Darío Macor•
Universidad Nacional del Litoral, Argentina
Introducción
El período delimitado por las dos guerras mundiales es para la Argentina un laboratorio de intensastransformaciones, sólo recientemente advertidas en su profundidad y multiplicidad por la historiografía.
Unpasaje entre dos Argentinas signado por tres grandes portales: el de 1912, con la ampliación compulsiva de la ciudadanía política de la mano de la democracia electoral y la imposición de la obligatoriedad del sufragio; el de 1930, como epicentro de una crisis del modelo de acumulación y de la dominación política; y la coyuntura crítica alrededor del año 1945, de la que emergería un nuevo sujeto político, el peronismo, especialmente dotado para imprimir, desde entonces, su particular identidad populista al conjunto de la nación.
Enhebrando esos tres portales sobresale en la historiografía contemporánea un hilo de Ariadna: la crisis del consenso liberal, que había dado cimiento y cauce al proceso de construcción de una nación moderna, y su desplazamiento por un nuevo
horizonte ordenado por el paradigma católico.(Plotkin, 1994; Zanatta, 1996, 1999)
El propósito de este trabajo es revisar el recorrido del activismo político católico en el período de entreguerras en la Argentina, considerando un espacio provincial, Santa Fe, donde el enfrentamiento catolicismo-liberalismo adquirió la relevancia suficiente como para matrizar el campo político a lo largo del período. En ese recorrido reconocemos diferentes momentos, considerando especialmente en qué medida las proyecciones políticas en nombre de la fe católica permiten construir un lazo de identidad que condiciona la conformación de los sujetos políticos colectivos.
Nos detendremos en tres momentos claves:
1. 1921, cuando se reúne la convención constituyente que produce una nueva carta constitucional para la provincia de Santa Fe cuya vigencia se verá frustrada por el
enfrentamiento de la asamblea constituyente y el gobernador radical, Mosca, quien impondrá a la propuesta reformista aprobada por la convención el veto del poder ejecutivo;
2. 1931-1932, cuando la demorada reforma constitucional de 1921 es retomada por el partido demócrata progresista (PDP) en la campaña electoral de 1931 y puesta en vigencia al año siguiente cuando, gracias a los resultados de las elecciones, el PDP alcanza el poder ejecutivo y la mayoría en la legislatura provincial; y
3. las elecciones de 1946, colofón del enfrentamiento
político y social que dividió binariamente a la sociedad argentina ante la emergencia del peronismo, que conquistaría en esa oportunidad los poderes nacional y provincial. En los dos primeros momentos, 1921 y 1931/1932, bajo el signo de la «cuestión constitucional», se va configurando un campo de conflicto político
ideológico que tiene al activismo católico como uno de sus vértices. En el tercer momento, el de las elecciones de 1946, el que el eje del conflicto se desplaza ocupando el centro de la escena la cuestión político social.
A lo largo de ese recorrido por tres estaciones nos interesa observar, especialmente, los diferentes
posicionamientos del movimiento católico frente al conflicto político, destacando los mecanismos de
intervención en la arena pública y su impacto en la constitución de una identidad colectiva. El activismo católico,
como un movimiento que reúne al clero con los laicos fieles en una clave política que se presenta como ajena al
mundo de la política, es uno de los ámbitos en los que, en el período que nos ocupa, se socializaron importantes
sectores alejados de la práctica de los partidos tradicionales, conformando un actor colectivo cuya importancia
resulta decisiva en la resolución del clivaje político social que, a mediados del siglo XX, da lugar al peronismo.
Hemos trabajado en otras oportunidades muchas de las cuestiones aquí planteadas, lo que nos
permitirá avanzar rápidamente remitiendo a los textos producidos entonces sobre cada uno de los momentos de
análisis.(Macor, 1993, 1994, 1995, 1997) Aunque naturalmente deudora de esos trabajos anteriores, la lectura
que ofrecemos ahora es de otro tenor. Se trata de una revisión con una lente diferente cuya necesidad se instaló a
partir de los primeros análisis de un fenómeno posterior: la constitución del peronismo provincial como un sujeto
político colectivo. En este punto creemos que para pensar el lugar inicial del peronismo hay que prestar atención
a la movilización del catolicismo en el período de entreguerras, que dejará una doble impronta: ideológica y de
sociabilidad política.
Desde el punto de vista ideológico, en el procesamiento de la tradición católica en esos años se irá
perfilando como uno de sus principales rasgos el «solidarismo comunitarista»: una idea de la solidaridad como
respuesta a la cuestión social, pero de una solidaridad que no contemplaba como punto de partida necesario la
libertad individual ya que ésta colisionaba con la idea de comunidad. Interesa este aspecto de la tradición
católica en tanto ahí está el principal campo de saqueo ideológico del peronismo, que resolvió a su favor el
enfrentamiento político con la oposición unificada en la tradición liberal democrática porque contaba con esa
otra tradición con la que podía reclamar el derecho a hablar en nombre de la democracia en una operación que
separaba a ésta de la noción de liberalismo. Ya para las elecciones de 1946 esa tradición católica le ofrecía a
Perón una lectura antimarxista del clivaje social que él había contribuido a exacerbar y no podía desactivar si se
trataba de imaginar la constitución de una mayoría electoral.
Desde el punto de vista de la conformación de las redes de sociabilidad política, en el proceso de
constitución de la elite peronista es necesario atender no sólo a la convocatoria de sectores con una experiencia
política forjada en el seno de las más diversas organizaciones partidarias preexistentes, sino a la de otros sectores
ajenos a esas prácticas y tradiciones partidarias aunque no necesariamente al margen de la lucha política e
ideológica en la esfera pública, especialmente en las décadas inmediatamente anteriores. La movilización en
nombre de la fe católica es uno de los principales vehículos para la participación de estos sectores en el debate
público. El movimiento católico que, como señalamos, ofrece un camino de ingreso al territorio de la política
para los laicos fieles en una clave que se presenta como ajena a la política tradicional, creemos que es uno de los
ámbitos en los que se socializaron políticamente importantes sectores de lo que será luego la dirigencia
peronista. La imagen que el peronismo presenta de sí mismo como un sujeto ajeno al mundo político facilita el
pasaje y, a la vez, es seguramente deudora de aquella que le precedió.
Primera estación. Comienzos de la década de veinte.
Una cruzada contra el avance liberal.
Santa Fe vive a comienzos de la década del veinte la tercera experiencia consecutiva de gobiernos
radicales. Uno de los primeros distritos en los que la reforma política de 1912 permite el acceso del partido
radical al poder político, desde esa fecha inaugural para la democracia electoral y hasta 1930 el sistema de
partidos en el espacio provincial se organiza sobre la base de la centralidad del radicalismo como partido de
gobierno, con características de partido predominante y una alta conflictividad interna. Esa capacidad electoral
del radicalismo potencia los enfrentamientos en el seno de la organización y termina por conformar dos fuerzas
electorales diferenciadas y competitivas: la UCR Santa Fe, antipersonalista; y la UCR Comité Nacional,
•Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina.
yrigoyenista. Mientras tanto el PDP, se afirma como partido de oposición, con un fuerte peso en la zona sur de la
provincia, una interesante participación parlamentaria y un alto protagonismo en el debate político ideológico
que caracteriza a la política santafesina en los primeros años de la década del veinte.(Macor, 1998, 2000) Uno de
los puntos más álgidos de ese debate, que desdibuja las fronteras partidarias, se constituye a partir del
reconocimiento de la necesidad de reformar la constitución provincial vigente desde comienzos del siglo.
La primera estación de nuestro recorrido se organiza, precisamente, en torno a la reforma de la
constitucional de la provincia en 1921. Punto inicial en tanto las modalidades que asume el proceso reformista
producen una redefinición del campo de conflicto político. En efecto, la «cuestión religiosa» adquiere
rápidamente los atributos necesarios para ordenar ese campo, oscureciendo otras cuestiones de importancia en
debate que quedan subordinadas a la polarización de los actores políticos ante la propuesta reformista de una
nueva relación estado-iglesia. A la vez, este reordenamiento impacta en la configuración de los actores
colectivos: por una parte, instala al activismo católico como un actor principal; por otra jerarquiza actores
colectivos no partidarios que intervienen en nombre del reformismo liberal.
Como resultado, en los primeros años de la década del veinte podemos observar varias novedades
de importancia en la dinámica del campo político:
1) Una «despartidización» de la conflictividad política. Sobredeterminado el conflicto por la
cuestión religiosa puesta en juego por el proyecto laicista del reformismo constitucional, los clivajes políticos
partidarios ceden el lugar que tradicionalmente ocupaban y sobre los cuales se había establecido el espacio de
competencia desde la reforma política de 1912.
2) La jerarquización de la prensa como un actor político, ya no desde una trinchera partidaria sino
desde las que ahora delimitan el conflicto a partir del reformismo constitucional.
3) Un fuerte incremento de la movilización callejera como instrumento de la lucha política.
Movilización que a su vez se diferencia de la anteriormente ordenada por los enfrentamientos partidarioselectorales:
nuevos actores, muchos de ellos tradicionalmente ajenos al mundo específico de la política, otros
ocupando un primer plano que anteriormente correspondía a los dirigentes partidarios; nuevos escenarios, entre
los que sobresalen aquellos con los cuales la grey católica convocaba periódica y ritualmente a la ciudad de dios
y que ahora reproducen la liturgia para interpelar a la ciudad del hombre.
En esta primera estación, los canales de intervención del activismo católico están homogeneizados
por la organización de la institución eclesiástica, desde la jerarquía diocesana hasta la red de parroquias. Las
instituciones laicas son muy embrionarias aún y sobresalen aquellas que la iglesia destina a otro frente de lucha:
la cuestión social. Organizaciones de obreros católicos, que en ciudades como Rosario donde tienen mayor
desarrollo han dado lugar a órganos de prensa propios, aunque de escaso impacto más allá de los
acólitos.(Martín, 1997)
La debilidad organizacional del laicado católico funde la dirección del activismo antirreformista
con la jerarquía de la iglesia y su estructura organizacional. Esta estructura jerárquica despliega su acción
política a través de los dispositivos tradicionales que dan vida a cada parroquia, desde las ceremonias religiosas
más frecuentes, como la misa, hasta las más ocasionales que trascienden las fronteras inmediatas de una
parroquia para convocar a la ciudad en su conjunto, como las procesiones y las festividades especiales en torno a
la virgen de Guadalupe que es convocada como un símbolo de la ciudad capital.
La intervención del activismo católico en el espacio público se origina en ámbitos particularmente
asociados al credo, que son resignificados por los contenidos que les agrega la disputa constitucional, y los
líderes son los responsables jerárquicos de cada instancia de la organización eclesial, desde el obispo al cura
párroco. Su participación en el debate a través de los medios de comunicación es dependiente de la máxima
jerarquía, y el obispado es la voz excluyente en el territorio de la opinión, mientras los curas párrocos sólo
trascienden su actividad parroquial a través de la prensa por el territorio de la información de lo acontecido en
sus actividades cotidianas, que han ganado excepcionalidad como para justificar la atención de los medios
precisamente por su vinculación con el conflicto político.
El obispado local cuenta con órganos de difusión como el Boletín Eclesiástico y la
Revista Eclesiástica, pero se trata publicaciones cuyas características no son funcionales a las formas
que ha asumido la disputa política. El Boletín tiene (o, mejor, aspira a tener) una frecuencia mensual,
un tiraje reducido y un mercado de lectores recortado en los allegados más cercanos a la jerarquía y
a cada parroquia. La palabra del obispo ocupa un lugar principal en el Boletín, en el que se
reproducen textualmente las homilías, acompañadas excepcionalmente con breves
notas/comentarios, pero el contenido general es de tono informativo dando cuenta de las actividades
del obispado y de las parroquias. El conflicto constitucional está presente siempre de manera
indirecta: explícitamente puede introducirse a través de la palabra del obispo, pero también en el
especial esmero organizativo de algunas actividades parroquiales de las que se da cuenta. La
Revista Eclesiástica tiene una periodicidad anual y también en ella la palabra del obispo ocupa el
lugar principal. La característica de esta publicación permite notas de mayor nivel de elaboración,
pero casi siempre recortadas sobre la agenda temática definida por las homilías del obispo. Su
periodicidad la determina más como un órgano de reflexión que como un instrumento para participar
en la lucha política inmediata.
En ambos casos se trata de publicaciones destinadas a los miembros más firmes de la
grey y, por lo tanto, su mayor utilidad puede residir en dotar a esos miembros de recursos
argumentales más elaborados que los que han recibido oralmente, no tanto por la novedad de los
contenidos como por el valor de la palabra impresa. La información celular del Boletín sugiere una
mayor divulgación asociada a la actividad de las parroquias. Aunque el campo de la argumentación
no sea su fuerte, el Boletín podía ofrecer a los allegados a cada parroquia un sentido de pertenencia
a la comunidad católica más allá de los límites de su experiencia cotidiana.
Ese círculo cercano a la jerarquía es la frontera de ambas publicaciones. La interpelación a los
creyentes que están más allá de esa frontera puede canalizarse a través de los principales diarios, que aunque no
disimulan su apoyo al reformismo laicista mantienen un lugar destacado para las opiniones de la máxima
jerarquía eclesiástica local; o bien a través de la actividad parroquial. Anticipando un fenómeno que caracterizará
a la década del treinta, esta actividad de las parroquias gana presencia en el conflicto político por su capacidad
organizativa para convocar, más allá de la fe, a partir de las demandas específicas de su barrio de pertenencia.
Segunda estación. Comienzos de la década del treinta.
Una nueva cruzada y una primera derrota.
La segunda estación de nuestro recorrido tiene una línea de continuidad directa con la anterior en
tanto el paisaje sigue organizado en torno a la reforma constitucional. Sin embargo, la situación política ha
mudado lo suficiente, luego del quiebre institucional de 1930, como para presentar un cuadro bien diferente tanto
en el orden nacional como en el provincial.
Clausurada con el golpe militar de 1930 la experiencia de democratización que en las dos décadas
anteriores había dado lugar a un sistema político bajo el predominio del partido radical, comienza a diseñarse a
partir de entonces una nueva constelación que, con el imperio del fraude electoral, permitiría al heterogéneo
bloque de las derechas expresado en la Concordancia justista controlar el poder a lo largo de la década, hasta que
una nueva intervención militar, en 1943, dé por concluido el ciclo. Junto a la Concordancia, tienen un
protagonismo importante en esa constelación el radicalismo y la alianza socialista-demoprogresista, aunque con
perfiles diferentes entre cada fuerza y en los distintos momentos de la década.
En lo que aquí interesa, las constricciones institucionales con que la dictadura de Uriburu busca, a
fines de 1931, una salida electoral para el gobierno militar, terminan por conformar un cuadro de situación
política con tres vértices principales: el bloque oficial de la Concordancia, que reúne en el apoyo a la candidatura
presidencial del general Justo a los partidos conservadores provinciales, el antipersonalismo radical y el
socialismo independiente; la Alianza Civil, que potencia las fuerzas locales de socialistas y demócratas
progresistas ofreciendo al electorado una alternativa opositora; y el radicalismo, que ante la proscripción de la
candidatura de Alvear retoma la antigua práctica de abstención electoral, que sostendría como bandera hasta
mediados de la década.
En el territorio santafesino, este cuadro político nacional se repite aunque con algunas
singularidades que definen la particularidad del distrito. Por una parte, la provincia es el territorio casi
excluyente de la democracia progresista, y uno de los principales del antipersonalismo. Como consecuencia del
perfil de ambas fuerzas, el enfrentamiento electoral de 1931 se concentra en estos dos partidos, mientras el
radicalismo local acompaña la decisión de la organización nacional de no participar de las elecciones. Por otra, el
antiguo arraigo del PDP en el distrito, le permite capitalizar a su favor la abstención radical y promover a su
candidato, Luciano Molinas, a la gobernación.1
En ese cuadro local, el punto que revive el conflicto de 1921 es la propuesta del PDP (Alianza
Civil) para las elecciones de fines de 1931 de recuperar la reforma constitucional, y su efectiva puesta en
vigencia cuando Luciano Molinas asume la gobernación en 1932.
A pesar de los parecidos de familia con la estación anterior los elementos que marcan las
diferencias tienen relevancia suficiente como para justificar un tratamiento particular.
En esta segunda estación el conflicto constitucional y la cuestión religiosa se superponen
con el conflicto político interpartidario. Fundamentalmente por las características del enfrentamiento
electoral de 1931, tanto en el orden nacional como provincial, pero especialmente en el territorio
provincial, donde el PDP asume como bandera electoral la recuperación de la carta constitucional de
1921 vetada en aquella oportunidad por el gobernador radical. Esta actitud del PDP, de transformar
en bandera electoral partidaria la reforma constitucional, modifica parcialmente el cuadro de situación
en que se había presentado el conflicto constitucional en la década anterior.
1 En el mapa electoral nacional la alianza opositora sólo se impondría en dos distritos: la Capital
Federal y la provincia de Santa Fe. Por las características de las elecciones capitalinas la competencia
se reducía a los cargos legislativos, mientras que en Santa Fe la elección ponía en juego a los poderes
ejecutivo y legislativo.
El éxito del PDP en esta operación compromete a las otras organizaciones políticas que
participan de un sistema de partidos fuertemente competitivo (en términos de Panebianco, 1995).
Tanto el radicalismo, desde la abstención, como el antipersonalismo, que participa de la contienda
electoral, se diferencian del PDP considerando cerrado el capítulo reformista de 1921. Desde el
funcionamiento del sistema de partidos, la cuña de la cuestión constitucional exacerba la competencia
interpartidaria. En esta coyuntura, la cuestión constitucional se presenta para el PDP como una
excelente llave para ingresar al «territorio de caza» de los demás partidos, muchos de cuyos cuadros
y votantes en general habían participado en el enfrentamiento de la década anterior desde el bando
reformista. Situación particularmente grave para el radicalismo, al que la abstención electoral vuelve
más vulnerable por la relativa disponibilidad de su electorado tradicional. En el caso del
antipersonalismo, la coyuntura de 1931/32 funciona a la manera de parteaguas con la tradición
liberal, y en esos años de oposición al gobierno demoprogresista estrechará los lazos preexistentes
con los sectores políticamente más activos de catolicismo.2
La superposición de la cuestión religiosa con el enfrentamiento interpartidario complejiza
el cuadro inicial de 1921 sin modificarlo sustancialmente. Actores y modalidades de participación son
similares. En el campo reformista los principales diarios de Santa Fe y Rosario consolidan su lugar de
privilegio. En los años treinta, tanto El Litoral, vespertino de la capital de la provincia, como La Capital,
matutino de la ciudad de Rosario, están definiendo a su favor en cada ciudad el espacio de
competencia en la prensa escrita, culminando un proceso de modernización con el que se ponen a
salvo de la lucha político-partidaria sin renunciar a la lucha político-ideológica. Este proceso, que ha
sido suficientemente estudiado para el caso porteño y en el que no insistiremos aquí,(Sidicaro, 1993;
Saítta, 1998) les permite construir y capturar un mercado de lectores ampliado, con el que se
aseguran su independencia económica del mundo político mientras construyen una tribuna
privilegiada para la invención de la «opinión pública» más allá de ese mundo restringido. Las
diferencias discursivas y de procesamiento de la información con respecto a 1921, evidencian los
cambios producidos en este registro.3 Tanto La Capital como El Litoral jerarquizan su lugar en la
disputa política alejándose de la conflictividad interpartidaria, operación con la que reafirman el
conflicto en los términos planteados por el activismo católico en el otro extremo.
El activismo católico repite las modalidades de intervención en el espacio público de la
década anterior. Cuenta ahora con mejores herramientas para la competencia en el ámbito de la
prensa, especialmente en el caso de la ciudad de Rosario, donde periódicos como La Verdad y la
2 La relación entre el antipersonalismo iriondista y el activismo católico supera la coyuntura
determinada por la cuestión constitucional. En la segunda mitad de la década, el gobierno de Iriondo
da muestras de la madurez de esta relación: las óptimas relaciones entre el poder ejecutivo y el ahora
arzobispado local; la participación de sectores de la elite del laicado católico en el gobierno provincial;
y la especial atención a los deseos de la iglesia en las disposiciones del ejecutivo y la legislatura, que
en la zaga de la política nacional lleva a la legislatura local a una sobreactuación (como en el caso de
la ley anticomunista provincial, ley de Defensa Social, de 1937) que remite a las coyunturas de 1921 y
de 1931/32.
3 En 1921 el diario Santa Fe, principal abanderado del reformismo constitucional en la ciudad capital,
tenía un discurso bien diferente, que no encuentra continuadores de igual tenor en la coyuntura de
1931.(Macor, 1993b)
inserción de «periodista católicos» en medios de masivos, amplían las posibilidades de difusión del
pensamiento católico más allá de los fieles.(Martín, 1997)4
Pero la principal novedad en el activismo católico reside en la organización de sus fieles
a partir de la Acción Católica. Recientemente constituida, la Acción Católica santafesina acelera su
etapa formativa con su participación en el conflicto constitucional. Tan particular bautismo introduce a
sus primeros miembros, casi sin mediaciones, en el territorio de la política. La proyección de la Acción
Católica en esos años iniciales reproduce la organización eclesiástica, sus jerarquías y el orden
parroquial, lo que disimula la principal novedad que su presencia, todavía débil, introduce en el
protagonismo público del activismo católico: una red de sociabilidad que permite a laicado católico
superar las fronteras de lo parroquial e iniciar su socialización política desde un grupo de pertenencia
cuyos lazos identitarios se refuerzan frente a la «amenaza liberal» y en diálogo con las
organizaciones políticas del conservadorismo y el nacionalismo que lo acompañan en esa cruzada.
Tercera estación. Los cuarenta.
Después del liberalismo: el lugar de Dios y el lugar del César.
Con el golpe militar de 1943 se inicia una etapa decisiva en ese pasaje entre dos Argentinas del
que hablábamos al comienzo del texto, el que —para decirlo en la clave de Loris Zanatta— lleva del estado
liberal a la nación católica.
En ese marco, la tercera y última estación de nuestro recorrido es más difícil de ordenar. La
carencia de un punto de concentración como el ofrecido por la cuestión constitucional, obliga a un recorte quizás
más arbitrario para recuperar los rastros significativos del activismo católico en el período que se inicia con el
golpe militar de 1943 y culmina con la conquista del gobierno por el peronismo. Con el telón de fondo de la
sostenida participación de cuadros católicos en el gobierno de la provincia desde 1943 hasta 1946, nos interesa
precisar nuestro análisis sobre un momento políticamente decisivo: la última etapa del gobierno militar, en la que
termina de definirse a favor del peronismo emergente el conflicto que ha partido binariamente a la sociedad.
El activismo católico ha madurado lo suficiente a lo largo de la década del treinta, como para tener
en el gobierno militar inaugurado en 1943 una participación política muy diferente a la que había guiado su
accionar en las de las dos estaciones anteriores. Veamos las principales diferencias de nuestro actor.
Las dos estaciones anteriores están marcadas por el obispado de Juan Agustín Boneo,
que se había hecho cargo de la diócesis santafesina en el último año del siglo XIX. Con la muerte de
Boneo en 1932 (luego de la derrota sufrida frente al reformismo que logró imponer la constitución de
1921), termina un largo reinado caracterizado por la organización de la diócesis y la extensión de la
4 El crecimiento de la prensa católica en Rosario es tributario del otro frente de lucha de la iglesia que
ya señalamos: la cuestión social. Con respecto a la presencia en medios masivos, como La Capital, de
periodistas que hablan como «hombres de la iglesia», nos parece que es un proceso que va afirmando a
lo largo de la década del treinta, y especialmente en el gobierno de Iriondo en la segunda mitad de la
década, no así en el conflicto constitucional de 1931/32. En la ciudad de Santa Fe es también difícil
encontrar en 1931 «periodistas católicos» en los medios masivos. En la segunda mitad de la década, la
competencia periodística en la ciudad capital entre El Orden y El litoral, facilitan la apertura de aquél
al pensamiento católico y al nacionalismo, mientras El Litoral insiste en definirse desde «el
reformismo liberal» y sus principales plumas se inscriben en ese registro ideológico incluso más allá
de la frontera del 1946 peronista.
red parroquial.5 La designación de Nicolás Fasolino como su sucesor se produce en una hora de
cambios en la organización eclesiástica del país, en la que en pocos años se duplica prácticamente el
número de diócesis elevando varias de ellas (entre las que se encontraba la santafesina) a la
categoría de arzobispado.
Desde nuestra óptica de análisis, uno de los aspectos más importantes del cambio de
gestión está dado por la decisión de Fasolino de contar con un diario católico en la provincia, a la
manera de Los Principios, en Córdoba. Ya en 1934 el obispo se interesa directamente en el tema
solicitando información al director del diario mediterráneo.6 Tres años después, en setiembre de 1937,
La Mañana comienza un recorrido periodístico que se extenderá hasta octubre de 1952.
La fuerte participación del arzobispado en la creación y organización del diario, y la
permanente preocupación de Fasolino por conseguir apoyo del conjunto del clero y de los fieles para
sostenerlo económicamente en los 15 años de vida, revelan la importancia asignada por el
arzobispado a un órgano que considera propio. Sin embargo, poco en él recuerda al Boletín o a la
Revista Eclesiástica. Aunque el diario se presenta a sí mismo en el escenario periodístico como un
diario católico y una parte de sus páginas se dedica a difundir el mensaje de la iglesia, el material
informativo con el que trabaja refleja la intención de evitar que el predominio de lo religioso afecte su
capacidad de expandirse en el mercado de lectores potenciales. Las ocho páginas diarias tienen
rubros informativos similares a los periódicos con los que sale a competir: política local, nacional e
internacional; actividades culturales y deportivas (siguiendo al detalle las actividades del hipódromo);
publicidad. Ciertas secciones fijas apuntan sí a lo que podría definirse como mercado cautivo: las
actividades de la Acción Católica; la clasificación en clave moral de los filmes que promocionan los
cines de la ciudad; las declaraciones del arzobispado y las editoriales que van asociadas.
Por otra parte, la Acción Católica —cuyo nacimiento como organización prácticamente
coincide con la estación inmediata anterior— se ha transformado ahora en una extensa organización
con sus Concejos por rama. El despliegue de actividad de la rama de los jóvenes justifica la
publicación, en 1937, de un Boletín, La voz del Concejo, que con una periodicidad mensual, tendrá
continuidad hasta 1960. Como en el antiguo Boletín Eclesiástico, en La Voz del Concejo predomina lo
informativo, en este caso enhebrando las actividades de los grupos juveniles parroquiales y las del
mismo Concejo, con pequeños ejercicios de escritura de los jóvenes concejeros. Las páginas de este
pequeño periódico reflejan la intensa actividad social que la Acción Católica ofrece para los jóvenes a
los que La Voz se dirige. Por otra parte, su misma existencia contribuye a conformar la identidad de la
rama juvenil en un plano que por ser transparroquial escapa a las jerarquías eclesiásticas inmediatas.
La coyuntura inaugurada por el golpe militar de 1943 será para este renovado activismo
católico una prueba de fuego en más de un sentido. Por un lado, porque las posibilidades de influir o
5 De las 44 parroquias de comienzos del siglo a 95 en 1932, que se extienden a 160 si contamos las
vice parroquias.
6 Toda la información sobre la correspondencia de Fasolino, en el Archivo del Arzobispado de Santa
Fe. En el mismo archivo hay material de otros periódicos nacionales, especialmente católicos como
Los Principios, en un recorte de la realidad que tiene a La Mañana o al arzobispo como eje. Hay
también detalles administrativos que dan cuenta de las dificultades financieras del diario, y un registro
de los reclamos de Fasolino por la falta de compromiso de una parte importante del clero con la
empresa periodística.
participar directamente en las decisiones del estado serán inéditas; por otro, porque esta misma
posibilidad de participación directa en el campo político jerarquiza un interrogante demorado: por el
lugar del activismo católico y de la iglesia frente a lo político, por las fronteras tolerables entre la
identidad y participación política y la identidad religiosa. En el enrarecido clima político y social que
antecede a las elecciones de febrero de 1946 este interrogante alcanzará toda su dimensión política.7
Cuál es el rol que pueden jugar la iglesia y los principales núcleos organizativos del laicado
católico frente a las elecciones, después de la conocida pastoral del episcopado que repetía las recomendaciones
de 1931 frente al proceso electoral? Esquematizando, en honor a la brevedad, podemos presentar en repuesta a
este interrogante un cuadro de situación sobre los siguientes ejes:
..…Las organizaciones católicas en el movimiento obrero son permeables al discurso del candidato
oficial. Sin embargo, tras ese apoyo se percibe con claridad las líneas de resistencia a la política sindical de
Perón que amenaza la autonomía de las organizaciones católicas.
..…Los principales dirigentes de la Acción Católica, aunque puedan no terminar de aceptar las
actitudes de «bombero piromaníaco» del candidato oficial, han tenido una relación muy estrecha con el poder
político local desde 1943, y son parte de la elite política que se ha constituido en el seno del estado y que
encuentra en el peronismo el cauce para continuar dirigiendo a la sociedad. Miembros de la Acción Católica
participan de los diferentes grupos nacionalistas locales que acompañan al peronismo en las elecciones a través
de los Centros Cívicos. La ACA no opina como institución, pero tampoco desautoriza a los miembros de la
organización que aparecen involucrados en la campaña electoral del peronismo.
..…La jerarquía de la iglesia local y su órgano de prensa se refugian en el territorio de la moral
para preservar la autonomía de ese movimiento católico amenazado por la cooptación del peronismo emergente.
En una política sostenida en todo el proceso electoral, La Mañana recorre un estrecho sendero marcado por dos
líneas claras: el mal menor como opción electoral y la crítica por igual a los dos bloques políticos que se
enfrentan en las elecciones.
Aunque sólo explicitada débilmente, la presentación del peronismo como una opción que se
justifica como el mal menor está siempre presente, sobre todo desde que el episcopado definió con claridad el
enemigo en la Unión Democrática. Pero para La Mañana, se trata de una opción que no puede justificarse desde
argumentaciones positivas. A comienzos de la campaña electoral, el diario lamenta la actitud del radicalismo
que, al conformar la Unión Democrática reuniéndose con partidos enemigos de la iglesia, deja al electorado sin
opción positiva. En los tramos finales de la campaña insiste en marcar las contradicciones del candidato oficial,
aunque el tono de las críticas a la Unión Democrática mantiene viva la opción del mal menor. Esta actitud del
7 Aunque con diferente signo, el activismo católico había sufrido una interpelación similar por los
sectores del nacionalismo integrista que en la primera etapa del gobierno militar lideran la cruzada
educativa con el apoyo de la iglesia y la participación de cuadros de la ACA. El diario La Mañana bien
puede atribuirse haber logrado que el gobierno nacional intervenga la Universidad del Litoral
(Intervención de Jordán Bruno Genta) y prácticamente acompaña a diario la gestión de José María
Rosa en el Consejo de Educación provincial. Sin embargo, en los momentos políticamente decisivos
para los grupos nacionalistas en el gobierno, La Mañana guarda una prudente distancia de esos
«aliados naturales», que reclaman un compromiso más explícito de la iglesia en la batalla por la
«nación católica» contra el liberalismo y el marxismo. Sin renunciar a ese horizonte de una «nación
católica», la jerarquía del arzobispado local no parece dispuesta a recorrer un camino tan disruptivo
como el propuesto por el nacionalismo para alcanzarla, ni a aceptar el lugar privilegiado que la elite
del nacionalismo se asigna en ese futuro.
diario, de mantener distancia de la contienda electoral, se continúa después de las elecciones y ya conocido el
triunfo de Perón, desvalorizando cualquier interpretación de oportunismo político.
Precisamente después de conocido los datos finales del escrutinio, el presidente de la Acción
Católica presenta ante el arzobispado una dura crítica al diario La Mañana. La crítica señala como deficiencias
del diario «la parcialidad en la información», los «ataques a funcionarios públicos», la «pobreza de la
información» y la «orientación confusa a los católicos en problemas de carácter político cívico».(yo subrayo)
Una nota de estas características dirigida al arzobispo, revela la profundidad de las tensiones vividas por la
comunidad católica frente al proceso electoral, y la disconformidad existente en el seno de la Acción Católica
con respecto al rol asumido por el arzobispado en ese proceso.8
Frente a las presiones que vive el movimiento católico ante la coyuntura electoral, La
Mañana trata de preservar la cohesión y autonomía de ese conglomerado que reúne a la jerarquía
eclesiástica y la militancia laica y que se ha transformado en una formidable fuerza política. Si la
participación en el gobierno militar de sus cuadros laicos le ha permitido a la iglesia capturar resortes
claves del poder estatal, las elecciones traen un doble riesgo: de perder lo conquistado, si triunfa la
Unión Democrática; o de perder la autonomía frente al peronismo, riesgo ya palpable con las medidas
adoptadas desde la Secretaría de Trabajo para con el movimiento obrero. Y en cualquier caso, el
involucramiento en la lucha partidaria amenaza la integridad del movimiento católico que también
contiene en su seno una porción importante de adversarios de ese peronismo emergente.9
Referencias bibliográficas
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D. Macor (2000): «Radicales, demoprogresistas y antipersonalistas: oficialismo y oposición en la
Santa Fe de entreguerras», en: Boletín Americanista, Nº 50, Universitat de Barcelona, España.
8 Por supuesto que el presidente de la ACA centraliza su crítica en el diario, como si la estrategia del
mismo en el proceso electoral se hubiera decidido exclusivamente en el directorio del periódico y
pudiera no corresponderse con el pensamiento del arzobispado. Sin embargo, como seguramente no
ignoraba el crítico aunque juzgaba prudente callarlo, más de una vez en la campaña electoral el
arzobispado se vio obligado a intervenir para aclarar alguna cuestión y especialmente para desautorizar
comunicados que, en nombre del catolicismo, convocaban a votar por la fórmula Perón-Quijano. La
intervención de Fasolino en estos casos puntuales se realiza siempre a través del diario, confirmando la
estrategia general adoptada frente al proceso electoral.
9 Debería considerarse especialmente el papel que juega la dirigencia del Colegio Inmaculada en el
campo opositor al peronismo, y las relaciones nunca sencillas entre los jesuitas y la jerarquía
eclesiástica.
María Pía Martín (1997), « Católicos, control ideológico y cuestión obrera. El periódico La Verdad de
Rosario, 1930-1946», en: Estudios Sociales, Revista Universitaria Semestral, Nº 12,
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Angelo Panebianco (1995), Modelos de partidos, Alianza, Madrid.
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L. Zanatta (1999), Perón y el mito de la nación
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