de tapicería y los arcos iban decorados con fondos de oro laminado.

Tras el Concilio Vaticano II se llevaron a cabo una serie de reformas retirándose los altares laterales y el Altar Mayor fue suplantado por una sencilla pero noble Mesa, el ambón para la proclamación de la Palabra y la sillería para el celebrantes y sus ministros. Por otra parte, impedidos de poder llevar a cabo una restauración de la pintura del templo, tanto en las naves como en el presbiterio –debido a su alto costo- se decidió repintar con tonos claros.

Recientemente se han hecho trabajos en el presbiterio que fue ampliado y revestido de mármol y se construyó una Altar fijo para el sacrificio eucarístico y un altar para el sagrario, ambos revestidos en mármol.

La escena del Calvario que presidía el presbiterio fue reemplazado por el de la patrona Santa Margarita de Escocia y el padre Rinaldi que reposaba en el presbiterio trasladado a un sitio lateral como ya señálamos.




VII- MUERTE DEL PADRE RINALDI Y TRASLADO DE SUS RESTOS

Tras sufrir con cristiana resignación las alternativas de una larga enfermedad que desde hacía tiempo venía minando su organismo –tal como informa el Boletín Eclesiástico de Santa Fe- el padre Rinaldi entregaba su alma al Creador.

Poco tiempo antes el Cura Párroco de Santa Clara de Buena Vista había escrito al Secretario del Obispo:

‘Lo vi algo decaído, aunque él se haga mucho ánimo, dice, que mal no está y ni tampoco bien . No quiere saber ni de médicos, ni de remedios, ni de nada. Con el ojo derecho no venada aunque no se nota exteriormente. La pierna derecha también enferma y algo el brazo parece un principio de parálisis. El familiar dice que ese cura pasa noches horribles, una gran tos...’

De hecho, ya con fecha 17 de octubre de 1927 el Pbro. Aniceto Biaggioni había sido nombrado como Vicario Sustituto de Gálvez lo cual ponía de manifiesto la gravedad de la enfermedad, lo que le impedía ejercer el ministerio sacerdotal.

Internado en el Hospital policlínico Italiano de Rosario, a las 5 de la mañana del 17 de marzo de 1928 se apagaba su vida y llevaba tras de él toda una época de la historia del vecindario al que lo habían vinculado indisolublemente los años vividos en íntima comunión de afectos y anhelos, íntima comunión espiritual que se transparentaba clara y nítida a través de la obra en el silencio realizada durante su transcurso.

Gálvez estaba triste y compungido ante este suceso ya que había muerto el Padre de todos: el de los católicos fervorosos pero también de aquellos que eran reacios e indiferentes. Había muerto el amigo de los pobres y el educador de la niñez.

Nadie podía olvidar que ‘las bendiciones de sus manos llegaron siempre hasta los que fueron impartidas, traducidas en paz espiritual y en el ejercicio continuo de la caridad sin ostentación...’.

La Iglesia santafesina a través del Boletín Eclesiástico, reconocía la valía del extinto:

‘Por su bondad natural y cristianas virtudes era apreciado tanto por sus superiores como por sus feligreses quienes exteriorizaron su afecto al extinto Párroco el día del entierro y durante el velatorio que fue en la Iglesia de Gálvez, construida casi toda por su peculio personal. El comercio todo cerró sus puertas el día del entierro y una inmensa muchedumbre acompañó sus restos mortales al cementerio, notándose la presencia de chicos y grandes: todo el Pueblo quería demostrar su aprecio al que había sido su Párroco por tantos años’

Sus restos mortales permanecieron cerca de 30 años en el cementerio local hasta que hacia el año 1954 se organizó una Comisión para trasladarlos a la Iglesia que con tanto cariño y privaciones había levantado.

Mons. Nicolás Fasolino acompañó con gusto la iniciativa y se dirigió a la Santa Sede solicitando el permiso respectivo resaltando que el antiguo Párroco ‘levantó un monumental templo con casa parroquial impulsando vigorosamente el progreso espiritual, con la atención continuada, la predicación constante y el espíritu apostólico y emprendedor’.

Con la firma del Cardenal Ciriaci, el 20 de diciembre de 1954 la Sede Apostólica responde afirmativamente a la petición y el 14 de junio de 1955 con la presencia de dignatarios eclesiásticos y las autoridades civiles locales, sus restos son trasladaos al templo parroquial y sepultados en el presbiterio.

En virtud de las reformas llevadas en dicho presbiterio entre los años 2002-2003, sus restos fueron nuevamente trasladados y sepultados en la nave lateral izquierda.

En reconocimiento a su labor en favor del progreso de la ciudad, en el año el Municipio local le dio su nombre a una de las calles que atraviesa un importante barrio de la localidad.




















BIBLIOGRAFÍA

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Historia de Galvez. Su colonización, sus pobladores, su desarrollo y sus instituciones. 1886-1916, Banco Litoral Coop. Ltdo, Galvez, 1990

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CARNEVALI, Carlos. ´Discurso traslado de los restos del Pbro Rinaldi al templo parroquial’, 1955, mecanografeado.

GARCIA BASALO, Javier F. ‘Missiones ad populum’ en el ámbito bonaerense (1884-1901), Archivum XXIII, Bs As, 2004, pgs. 43 a 58.

PEDRINI, Hugo. Itinerari mariani tra Adda e Mera, http:www3.chiesacattolica.it/santuari/r-corso-2001/7-itinerarimariani-corso.htm.

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STOFFEL, Edgar Gabriel. Iglesia ‘Santa Margarita de Escocia’, Gálvez- Pcia. de Santa Fe. Aspectos históricos de la construcción y análisis de la obra. Trabajo monográfico Cátedra de Arte Sacro. Seminario Conciliar de Córdoba, 1979.
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STOFFEL, Edgar y ALCARAZ, Williams. Domingo Rinaldi y la memoria de la ‘Madonna di Tirano’ en Gálvez (Santa Fe), CEMLA, 2004, inédito.

VECCHIO, Giorgio. Il clima político, sociale e religioso nella città e diócesis di Como (1866-1886), en I Tempi e la vita di Don Guanella. Ricerche Biografiche, Centre Studi Guanelliani – Roma, 1990.

VIA, Valentina. L’emigrazione valchiavennasca e valtellinese tra XIX e XX secolo, Tesis di Laurea, Universidad Statale di Milano

2 comentarios:

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