Por Horacio AGUILAR, 2002.
Florián Paucke nació en Wiñsko, Polonia, el 24 de septiembre de 1719. En los primeros días de octubre de 1736 ingresó a la Com-pañía de Jesús, y entre 1739 y 1741 cursó filosofía en Praga. Al año siguiente se hallaba dictando clases de humanidades en Bre-slau, Silesia.
Inició su carrera de teología y cuando se encontraba en el tercer año de sus estudios, solicitó a sus superiores ser enviado a Amé-rica. A principios de 1748, concretamente el 8 de enero, fue orde-nado sacerdote, seis meses antes de lo debido, y se le concedió el permiso del ansiado traslado. El 16 de enero de aquél año, comenzó el viaje que duró doce meses, y que lo llevó finalmente a Buenos Aires.
El 11 de febrero de 1748, llegó al puerto de Livorno en la Toscana, Italia, y el día 15 se embarcó rumbo a Lisboa en un barco de bandera sueca, en el cual viajaban cuatro sacerdotes franciscanos y siete jesuitas, entre otros pasajeros.
Luego de varios contratiempos debido a las inclemencias climá-ticas y a alguna avería en la nave, ésta hizo escala en el puerto de Málaga, España, el 14 de marzo y tras otros infructuosos intentos por continuar el viaje hacia Portugal debió retornar nuevamente a Málaga. Como el tiempo apremiaba, ya que los pasajeros tenían que alcanzar otro barco, decidieron viajar desde allí hasta Lisboa por tierra, trayecto que Paucke junto con los demás miembros del grupo, hicieron a caballo.
Recién el día 18 de septiembre de 1748, la flota compuesta por cincuenta y tres naves, partió desde el puerto de Lisboa hacia América. El capitán, según cuenta el propio padre, era un tal José Ferreira, de nacionalidad portuguesa y el navío tenía el nombre de Santa Ana y de las Almas.
Este viaje, rico en aventuras, pone de manifiesto el alto grado de observación, que luego en su libro quedará reflejado. En la tarde del 29 de diciembre de 1748 llega a Colonia del Sacramento, y dos días después fue trasladado a Buenos Aires en una barcaza fletada para tal fin. Esta etapa de su vida será inolvidable, y de ella poco o nada olvidará el misionero al escribir sus memorias.
Recibidos por el gobernador y por las más altas autoridades eclesiásticas, pasó Paucke junto a otros jesuitas, entre ellos Mar-tín Dobrizhoffer, dos meses y medio en Buenos Aires. Aprovechó el tiempo para recorrer la ciudad y procuró entablar amistad con algunos indios pampas que estaban de visita en la ciudad, e in-cluso pidió que se le permitiera misionar con ellos, pero su próximo destino fue fijado en el Colegio Máximo de Córdoba, en el que de-bió terminar su carrera de teología.
Hacia fines de marzo de 1749 parte con otros misioneros desde algún lugar de los actuales barrios de Colegiales o Chacarita hacia la ciudad de Córdoba, en una caravana compuesta por alrededor de ciento cincuenta personas, distribuidas en noventa y cinco carretas o carretones, arreando con ellos unos novecientos cincuenta bueyes, además de la necesaria tropa de caballos para los recambios.
En el itinerario, la comitiva pasó por el pueblo de Luján, que Paucke describió como “[...] un lugar donde hay una imagen llena de gracia de la Madre de Dios. Era una villa de nombre Luxan; la habitan sólo los españoles y ahí es de verse una grande y bella iglesia [...]“. Días después el contingente hizo escala en la actual ciudad de Pergamino, de la que anotó “[...] llegamos a una localidad española donde no en-contramos otra cosa sino españoles armados que se hallaban provistos con algunos cientos de caballos. Toda la localidad no tenía más que tres chozas edificadas a lo largo, que tenían en su alre-dedor un cerco espeso construido con gruesos palos, [...] el nombre de esta localidad era: el Fuerte de Pergamino [...]“.
Ya en Córdoba, las ocupaciones que debió atender Paucke fueron la de terminar sus estudios y hacer el segundo noviciado. Se le solicitó además que reformara un conjunto musical. Así organizó una orquesta que integró con veinte mulatos y negros.
En agosto de 1749 a punto de comenzar sus nuevos estudios, se enteró que sería retenido todavía allí por algún tiempo más pese a su insistente solicitud de misionar entre los “infieles”. Entre tanto, se le otorgó permiso para viajar y conocer algunos pueblos de los alrededores cordobeses. Así visitó Alta Gracia y La Candelaria, entre otras localidades.
El 26 de marzo de 1752 se concreta el esperado anhelo, se le comunica que estaba destinado a las Reducciones del Gran Chaco, y para ello debía trasladarse primero a la ciudad de Santa Fe. Llegó a la misma el 9 de junio de ese año y allí se lo asignó a la reducción de San Francisco Javier (actual localidad santafesina de San Javier), a la que arribó el 11 de junio de 1752. Por ese entonces, la nombrada reducción, tenía nueve años de existencia.
Al poco tiempo, Paucke creó la primer escuela, en la que se enseñaba lectura, caligrafía, música, etc. y organizó otro grupo musical, esta vez, integrado por niños, que tocaban seis violines, un violoncelo, cuatro flautas, dos arpas y una trompa. Tal fue el éxito de aquella actividad que la banda fue invitada en 1755, a visitar las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires.
Después de buscar una buena ubicación para reunir a sus indios y atraerlos al cristianismo, se propuso reclutar algunos indígenas para fabricar ladrillos, los que al principio fueron hechos de adobe secados al sol, pero que más tarde se hicieron cocidos mediante un horno construido exprofeso.
A sabiendas de las necesidades de la reducción, encaró diversas tareas agrícolas formando cuadrillas especializadas en el cultivo y cosecha del maíz, trigo, algodón, toda clase de hortalizas y plantas fru-tales.
Sin perder oportunidad, ensayó la elaboración de jabón y velas, de las que se llegaron a hacer quinientas en un sólo día. Más al conseguir algunos cueros, no tardó en curtirlos, capacitando jornaleros, tala-barteros y zapateros. Aunque los indios no se calzaban, estos artículos se vendían a buen precio propor-cionando dinero para otros quehaceres.
Conformó una carpintería, en la que más tarde incluyó un torno, construyéndose marcos, puertas, ventanas y hasta carretones y botes, además de imágenes talladas. En la reducción de San Javier, lle-garon a contarse treinta vehículos para transporte y unas ochenta balsas o botes. Con el tiempo fue tal la calidad y perfección de los trabajos en madera, que se sabe de la hechura de un órgano de cinco regis-tros, por el cual le habrían ofrecido 800 pesos en la ciudad de Santa Fe.
Teniendo en cuenta que a la sazón la misión de San Javier tuvo alrededor de 24.000 vacunos, 4.000 yeguarizos y medio centenar de mulares, creó el incansable misionero una herrería en la que se con-feccionaron las necesarias marcas para el ganado y otras piezas para los implementos agrícolas.
Como si toda esta actividad fuera poca, Paucke se dio cuenta que todavía tenía el recurso de las labores femeninas. Con la esquila, producto de casi 2.000 lanares que había en los alrededores, convenció a varias niñas para que separen y limpien la lana, consiguiendo que algunas hiladoras y tejedoras manu-facturen prendas de vestir. En sólo tres semanas se tejieron setenta y dos ponchos, que fueron enviados a la ciudad de Asunción, recibiendo a cambio elementos de primera necesidad como yerba, tabaco, azú-car, etc. Con el tiempo llegaron a mandarse unas 300 piezas entre ponchos, alfombras y otros artículos.
A pesar de todos estos trabajos, nunca olvidó el misionero su condición de tal. Siempre se lo vio enarbolando la bandera de la fe, catequizando, bautizando y pacificando almas, cuando no, cuidando y curando a los enfermos.
En el año 1763, la reducción de San Javier se encontraba en su apogeo. El crecimiento de las distintas parcialidades indígenas que solicitaban ser convertidas hicieron pensar a Paucke en la necesidad de fundar una nueva reducción. Con la llegada de otros misioneros que se integraron a las tareas de evan-gelización, organización y cuidado de las misiones, entre los que se destacan los padres Pedro Pole y Ramón Termeyer, comenzó un nuevo trabajo. La tarea de encontrar tierras apropiadas hizo que el pueblo se fuera trasladando a poco de ser fundado de un lugar a otro, hasta encontrar un área acorde con las exigencias del comandante de Santa Fe, don Francisco Antonio de Vera y Mujica, las autoridades ecle-siásticas y los aborígenes.
La nueva reducción se llamó San Pedro. Los acontecimientos históricos protagonizados por España, Francia y Portugal, hicieron efímera la actuación misionera allí, y suponemos que por el poco tiempo de asentamiento, el lugar no tomó el empuje deseado. La ubicación estaría establecida en lo que hoy es el distrito Calchaquí, en el departamento de Vera, provincia de Santa Fe, sobre la margen derecha del arroyo Inspín Chico, cerca de su desembocadura en el arroyo Saladillo Amargo. El terreno definitivo se vio fijado por otro plano, replanteado por el teniente de gobernador Prudencio María de Gastañaduy en 1795, quién mapeó a la reducción sobre la orilla derecha del mismo arroyo, al que denominó de San Pedro.
Los cambios políticos y estratégicos ocurridos en esta zona hicieron que esas tierras pasen a formar parte de la Comandancia del Coronel Manuel Obligado en 1871, quién instaló allí un fuerte, llamado San Pedro o San Pedro Grande. Más tarde esos terrenos fueron cedidos por el gobierno santafesino a los herederos de la familia, estableciéndose allí una estancia, que conserva el nombre de San Pedro.
En el transcurso del año 1767, Paucke se enteró que los jesuitas santafesinos instalados en el colegio de esa ciudad habían sido apresados y conducidos a Buenos Aires. Unos meses después, el 6 de septiembre, llegó la orden para que él y sus compañeros cumplan con el mandato de la expulsión, de manera que fueron transportados también ellos hacia la ciudad de Santa Fe, e inmediatamente con-ducidos a Buenos Aires.
El 2 de octubre de ese año llegaron a la metrópoli, siendo alojados en el colegio de Belén y privados de la libertad hasta su nuevo paradero que fue Montevideo. Entre los meses de marzo y mayo de 1768 (los historiadores no se ponen de acuerdo en fijar una fecha exacta), parte desde aquel puerto la fragata de guerra “La Esmeralda” al mando del comandante don Mateo Collado Nieto, con rumbo a Cádiz. Acompañaron a Paucke un grupo de sobresalientes misioneros, entre ellos Martín Dobrizhoffer, José Gil, Francisco Javier Iturri, Francisco Miranda, José Brigniel, Francisco Burgés, Tomás Borrego, José Sán-chez Labrador, José Jolís, José Ferregaut, Roque Gorostiza, Luis Olzina, Diego González y otros prove-nientes de las misiones del Chaco oriental.
Desde España, pasó hacia la provincia jesuítica de Bohemia y por lo menos se quedó allí hasta 1770. Con el tiempo se instaló en Olmütz, llegando a ser director de la Congregación Mariana de Caballeros entre 1771 y 1774. De ahí se mudó a Neuhaus, fijando su morada dentro del monasterio de Zwettl. Es allí tal vez, donde de cuando en cuando recibía la visita de su viejo amigo Martín Dobrizhoffer, quién lo inte-resó a escribir sus memorias. Florián Paucke falleció el 13 de abril de 1780 en el mencionado monas-terio.
La importancia de su iconografía
Los dibujos de Florián Paucke han sido difundidos por distintos autores y editados parcialmente en varias de publicaciones, sin haber sido debidamente estudiados desde la óptica naturalística, aunque Edmundo Wernicke al traducir la obra pauckense ha intentado una aproximación.
Quien dio a conocer por primera vez las ilustraciones a las cuales nos estamos refiriendo fue Guillermo Furlong en 1935. Agustín Zapata Gollán y Federico Pérgola en artículos periodísticos, ponderaron la importancia artística.
A diferencia de los innumerables testimonios que reflejan la historia natural sudamericana de mediados del siglo XVIII, son estos dibujos, los primeros en esbozar un universo faunístico de amplio espectro.
La iconografía pauckense, recrea en más de un centenar de láminas, diferentes especies de animales y vegetales autóctonos. Poco o nada de lo que observó en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y San-ta Fe, pasó inadvertido a su pincel.
Como ejemplo baste mencionar los desfiles o paradas militares, ritos o escenas cotidianas de los indios, trajes de época, máscaras, gorros o corazas indígenas. Diversos instrumentos de labranza, útiles perso-nales, elementos de equitación y monturas, armas primitivas como boleadoras, arcos y flechas o lanzas, quedaron representados por el Gran Apóstol de los mocobíes.
Con la primera edición en castellano del texto de Florián Paucke en 1942, se reprodujeron en colores los dibujos (37 láminas de flora, 33 de fauna, y 34 de trajes y costumbres). Ellos habían sido tomados foto-gráficamente de los originales, depositados en Zwettl y coloreados nuevamente a mano. Esto significó algunas críticas, aunque merece una explicación, y es que al momento de tramitarse la documentación para su publicación, Europa se hallaba en la II guerra mundial, por lo cual no se pudieron obtener tomas a color.
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